Capítulo 24

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   Desde que perdió a Lily, Severus Snape nunca había querido siquiera pensar en tener una familia. Para él, eso representaba una carga, y si no era con la mujer que amaba, entonces no valía la pena.

   Cuando Laurel llegó a su puerta con el pequeño Harry en un fular, las cosas cambiaron drásticamente para él. Aun así, no era como si realmente los quisiera a su lado. Ellos le habían salvado de ir a parar a Azkaban, pero fuera de eso no representaban más que una amiga que llegó de una manera extraña y oportuna, y un niño que le recordaba a su peor enemigo.

   Años después su vida volvió a dar un giro. Harry era más que el hijo de James Potter; era un niño dulce que lo amaba y buscaba su amor como si fuera lo más valioso del mundo. Cuando entendió eso, no pudo más que amarlo a cambio, algo que realmente no le costó nada de esfuerzo.

   Y entonces fue que comenzó a ver a Laurel de verdad. Esa chica siempre había estado allí para él, cuidándolo de que no se convirtiera en una réplica exacta de lo que había sido Tobías Snape. Incluso, no solo parecía que lo soportaba, realmente parecía quererlo… aun cuando se comportaba como un maldito bastardo. Con ella tampoco fue particularmente difícil mostrar sus sentimientos o hacerse una idea de lo que sería si decidía compartir su vida hasta el final.

   Cuando prácticamente “huyeron” de Hogwarts en plena madrugada hacia un destino incierto, pudo confirmar que su teoría era cierta: una familia daba demasiados dolores de cabeza que habría querido evitar. Aun así, no podía decir que se arrepintiera de ella.

   Finalmente, en América lo aguardaba algo que no había estado esperando, o siquiera imaginado, pero que cuando lo tuvo enfrente supo que era lo que le faltaba para sentirse completo.

   Aunque, en realidad, no se trataba de algo, sino de alguien.

   La pequeña Laurel apareció en su vida irrumpiendo de una manera por demás bulliciosa (igual que la Laurel adulta, solía pensar algunas veces), llenando todos los espacios vacíos que aún había en su vida, y que él no sabía que los tenía hasta que desaparecieron con su llegada. Ella era su “princesita”, como decían algunos padres.

    Y no estaba dispuesto a perderla con la llegada de este… Frank Culpepper… que volvía después de cinco años a querer reclamarla.

   No tenía nada contra el otro hombre, realmente. Lo que llegó a ver de él cuando eran compañeros de trabajo le decía que Culpepper era una persona amable, servicial, pero aun así estricto con los alumnos, por lo que podía manejar una clase fácilmente al mantener el dinamismo y la disciplina a la vez, y todo sin aterrorizarlos, como era en su caso. Sin dudar podía decir que fue uno de los pocos buenos profesores que tuvo la cátedra de Defensa Contra las Artes Oscuras; pero luego de un único año de enseñanza (como le sucedía a todos) terminó retirándose, sólo que en su caso fue por propia voluntad, alegando que allí “no estaba lo que buscaba” (según sus propias palabras).

   Otra de las cosas que vio de él era que se llevaba muy bien con los niños pequeños, sólo bastaba con ver cómo pudo relacionarse fácilmente con Harry cuando llegó al castillo; ni él manteniéndolo encerrado para que se acostumbrara a su presencia lo había logrado, y Culpepper parecía que sólo debía sonreír o hacer una “cara chistosa” para que el niño riera a carcajadas. Laurel decía que sería un buen padre cuando decidiera tener hijos, y aunque a él le molestaba que estuviera “practicando” con “su hijo”, debía admitir que ella tenía razón.

    Nunca se imaginó que Frank Culpepper se buscara una mujer parecida a Laurel (o su hermana justamente), para tener una hija que terminaría abandonando por sabía Merlín qué motivos y que luego esa niña terminaría en manos de él… Solo para que ahora viniera a querer llevársela.

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