† 24. Primero el postre †

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Capítulo 24
PRIMERO EL POSTRE.

Dipper.

Al entrar, me abracé a mí misma como instinto, como una forma de protegerme ante los pensamientos invasores que no tardaron en aparecer.

La última vez que estuve ahí, vi a Dominick matar a una chica.

La última vez que mi mamá estuvo ahí, vivió el mismísimo infierno.

Okay… me había metido en la boca del lobo.

Cuando Dominick estuvo a mi lado, no dudé y me aferré a su mano.

¿Para que hacerme la valiente con ellos? Debido a su estúpido poder mental, ellos sabían a la perfección qué cosas pasaba por mi cabeza.

— ¡Mamá! ¡Papá! ¡Dipper está aquí! — Günther fue el que avisó, pasando por mi lado y tirando el balón de baloncesto lejos.

La casa se seguía viendo impecable, con decoraciones ultra caras. Me pregunté a qué se dedicaba el señor Swinner. Sabía que era empresario, pero no sabía de qué exactamente. Por un segundo, me lo imaginé siendo jefe de una mafia que prostituía mujeres o algo así.

Cuando lo vi bajar las escaleras, del brazo de su mujer, me sentí de lo más pequeña e intimidada ante su mirada tan sombría.

Ese tipo daba miedo. Pero, sin mentir, era de los más atractivo. Un hombre al que mi mejor amiga llamaría «Sexy millonario moja bragas». Y, bueno, para qué negarlo, si los gemelos eran así de atractivos, era por los genes de su padre. De su madre, no sacaron ni un pelo.

Santiago Swinner era alto, tan o más alto que los gemelos. Con un cuerpo musculoso y un aire formal e imponente. De cabello negro y ojos avellana, y siempre olía bien. Iba de traje costoso y corbata azul oscuro, en combinación al vestido de su mujer.

Sip. Santiago Swinner era todo un daddy.

Mientras los veía bajar las escaleras, me pregunté, ¿por qué vestían así? ¿Era un almuerzo informal?, ¿verdad?

— ¡Dipper Sherwood, qué alegría tenerte en casa! — Exclamó el señor Swinner, terminando de acercarse. Una vez que estuvo de pie frente a mí, me mostró una sonrisa de oreja a oreja que lo único que logró fue alterar aún más mi estado de nervios.

Pero, bueno, mi lengua era tan vivida y venenosa que me impidió mostrárselo.

Forcé una sonrisa de medio lado y asentí.

— Lo sé — dije.

Santiago rio a lo bajo y luego miró a su esposa.

Madre mía, qué mujer más bella.

La señora Swinner era incluso más atractiva de cerca.

— ¿Ya te han presentado a mi mujer, Dipper? — Me preguntó, y luego lo vi dejar un beso en la sien de su esposa, la cuál no dudó en sonreír, gentil.

Nop. No he tenido el gusto.

— Diana Swinner — se presentó ella, estirando su mano muy blanca en mi dirección.

Volví a sonreír y le acepté la mano.

Por un momento, miré el brazalete de diamantes diminutos que estaba luciendo. Hacía juego con los zarcillos diminutos que su pelo recogido mostraban, y alrededor de su cuello había un collar, igual de diamantes, bellísimo. 

— Es un placer, señora Swinner.

— Dime solo Diana — pidió amable, volviendo a tomar el brazo del señor Swinner —. El almuerzo estará casi listo, cariño — me informó, sin dejar de sonreír, y luego miró a sus hijos antes de ordenar —: Vayan a cambiarse.

Infierno, la maldición Swinner © [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora