Capítulo 22: Para lo que sirven los amigos

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Extrajo con suavidad la aguja de la piel. Cuidadosamente se alejó de la paciente. Puso la probeta llena de sangre con el resto de las muestras que había obtenido a lo largo de aquella semana. Suspiró. Se quitó con el reverso de la mano las gotas de sudor que se acumulaban en el nacimiento de su cabello.

Sacó una chocolatina de un cajón apartado y se lo ofreció a Claire Jenkins. La paciente sonrió, asintió y se incorporó de un salto. Entendió que, por aquel día, ya había acabado su "tratamiento". O, mejor dicho, su intento de tratamiento.

-Voy a buscar a Norberta antes de que cualquier mago comience a molestarla -Anunció la antigua Slytherin.

Monique Jordan asintió sin prestarle mucha atención. La conexión entre la joven y la dragona era conocida en la Granja. Ambas criaturas parecían estar encaprichadas de la otra. Cuando Claire Jenkins se marchó dando brincos, la Sanadora se quedó mirándola pensativa.

Era su mejor paciente. Y, en contra de lo que se aconsejaba en su profesión, tenía todas las esperanzas puestas en ella. Mientras que el resto de los pacientes cada día se encontraba más débil, ella seguía teniendo la energía suficiente para montar a una dragona y gritar a todo el que intentase impedírselo. Era como un milagro que Claire Jenkins mantuviera su energía. El resto estaba siendo drenado por el alma que les consumiría. Todos los pacientes habían mostrado aquella sintomatología excepto ella: entraban en un estado de debilidad que les producía fiebre, dolor muscular y que, paulatinamente, les hacía apagarse. Lo mismo que le ocurrió a su hermana.

Lo cierto era que, aquel día, se acababan todos sus recursos. Había intentado todo lo conocido y lo experimentado sobre aquellos pacientes. En especial, sobre Claire Jenkins. Si alguna de sus metodologías funcionaba con alguien, debía ser con ella. No le importaba llevarla al límite si encontraba resultados. Además, su basilisco interior había despertado y podía experimentar con él. Descubrió que Claire Jenkins había adoptado las cualidades de los basiliscos: podía petrificar con la mirada y matar.

Eso le hacía preguntarse si podían comunicarse con el basilisco. O si, como la criatura, también reaccionaría a armas letales como la espada de Godric Gryffindor. Esas eran sus dos últimas bazas antes de entrar en desesperación por tener que admitir su rendición a la causa.

Se aseguró de que nadie estaba en su tienda de campañas. Se acercó a la bolsa de tela que había traído el director Neville Longbotton tras su última carta. No sabía cómo funcionaba aquel artilugio. No podía ser tan complicado, ¿no?

Rozó la empuñadura y sintió un cosquilleo.

Estaba rozando el legado del fundador de su Casa. La espada que acabó con el basilisco de la Cámara de los Secretos. Y que tenía tantas otras habilidades que solo comenzaban a descubrir ahora. Como la terminación del Juramento Inquebrantable si era utilizada con Amor. Solo por eso Monique Jordan pensaba que podía haber una remota posibilidad de que reaccionara frente a esa alma. En lo más profundo de su ser, intuía que, al fin y al cabo, se trataba del mismo procedimiento que Claire Jenkins pedía evitar. Porque anunciaba que no funcionaría. Porque nadie podía utilizar con pureza el Amor sobre su ella.

Aquello no solo le rasgaba el alma, sino que atrapaba a Monique Jordan en un estado de ansiedad. ¿Qué hacer con aquellos pacientes que estaban solos en el mundo? ¿Qué no conocían a su alma gemela? ¿Cuyos lazos familiares no eran suficientes?

Sacudió su cabeza y descubrió el arma. Pesaba más de lo que aparentaba, incluso cuando el profesor anunció que, en sus puños en la Batalla Final, era tan ligera como una pluma. Tal vez fue la adrenalina que potenció sus fuerzas. O magia.

Acercó la espada a las probetas.

Dejó la espada sobre la mesa de experimentos. Abrió una de las probetas. Volvió a coger la espada. Descendió su altura para tener la punta del metal frente a sus ojos. Echó dos gotas de sangre sobre el metal.

La tercera generación VIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora