Hugo Weasley había descubierto una nueva sensación favorita.
Siempre se había sentido admirado por los demás. No sólo la prensa había capturado sus primeras veces en el público por su genética, sino que adultos habían alabado su intelecto desde una edad temprana. Sus padres le admiraban con el amor propio de unos padres que veían sus pesadillas manifestarse en las jóvenes almas de sus hijos. Su hermana le había confesado que creía que él era uno de los mejores magos de la historia. Su mejor amigo era su mayor apoyo. Lily. Sus abuelos. Primos. Y él los quería con un amor distante y borroso que, en numerosas ocasiones, confundían con indiferencia.
Más había una admiración recíproca y nueva que estaba descubriendo. Dos personas que estaban inmersas en una obra arquitectónica compleja fundada en sentimientos, confianza y pequeños gestos que le hacían dormir con una sonrisa en los labios.
Hugo Weasley nunca había creído que se dejaría llevar por las emociones.
En su cabeza, siempre había condenado las relaciones de las que nada había aprendido en su familia mientras crecía. Su prima Vic y Teddy les habían parecido demasiado empalagosos. Nunca había entendido cómo su prima Dom estaba con Nicholas Wood. Despreció sin pudor la intensidad de Lucy Weasley y su primo James siempre le había resultado un fanfarrón. Ahora, en cambio, había visto otros ejemplos que se habían puesto a prueba y cuyas emociones habían sobresalido en la escala imposible con la que Hugo Weasley había medido el Amor que se escondía en el Departamento de Misterios Mágicos.
Más importante aún: ahora tenía a Lyslander Scarmander y a Sebastian McKing.
Curiosamente la única persona a la que había confesado que no sabía cómo se sentía era su hermana, Rose Weasley. Quizás compartir un secreto les había acercado. O quizás ambos eran iguales cuando se trataba de sentimientos. Sus padres, desde luego, no habían sido alumnos notables en ese asunto a sus respectivas edades.
Así pues, no sabía cómo sentirse cuando estaba en aquel nudo de brazos, labios y susurros dentro de un armario de escobas con ellos.
Había algo en su estómago que no le dejaba comer desde hacía unas semanas. Como si estuviera preocupado. Otros días se despertaba más temprano de lo normal. ¿Por qué tenía insomnio? Lorcan se había burlado de que tenía la dopamina por las nubes. Estaba eufórico y enérgico. Y Lorcan le había asegurado que no habían hecho ningún gran avance en su investigación como para que reaccionara de ese modo.
-¡AAAAAARRGHHH!
El chillido les interrumpió por completo.
Sintió a Seb separarse abruptamente y chocar su espalda con las escobas haciéndolas caer por el suelo. Lyslander empujó a Hugo contra la otra pared como reacción instantánea. Y Hugo Weasley dejó escapar un sonido gutural de irritación por su garganta hacia la causa de su interrupción.
Su prima Lily Potter tenía los ojos como platos, el rubor encendido en sus mejillas y la mandíbula desencajada. Balbuceó algo que Hugo no llegó a entender. El muchacho rodó los ojos. Salió elegantemente del armario de escobas mientras se ajustaba la corbata y miraba de arriba abajo a Lily.
¿Tenía el cabello más rojizo que hacía unos días? Alzó una ceja.
-No es como si fuera la primera vez que me ves besar a tus amigos, Lils -Le recriminó. La muchacha se atragantó con su propia saliva. Hugo miró de reojo a sus amigos. Seb estaba recogiendo las escobas que había tirado. Lyslander examinaba a su mejor amiga como si fuera una criatura. Hugo resopló. -Vamos, Lils, ¿te vienes a la biblioteca? -Le invitó con algo de más tacto. Desde su erupción en la pista de Quidditch, era una misión común estar pendiente de ella. No era como si Lorcan no les hubiera avisado de que estaba rara. -¿Lily?
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La tercera generación VI
FanfictionEl futuro ha venido para prevenirles de la oscuridad. Las profecías se están cumpliendo. Las estrellas auguran la destrucción del mundo tal y como lo conocen... La Tercera Generación de Hogwarts está luchando en una guerra a contrarreloj, a contrac...