Capítulo VIII

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Capítulo VIII

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Capítulo VIII

Steve llegó a casa y subió las escaleras sin ganas. No se sorprendió de ver las luces encendidas, seguro Doug ya había regresado por su cuenta y estaría en su cuarto, preparándose para salir a celebrar su ingreso al equipo. Su mayor rabia era que él también merecía estar en el equipo. Lo merecía más que muchos otros que habían sido admitidos, él lo sabía. Era algo que había querido tanto, que había deseado tanto tiempo... La idea de trabajar con su padre, de convertirse en un héroe como él, de devolverle a la sociedad algo de lo que él había recibido a lo largo de esos años era lo que lo había movido toda su adolescencia. Más aún, lo había movido desde su infancia cuando pasaba las noches leyendo los cómics del grandioso Capitán América bajo las mantas con una linterna. Nunca imaginó que, años después, él terminaría convirtiéndose en Steven Rogers, el hijo del capitán.

Después de tanto, tantísimo esfuerzo, había tenido al fin su oportunidad y la había desperdiciado, ¿y por qué? Por una mujer que jamás sería suya, por la idea, por el sueño de una futuro diferente; por una mujer que estaba completamente fuera de su alcance, intocable para él. Debía tomar cartas en el asunto, arrancarla de su cabeza, de sus sueños, de su corazón y concentrarse en su carrera. Quizás, si rendía lo suficiente como agente, si se destacaba, si daba lo mejor de sí, Amanda reconsideraría su decisión y lo incluiría en el equipo. Era momento de tomar las riendas de su vida, de poner los pies sobre la tierra y abandonar las fantasías que no lo llevarían a ninguna parte. Se duchó rápidamente y salió de su cuarto enfundado sólo en un pantalón de chándal, dispuesto a destruir de raíz aquel sentimiento que no tenía razón de ser.

Entró como una tromba a su estudio y la imagen frente a él lo dejó paralizado. Allí, en medio de todos sus cuadros y bocetos, en medio de su lugar más secreto, de su santuario inviolable, estaba la razón de ser de todos sus problemas. Natasha estaba de pie en medio del cuarto, mirando a su alrededor con los ojos brillantes y tal expresión de embeleso en el rostro que, sólo con esa mirada, desarmó todos sus planes de arrancársela del alma. Sus ojos verdes y conmovidos se pasearon por los retratos, observándose a sí misma de una manera completamente nueva, como nunca antes se había visto. Ningún espejo podría mostrarla de aquel modo, ninguna superficie bruñida podría jamás exponer su alma como él lo había hecho.

⸺ ¿En esto trabajabas?⸺ preguntó en voz baja, acercándose al cuadro más cercano, dibujando los rizos de su cabello con sus dedos⸺ ¿Por eso no querías mostrármelo?⸺ Steve asintió en silencio, cohibido. Natasha asintió y siguió paseándose por entre las pinturas, maravillándose cada vez más a medida que descubría nuevos bocetos⸺ ¿Por qué me pintaste?

Steve bufó una risa, maldiciendo a su mala suerte. Ya no podía hacer anda para ocultar la verdad, así que, derrotado por esta, abrió los brazos y se encogió ligeramente de hombros, resignado completamente a su destino.

⸺ Es obvio, ¿no?⸺ murmuró con la voz rota, desviando la mirada hacia sus pies, acosado por la vergüenza y la culpa. Por ello, no vio a la mujer acercarse a él con los ojos brillantes. Cuando sintió el ligero toque de su mano en su mejilla, se volteó hacia ella y se perdió en sus ojos.

Había algo en ellos, algo que él conocía muy bien... algo que había visto en su reflejo por meses. Y, la consciencia de aquello lo sorprendió y le aceleró el corazón dentro del pecho. Su respiración se agitó sin que pudiera evitarlo y, antes de que se diera cuenta de lo que hacía, estaba besándola como un poseso. Sintió los brazos de Natasha aferrarse a su cuello mientras que él le envolvía la cintura posesivamente, empujándola contra él. Los dedos de la muchacha se enredaron entre los mechones húmedos de su cabello y, por un momento, Steve se olvidó de que ella debía ser intocable, de que estaba traicionando la confianza de su padre, de que estaba haciendo algo prohibido. De pronto, perdido en el sabor de su boca y en el calor de su cuerpo, toda la culpa dejó de tener sentido.

