† 08. Relato de un cazador †

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Capítulo 8
RELATO DE UN CAZADOR

[+18]

Günther.

Al entrar al bar, las voces en mi cabeza aumentaron. Es agotador tener este don. Nada es un secreto. Para mí, y para mi hermano, las personas son como un libro abierto. Es estresante saber lo que todo el mundo piensa a cada segundo. No hay una pausa. Sin embargo; tiene sus ventajas.

Dominick y yo llamamos la atención del público femenino apenas entramos a algún lugar, es algo que no nos desagrada, y saber lo que las mujeres piensan de nosotros, es nuestro primer paso para cazar.

Somos atractivos por naturaleza. Es un efecto de la inmortalidad. La presa se siente atraída por nuestro físico, sus pensamientos obscenos ayudan bastantes y, cuando están distraídas, imaginando la increíble noche de sexo que tendrán, le clavamos los colmillos y le arrebatamos la vida.

A veces es difícil contenernos; la sangre nos llama a gritos. Hemos intentado calmar la sed con la sangre de animales, pero no funciona. Es un asco y no nos calma. La sangre humana es mil veces mejor, como un orgasmo multiplicado por diez.

Delicioso.

Cuando mi hermano y yo tomamos asiento en la barra, le sonreímos a la empleada detrás de la misma. Ella, bajita y regordeta, de cabello oscuro largo, nos devolvió la sonrisa y nos sirvió dos tragos de tequila mientras imaginaba lo divertido que sería tener un trío con nosotros.

Levanté una ceja y no alejé la vista de ella, la cual me la sostuvo. Nuestros ojos tienen un efecto especial en los mortales. Podemos seducir de una mejor manera cuando nuestras víctimas se pierden en nuestra mirada, incluso podemos sacarle la verdad. Como dije, son libros abiertos que no se controlan y hablan sin filtro.

Noté que el color blanco de su rostro se volvía de un ligero color rosa. Estaba sonrojada, y mordió su labio, imaginando mis labios sobre los suyos.

Eso me hizo sonreír aun más. Si mis labios tocaban su piel, no iba a ser para besarla precisamente, aunque quisiera. Mi boca cerca de la carne humana, era un peligro. De los dos, yo soy el que menos se controla. Dominick ha podido besar sin que el instinto de depredador le gane. Yo, en cambio, no tengo esa suerte. La sangre en mí tiene otro efecto, uno enloquecedor.

Mi mirada viajó al cuello de la chica y relamí mis labios. La idea de mis dientes clavándose en esa vena palpitante hacía que un deseo me invadiera.

Me la quería follar ahí mismo.

Quería arrancarle esa camisa negra y quitarle un pedazo del cuello. Empecé a fantasear con su sangre deslizándose por sus senos voluptuosos y en lo bien que se sentiría probarla.

El olor que la muchacha emanaba era delicioso, aunque para ese entonces ya había olido algo mejor.

La sangre de Dipper.

Mi garganta empezó a quemar y doler. La sed de sangre aumentó ante el recuerdo de ella; de su piel tan blanca y aparentemente suave. 

Recordar su olor solo agarrotó mis músculos. Un profundo agujero se sintió en mi estómago y la sensación ponzoñosa invadió mi boca. Su sangre es dulce, muy dulce, y la tentación que ella representa para mí es inimaginable. Pero, no solo para mí, también para Dominick.

En mi cabeza, ya no era la mujer detrás de la barra a la que quería follar: era a Dipper. Con su cabello oscuro suelto, sus ojos grises bien abiertos y su cuerpo sin vida sobre mi cama, llena de sangre que después yo me encargaría de lamer.

Infierno, la maldición Swinner © [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora