Capítulo 3: Hogar es un lugar seguro

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El aire frío de la mañana rasgó su piel como un cuchillo. Sus músculos se sacudieron con cada zancada que daba. Aún tenía el pelo húmedo. Las gotas de agua se confundían con las de sudor. Sentía sus mejillas rojas por el esfuerzo. Su respiración entrecortada.

Escaneó con la mirada la colina que estaba peinando. Se detuvo. Cogió oxígeno. Enfocó sus pupilas hacia la figura que llevaba persiguiendo todo aquel rato. Su rapidez le superaba. Se había sorprendido de su energía. Cogió fuerza para volver a seguir sus pasos. Conforme se fue acercando, escuchó sus jadeos. Sonrió con suficiencia. Si se cansaba por exceder sus fuerzas, podría alcanzarla. Podría sacar su varita y detenerla. Más decidió jugar limpio aquella vez.

No obstante, ella seguía siendo más rápida que él. Se mordió el labio por dentro, mientras intentó acelerar su ritmo. La vio mirar hacia atrás. Sus ojos se encontraron. Ella se regodeó. No la iba a alcanzar. Ambos eran conscientes de ello. Siguió intentándolo. Las hojas de los árboles quebrándose en sus pies desnudos. La luz del día haciendo mella en su piel. Tuvo que controlar su respiración en un par de ocasiones para no detenerse y que la ventaja se disparara para ella.

El majestuoso edificio se alzó sobre él. Salió de la linde del bosque. Ella alcanzó la escalinata. La vio sentarse y estirar sus brazos en señal de victoria. Todos los músculos de él se relajaron cuando, finalmente, la alcanzó.

Se lanzó a sus brazos y la envolvió. Sus delgadas manos en seguida lucharon por zafarse de su cuerpo lleno de sudor que emitía todo el calor absorbido del sol y el ejercicio de su rutina matutina.

-¡ALBUS! -Chilló Alice. -¡Estás sudado! ¡Déjame!

Albus Severus Potter se apartó unos centímetros de ella. La aprisionó con sus dos brazos a sendos lados de su menudo cuerpo. Ella arqueó una ceja ante su negativa a su orden. Albus sonrió burlonamente.

-¿Dónde está mi premio de consolación?

La escuchó reírse y la acompañó. Sus músculos estaban destrozados. Habían estado una hora corriendo descalzos. Haciendo deporte para mantenerse entrenados cuando pudieran volver a la civilización. Albus se había unido a la rutina del Ojo de entrenamientos para sus soldados que habían enseñado a Alice Longbotton.

Después de unos meses en Azkaban, la muchacha no quería pasar tiempo dentro de un edificio. Incluso si era el palacio más gigantesco que había visto nunca. Y había estado previamente en la Mansión Malfoy. Así, Alice le había propuesto a Albus que hicieran juntos el entrenamiento en el que había estado inmersa más de un año. Por mucho que quisiera guardar su orgullo, Albus debía admitir que el Ojo estaba poniendo en forma a sus soldados. ¿Su primo Louis estaba haciendo aquello? No pudo moverse los primeros días de lo agarrotados que tenía los músculos. Y no solo de correr descalzos por los alrededores de Skye. Sino de recibir palizas de Alice. El combate muggle que a su madre le encantaba presenciar. Su madre también había participado en sus pasatiempos. Les enseñaba algún que otro conjuro. Admiraba abiertamente lo mucho que había cambiado la niña torpe que había sido. Albus estaba orgulloso de ella. Mientras no le pusieran en una escoba, Alice Longbotton podría defenderse a sí misma sin problemas. Albus tenía claro que la utilizaría de escudo. Algo que no diría en voz alta, pero que inevitablemente pensaba cuando le tiraba al suelo incluso si Albus trataba de evitar las llaves sobre él.

-En tus sueños, Severus -Se burló ella.

Albus le guiñó el ojo.

-Todas las noches -Susurró en su oído.

Ella se rio. Volvió a empujarle. Aquella vez, pillándolo con la guardia baja, lo tambaleó y lo alejó. Albus se incorporó rápidamente. Se quitó el pelo de la frente. Observó a Alice mientras estiraba sus músculos. Incluso tras un mes viviendo todos los días con ella, no se acostumbraba a combatir sus impulsos adolescentes cada vez que la tenía en frente. Su madre hacía un gran trabajo en retener sus pensamientos. Y sus acciones.

La tercera generación VIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora