Capítulo 15

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    El año escolar estaba a punto de terminar y Harry se sentía triste por varias razones. En primer lugar no había logrado que su papá le permitiera visitar a su amigo Percy en La Madriguera, y eso que no era algo que ya no hubiera hecho antes.

   Cuando tenía siete años fue la primera vez que su papá le permitió ir de visita a esa casa… aunque no fue lo que se imaginó que sería. Todos habían estado muy tensos, incluso el señor Arthur y la señora Molly, sin saber cómo comportarse bajo la mirada recelosa y calculadora de Severus Snape.

    Todo lo que había planeado con Percy y Charlie (éste último por medio de cartas) no había podido ser; no pudo jugar Quidditch o siquiera subirse a una escoba, ni conocer la casa más allá de la entrada, la sala, y un poco de la cocina, por tener que mantenerse a no más de un palmo de la túnica negra de su papá, quien mantenía una mano sobre su hombro y la otra metida en el bolsillo.

   La mano que Harry sabía era la que ocupaba para la varita.

   Aun así no podía quejarse, había podido conocer a los cuatro hermanos menores de sus amigos; los mellizos Fred y George, Ron y Ginny (a quien solo vio la mitad del rostro por encontrarse tras la seguridad del cuerpo de su madre por el evidente miedo al adusto hombre que sería su profesor en unos años).

   Los gemelos fueron los primeros en caerle bien, ellos al menos no parecían amilanarse en presencia de su padre, y les recordaban mucho a Charlie y su espíritu bromista; pero una vez que entraron a Hogwarts al año siguiente, y pudo verlos todos los días, dejaron de agradarles. Charlie había sido bromista mientras estaba en el colegio pero, contrario a sus hermanos, él sabía dónde detenerse y a quien hacerle sus juegos; los mellizos no tenían ningún límite, siempre metiéndose con todos, incluido el profesor Snape, y su “víctima” favorita parecía ser Percy, quien no podía descuidarse un solo segundo y por lo mismo le era difícil dedicarse a su estudio como le gustaba.

   Realmente a Harry no le agradaron después de eso.

   Aun así, el resto de la familia le caía muy bien, y por eso habría querido ir de visita estas vacaciones, por más que Charlie no estaría allí, como le dijo en una de las últimas cartas que le escribió hacía unos días, su trabajo en la Reserva de dragones en Rumania le demandaba demasiado tiempo y su único descanso eran durante las fiestas de Navidad (fecha en la que tampoco había podido verlo). Pero su papá se había opuesto a que lo hiciera, diciéndole que había demasiadas cosas en la que debía ocuparse como para poder acompañarlo esta vez.

   Y eso lo llevaba a la segunda causa por la que estaba triste. Ese día, mientras su papá le explicaba el por qué no podía llevarlo a La Madriguera, su mamá dijo que lo haría ella misma entonces, creando la ocasión de la segunda pelea que llevaban ya en la semana.

   Harry no lo podía entender, sus papás nunca se habían levantado la voz entre ellos, y salvo aquella vez que se pelearon cuando mamá no podía crear su nueva varita, no los vio enojados nunca, e incluso esa vez sólo duró un par de días. Ahora ya llevaban dos semanas sin hablarse, y cuando lo hacían solo era para discutir.

   Todo había comenzado poco después de que aprendió el hechizo de desarme; su papá había estado muy extraño desde entonces, como si algo le preocupara. Harry había querido convencerse que solo era su orgullo herido por haber sido tomado desprevenido por su propio hijo, pero según pasaban los días y empezado las peleas con su mamá, ya no estuvo tan seguro.

   Por eso ahora estaba yendo con quien creía podía tener la respuesta a sus interrogantes. O al menos esperaba que pudiera aclararle un poco sus dudas, ya que toda esta pelea le estaba llevando a desanimarse más de lo que creía posible.

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