Aspiró el aliento de Natasha y recorrió su boca con calma, degustándola despacio, guardándose su sabor para cuando recuperara la cordura y se apartara de ella como exigía la decencia. Sin embargo, aún no tenía intenciones de hacerlo. No tenía ninguna intención de separarse de ella, de dejar de tocarla, de abandonar su boca, de alejar ese sentimiento cálido y profundo que se le había colado en el pecho y que no dejaba de sorprenderlo y maravillarlo al mismo tiempo. Natasha deslizaba sus manos por sus cabellos, por su espalda desnuda, por su pecho y por su vientre, quemándolo con su toque, encendiendo sus sentidos.

Steve avanzó un paso y luego otro más, y otro hasta que la acorraló contra su escritorio, apresándola entre el mueble y su cuerpo. Sin detenerse a pensar un segundo, apartó sus labios de su boca y los deslizó por su mejilla, por su mandíbula hasta encontrar su pulso acelerado bajo su piel. Ahí se detuvo, saboreando la rapidez de sus latidos, disfrutando el hecho de saber que era él quien la ponía en ese estado de inquietud, el que la estaba haciendo perder el control. Sus manos presionaron su cintura y ella ondeó bajo su toque, abriéndose para él como un flor en primavera.

Cuando un gemido entrecortado escapó de sus labios, Steve se detuvo abruptamente y se forzó a detenerse. La mantuvo en su lugar, apartándose poco a poco, rompiendo el contacto entre sus cuerpos. Su respiración aún seguía agitada cuando dejó caer la cabeza sobre su hombro, negándose aún a dejarla ir. Sintió sus labios en su mejilla y sus dedos en su cabello, pero, aun así, no se sintió capaz de enfrentarla de frente. Se mantuvo escondido en el hueco de su cuello y, desde allí suspiró temblorosamente, forzándose a volver a la realidad.

⸺ Esto está mal...⸺ murmuró con la voz rota, apretando entre sus dedos la tela de su camiseta.

Natasha también sintió un nudo creciendo en su garganta. Sabía de lo que él hablaba y honestamente, a ella también le dolía. James era un buen amigo, más que eso, era su mejor amigo y ella estaba haciendo sufrir a su hijo... la verdad le subió por la garganta como una arcada y Natasha tuvo que apretar los dientes para contenerla. Tenía tantas ganas de decírselo, de quitarle la culpa de los hombros, de dejar de desearlo en silencio y darse una oportunidad para construir juntos algo que se veía tan prometedor, tan tentador, tan lleno de luz. Sin embargo, se contuvo. No, no debía decirlo. No podía decirlo. Si lo decía, si Amanda se enteraba de que ella había roto su trato, todo se iría a la mierda y ya no podría protegerla...

⸺ Lo sé...⸺ suspiró, acariciando su cabello y deslizando sus labios por su mejilla⸺ Sé que está mal, pero...

⸺ No quieres detenerte⸺ musitó Steve, deslizando una mano por su muslo hacia arriba, levantando de a poco la tela de su falda.

⸺ No...

Douglas cerró suavemente la puerta del estudio de su hermano y suspiró, caminando tranquilamente hacia su propio cuarto. Una vez dentro, encendió la televisión y subió el volumen casi al máximo para alertarles de su presencia. Su padre pronto llegaría y no creía que a él fuera a hacerle mucha gracia encontrar a su hijo menor comiéndole la boca a su novia. Él sabía que tarde o temprano, Steve terminaría cayendo. Su hermanito era un idiota cuando se trataba de sentimientos y estaba perdido completamente por Natasha. No lo culpaba, claro que no. Él lo comprendía... vaya que lo comprendía. Sin dejar de tararear aquella pegajosa tonadita del infomercial de dentífrico, abrió el cajón superior de su escritorio y sacó un atado de cartas pulcramente unidas por una cinta roja.

Las cartas estaban cronológicamente ordenadas. Doug abrió la primera, la que escribió el día en el que finalmente conoció a la mujer misteriosa de la que su padre se había enamorado, la primera que había logrado sacarlo del celibato autoimpuesto desde la Segunda Guerra. Sus ojos repasaron las frases torpes, el amor pasional y desesperado que había nacido de una mirada que ni siquiera iba dedicada a él. Natasha tenía tres opciones frente a ella: su padre, su hermano o él. Y al único que había dejado fuera había sido a él. Bien, la mujer pronto comprendería que a él nadie lo dejaba fuera. Douglas Rogers conseguiría lo que quería, así tuviera que sacar a su hermano del camino. 

The Ugly TruthDonde viven las historias. Descúbrelo ahora