Capítulo X

334 37 3
                                    


Capítulo X

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Capítulo X

Dublín era una ciudad llena de vida. Por aquí y por allá resonaban las alegres melodías de la isla esmeralda, las risas estridentes escapaban de los pubs y en las noches, las luces verdes y naranjas de los Docklands iluminaban el río Liffey. Steve jamás había pisado la tierra de sus abuelos, pero, el ambiente y el lugar lo llenaron de un modo que sólo podía ser fruto de una desconocida nostalgia. Era su sangre llamándolo. El verde de la isla tenía otro atractivo: era el mismo verde de los ojos de Natasha. La misión de rastreo que les habían asignado les permitía la posibilidad de recorrer la ciudad con relativa libertad. Perseguían a un traficante de diamantes que solía frecuentar la vida nocturna de la ciudad, por lo que, tenían la posibilidad de visitar también ellos los sitios de interés cada noche.

Y, cuando llegaba la madrugada, ésta los encontraba entre las sábanas, perdidos el uno en el otro.

En cuanto arribaron a su hotel, haciéndose pasar por una pareja de recién casados, Natasha se arrojó sobre él, empujándolo contra la puerta y acorralándolo mientras colaba sus manos sin demora bajo su camisa de mezclilla. Steve permaneció en su sitio, impedido de moverse. La culpa aún lo carcomía. Lo había hecho desde que aceptara aquella misión. Sabía que ese era más que un viaje de trabajo, era un escape: se estaba fugando con una mujer que no era suya, que no debía ser suya. Sin embargo, el toque suave de sus manos sobre su pecho y sus labios demandantes sobre los suyos derribaron sus barreras una a una y pronto se encontró alzándola del suelo para que envolviera sus piernas alrededor de su cadera.

En cuanto su piel desnuda rozó la suya, todo pensamiento coherente murió sin remedio y se olvidó de todo lo que habían dejado atrás, concentrado sólo en recorrer cada centímetro de piel bajo su cuerpo, en delinear el mapa de su anatomía con sus manos y en besar cada uno de sus rincones, guardando en su memoria el sabor de su piel, el sonido de su voz, su aroma, su toque, su esencia. Quizás no tendría otra oportunidad para tenerla así, enteramente a su disposición. Si era honesto consigo mismo, no debía pensar en ello: aquello no podía repetirse, no en casa, donde la sombra de su padre estaba sobre él a cada momento. Pero, allí, en medio de la inmensidad verde de la hermosa Irlanda, sólo eran ellos, sin nadie respirando en su nuca, sin culpas, sin presiones. Sólo Steve y Natasha.

Luego de encontrar a su traficante y reportarlo con las autoridades competentes, regresaron a casa, con el alma pesada por la proximidad de la separación. Steve se encontró con que su hermano y su padre estaban también en una misión, así que él y Natasha tuvieron un par de días más de libertad. Steve se encargó de que ella no regresara a su departamento, manteniéndola atrapada entre sus brazos, en su cama. Aquella habitación que lo había acogido toda su vida fue testigo de los besos interminables, de las caricias prohibidas y de las expresiones de placer de los dos. Natasha se aferraba a los barrotes de su cama, en un esfuerzo por hacer frente a la impetuosidad de ese hombre que se movía dentro de ella con la fuerza de un vendaval, arrancándole todo pensamiento coherente de la cabeza con cada estocada.

The Ugly TruthDonde viven las historias. Descúbrelo ahora