Capítulo XX

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Capítulo XX

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Capítulo XX

Douglas se quitó el casco y lo arrojó al suelo, para luego arrastrar los pies hacia su habitación mientras se abría la casaca con dedos tensos y casi sin fuerza. Estaba agotado. Cansado. Frustrado. Destruido... y es que todos sus planes, todo lo que ideó con tanto esfuerzo, se había ido al carajo. La casa lo recibió con su frialdad habitual y el silencio se le hizo pesado, casi ominoso. Si bien se había encargado de eliminar todas las pertenencias del capitán Barnes, quitando sus fotografías y sus recuerdos, repintando las paredes e instalando muebles nuevos, aún se sentía su presencia en cada rincón de la casa. Era como si aún estuviera ahí, mirándolo desde las sombras, acusándolo perpetuamente en silencio. La casa aún era suya y se hacía notar. Era como si su perfume aún flotara en el aire, como si el eco de su voz y sus viejos discos aún continuara en sus oídos. Lo mismo con Steve.

El aire olía a diluyente de pintura cerca de su habitación y aquella mancha de pintura azul que dejó en su cuarto, no se borró ni siquiera cuando intentaron cubrirla con más pintura... Douglas solía amar esa casa. Le gustaba su olor a madera y a libros viejos y el murmullo de los pinos en el jardín de atrás. Le gustaba el silencio que otorgaba vivir alejado de la ciudad, el sonido del canto de las aves y la luz que entraba por su ventana y caía justo sobre su escritorio. Pero, de un tiempo a esta parte, había comenzado a odiarla. Tenía demasiados recuerdos, demasiados ruidos del pasado, demasiada carga. Y la odiaba, la odiaba, la odiaba. Odiaba llegar y escuchar el silencio y más que nada, odiaba sentirse así. Se supone que debía ser feliz. Se supone que todo había salido bien.

Pero, la realidad estaba probando ser una perra.

Ser el Capitán América no era lo que él había soñado. Era más que sólo posar para fotografías y dejarse entrevistar por todo el mundo, mucho más que firmar autógrafos y coquetear con cuanta chica atractiva se formaba para fotografiarse a su lado. Esa parte era jodidamente divertida. Por fin, luego de tantos años, gozaba de la atención que merecía y la que tan desesperadamente había buscado toda su vida. Amanda lo arrastraba de un lado a otro, luciendo a su nuevo y flamante capitán, encargándose personalmente de que el mundo relegara el recuerdo de James Barnes a una exhibición de museo. Era el hombre más famoso del mundo, el rostro al que todos amaban; admirado y deseado, envidiado y venerado por millones de personas. Estaba en la cima, tocando el cielo con los dedos...

Pero, eso no era todo. Recién llegaba a casa luego de una semana de gira por el sudeste asiático. Y ésa había sido su misión más reciente. Llevaba semanas sin un descanso, semanas de giras, de entrevistas, de apariciones públicas, de misiones interminables... ¿es que acaso nadie más podía ayudar a esos países diminutos y llenos de mosquitos? ¿Por qué tenía que ser precisamente él quien respondiera a cada llamado de auxilio de la ONU, de SHIELD, de la OTAN o de cuanta agencia internacional existiera? Cada vez que un grupo terrorista asomaba la cabeza de su agujero, lo llamaban para que lidiara con la situación, para que rescatara a los rehenes, para que capturara y castigara a los malos, con la bandera ondeando a su espalda y una brillante sonrisa en los labios. Era la esperanza del mundo... y lo odiaba profundamente. No entendía cuál era la obsesión de todos por oponerse al tráfico de armas o de personas; sencillamente no le veía lo terrible y fingir que sí lo hacía era espantosamente agotador.

The Ugly TruthDonde viven las historias. Descúbrelo ahora