† 23. Segunda parte †

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Capítulo 23
UNA CENA EN EL… ¿PARAÍSO?

Dipper.

Gemí debido al dolor tan intenso que se expandió por todo mi cuerpo ante su mordida.

En ese segundo, no podía conectar nada con claridad. Solo podía concentrarme en el dolor demoledor que me atravesó.

Gemí nuevamente en una queja y apreté mis párpados cerrados.

Era doloroso. Pero aquel dolor duró solo un poco hasta que la sustancia en la saliva de Dominick activó una intensa oleada de placer que me hizo arquear el cuerpo ante la descarga de endorfina.

El orgasmo me golpeó con fuerza, y gemí fascinada.

— Oh, Dominick… — Jedee, aferrándome a su cuerpo con todas las fuerzas que tenía en ese instante.

Justo en ese momento, sentí que su boca se alejaba de mi hombro y pegaba su frente a la mía.

— ¿Te encuentras bien?

Asentí con la respiración agitada y el cuerpo débil. Al abrir los ojos, me encontré con la imagen de su rostro perfecto, y mi sangre ensuciando gran parte de su mandíbula y barbilla. 

Al caer en cuenta, me llevé una mano a la mordida que él me había dejado, y sentí como las yemas de mis dedos se ensuciaban con mi propia sangre.

— Perdón. No fue mi intensión — se apresuró en decir. De pronto se le veía tenso y preocupado. Se alejó de mi cuerpo rápidamente y, en un parpadeo, lo vi de pie junto a mi ventana abierta.

Ahora era yo quién lo miraba confundida.

Con la respiración un poco más calmada, me senté sobre la cama y ladee el rostro, estirando mi mano para que se acercara.

Dominick se negó con un movimiento de cabeza.

— Estoy bien. No debes actuar de esta forma, Dominick. 

— No lo entiendes. Dipp. Te mordí — masculló, como si no me hubiera dado cuenta de lo obvio, como si la situación fuese más grave de lo que en realidad era.

— Pero estoy bien — respondí de prisa, y luego añadí —: O por lo menos sigo viva.

A través de la oscuridad, y gracias a la luz de la luna que entraba a través de mis ventanas abiertas, pude ver como en sus labios se dibujaba una pequeña sonrisa de lado. 

— No sé qué me pasó. Me salí de control.

— Me di cuenta. Pero estoy bien.

Volví a estirar mi mano para que se acercara y, cuando lo tuve a mi lado, le acaricié el rostro con mis nudillos.

— No volverá a pasar. Te lo juro.

Y sus palabras me hicieron ladear una mueca.

— La mordida… no fue como pensé que sería. Dolió. Pero luego se sintió… tan bien.

— Lo sé. Es por la endorfina. De esa forma, nos ayuda a que la presa se quede en un estado de relajación absoluta mientras… ya sabes…

— ¿Las asesinan?

Dominick sonrió.

— Exacto. El secreto está en poder parar. Es lo más difícil.

— Tú paraste.

— Dipper… — Dominick pronunció mi nombre de manera extraña. Sonó agotado y torturado al mismo tiempo —. Tú eres diferente. Paré porque te quiero, y no me perdonaría jamás que algo malo te pasase, mucho menos si el culpable soy yo. Hoy me detuve, pude controlarme, pero no sé si pueda volver a hacerlo. Y eso por eso que no habrá una segunda oportunidad.

Infierno, la maldición Swinner © [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora