La selección de un nuevo grupo de primeros años acababa de terminar, cuando un niño de no más de cinco años entró corriendo al Gran Comedor, su destino fijo hacía la mesa principal. En las grandes puertas de entrada, una joven pelirroja se encontraba insegura entre correr tras él o quedarse donde estaba, evitando que más personas se percataran de lo que estaba sucediendo, mientras mantenía la varita levantada como si pretendiera hacer un hechizo convocador al niño, aunque eso fuera realmente imposible.Cuando el pequeño llegó a la mesa principal, las pocas personas que hasta el momento no lo habían visto entrar, ya no pudieron pasar por alto su pequeña figura, volviendo completamente su atención hacia él y olvidándose del banquete que esperaba frente a ellos.
El niño se metió por debajo de la mesa, ahorrándose así la innecesaria caminata al rodearla, y al fin llegó a su destino. El temible profesor de pociones, Severus Snape.
-Mira –dijo entusiasmadamente agitando una varita en sus manos.
-Vuelve con tu madre, Harrison –ordenó Snape sin siquiera mirarlo, su vista fija en la joven en la puerta, a quien le hizo una seña con la cabeza para que se dirigiera al salón junto al Gran Comedor que conectaba con la entrada de los profesores, detrás de la mesa principal.
-Pero…
-Dije que vuelvas con tu madre –lo cortó, acentuando cada una de las palabras, mientras le dedicaba una mirada dura.
Harry dio un paso atrás, su labio inferior temblando levemente, y terminó por chocar contra la silla de Dumbledore, quien había estado observando en silencio hasta ese momento.
-Vamos a ver, ¿qué tienes ahí? –Preguntó el viejo mago, tomando al niño por debajo de los brazos para sentarlo en su regazo, sin prestarle atención al bufido de Severus y las exclamaciones de ternura de la mayoría de las alumnas de último año.
-Una varita –contestó el niño, sus ojos un tanto llorosos ante el rechazo que acababa de recibir, pero aun así su voz había sonado casi con el mismo entusiasmo que tenía al llegar allí.
-¿Y ya sabes hacer hechizos?
-Aun no –negó con un leve mohín –Mamá dice que en unos años más recién voy a aprender, pero ya me dejó elegir la madera –agregó con más ánimo –Me dijo que ella lo hizo cuando tenía mi edad.
Dumbledore asintió, conocía esa costumbre de algunas familias que instaban a sus hijos, ya desde muy pequeños, a escoger el tipo de madera y núcleo de entre lo que era más representativo para ellos y tenía algún significado, con el que luego se fabricaría la varita que usarían al ingresar a la escuela mágica. Se decía que de esa manera se creaban las varitas más poderosas y leales que podrían existir, aunque actualmente sólo algunas familias antiguas conservaban esa tradición, ya mayormente olvidada.
-¿Y tú elegiste esta? –Preguntó Dumbledore mirando de soslayo a Severus, quien mantenía la vista fija en su plato como si nadie más estuviera a su alrededor –Interesante elección.
Harry asintió con la cabeza. –Mamá dijo que tenía que ser sig… signiti… –arrugó la frente, intentando recordar la palabra que había ocupado su madre, y que en ese momento le había parecido una palabra muy importante de adulto, pero que ahora le era imposible repetir.
-¿Significativo?
-¡Sí! Eso –Exclamó –La madera de la varita de mamá es de laurel, como su nombre –rió, resultándole gracioso que una persona pudiera tener una varita llamada igual que ella –Pero no hay una madera que lleve mi nombre, así que elegí este, por papá. Mamá dijo que él estaría muy orgulloso de mí si pudiera verlo –agregó en un susurro como si fuera un secreto.
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ADA(O)PTARTE
FanfictionLa vida de Severus Snape termina siendo unida a la de Harry Potter de una manera por demás extraña y poco ortodoxa. ¿Quien hubiera creído que llegaría a él como un regalo "para mejorar su humor" en medio de la noche?