veintinueve

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Ver a Luz y a Sarah besándose en el pasillo a media noche, Sarah desnuda y Luz vestida aún  de hombre pero con el pecho fuera es una imagen que si bien habría aparecido fácilmente en mis fantasías, ahora mismo no es más que un trauma más a la lista de esta noche. Principalmente porque lo que me despertó fue el ruido de Diana y Gustavo follando en la misma habitación que yo, y de una manera increíblemente indiscreta. 

Es como si estuviese en la sede lujuriosa del Diablo, por llamarle a este lugar de alguna manera. No voy a llamarme cristiana, jamás lo he hecho, pero esto en definitiva supera todos los limites que ni siquiera sabía que tenía. 

Quiero irme, pero es muy tarde, y en la ciudad no conozco a nadie... a nadie excepto por dos personas que me han salvado ya antes... dudo en llamarlas, pero es que el ruido en esta casa es cada vez más fuerte, y en cada cuarto pasa algo de lo cual no quiero ser participe, así que me decido y llamo. 

Media hora después, más o menos, llega Nadia. Me subo a su coche y tímidamente agradezco. Me hace un par de preguntas en el camino, me pregunta que hacían en la casa, porque quise irme y demás, se contenta con mis silencios. Creo que lo hace... 

Llegamos a su casa, lo sé porque se estaciona. Hay otro coche, parece extrañarle por la expresión facial pero no dice nada, en cambio me voltea a ver. Tampoco digo nada. Me guía a la entrada. Dentro oigo a alguien llorar, y gritar, pero a diferencia de mi antigua estancia no es un grito de placer, sino de dolor. 

-¿Fran? Amor ¿Todo bien?-Pregunta preocupada la inspectora intentando guiarse por el grito. 

-En la cocina.

Voy con ella. Grave error. Grave. muy grave. Por muchas razones, la cantidad de sangre que hay aquí me enferma, ver a alguien herido del ojo es definitivamente algo que me hubiese gustado no ver nunca en mi vida, pero la verdadera razón por la que esto fue un error fue porque mi llegada hizo que dejaran de darle a Francesca el cuidado necesario. Me quedé parada, inmóvil frente a la escena, y la doctora, se quedó para, inmóvil frente a mi. Cecilia. 

Reaccionó ante el grito de dolor de su paciente y siguió con lo que estaba haciendo. Yo no. Yo seguí observándola. 

-Hay que llevarla al hospital.-Su voz... echaba de menos su voz. 

Las tres caminaron rápido y me quedé parada un momento, hasta que me di cuenta que igual, lo correcto era ir con ellas, aunque eso signifique quedarme como estatua cada vez que ella aparece en mi campo visual. 

Fui adelante con Nadia, Francesca y Cecilia iban atrás. La italiana seguía quejándose del dolor y la otra hacia lo que podía. 


Estamos fuera, Nadia y yo, ella fuma y mueve la pierna preocupada, me estresa, pero prefiero estar aquí fuera con ella, que sola, o con Cecilia. Ni siquiera sé en donde está Cecilia. Me gusta creer que la llamé con el pensamiento pues en ese momento apareció por la puerta informándonos, o a Nadia más bien, que todo estaba bien y guiándola hacia su chica. Yo me conformé con seguirlas, esperando a que por lo menos me viera de reojo, cosa que no pasó. 

Mientras le explicaba no sé que cosas yo me mantuve fuera. Observándola, observando lo hermosa que es, está un poco más morena, también la veo más delgada. 

-¿Vamos?-Me saca Nadia de mis pensamientos. Veo que Francesca está a su lado con un parche en el ojo. Me gustaría preguntarle que tal está. Pero no salen palabras de mi boca, no tengo la fuerza. Quise ver por ultima vez a Cecilia. Pero ya se había ido. 


No sé si fue el haber salido de una casa en pecado, o si fue el haberla visto después de tanto tiempo, no sé si fue verla más morena, o verla en ese vestido dorado con negro... tampoco sé si fue verle ese tatuaje pequeño de flores... no sé que fue, pero no pude evitar pensar en ella, pensar en lo que me hubiese gustado hacer. Hoy... en el momento en que la besé por ultima vez, en cualquier momento que he estado con ella. Besarle, quitarle toda la ropa, ver su cuerpo desnudo que por más que haya imaginado sigue siendo un misterio para mi. Acariciar cada parte de su cuerpo, tocarla, sentirla, probarla, hacerla gozar, tenerla debajo de mi, tenerla encima de mi, tenerla en todas las posiciones posibles, hacerla gritar de placer, quizás por es huí, porque los únicos gritos de placer que quiero oír son los suyos, y probablemente no pueda oírlos nunca. 

No pude dormir, pasé toda la noche así, pensando en ella. Hoy, en el hospital, pensando en ella en su casa, en su cama, en su jardín, pensando en ella en el campo de flores, en la playa. Pensando en ella, desnudas ambas en cualquier lugar. No pude dormir porque no pude dejar de tocarme, imaginando, y de vez en cuando creyendo, que era ella quien me tocaba. No es, y eso, aunque me de rabia y me entristezca me hace pensar una cosa solo, una cosa que hace que me encienda aún más ¿en quien pensará ella cuando se toca? Y tan solo la ilusión que me crea el pensar que fantasea conmigo hace que me estremezca y me moje y todo vuelva a empezar. 


Es de día, y yo no he dormido nada. Veo que no soy la única. Nadia fuma en el jardín con el cabello revuelto y una cara de muerta. Me dice que hay café y comida en la cocina, tiene la voz ronca. Se ve que no ha dormido. 

Voy hacia la cocina, hay una habitación que no tiene puerta, sino un biombo. Veo una silueta, sé que es la de Cecilia, lo sé porque estuve pensando en esa silueta toda la noche. 

azul infinitoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora