Epílogo: La rosa y el escorpión

151 10 5
                                    

Rose Weasley sintió que estaba abriendo la puerta de vuelta a casa. 

Sus ojos, acostumbrados a la penumbra de la gruta hacia la puerta del Templo de Nymue, parpadearon al encontrar la tenue luz que nacía del corazón de aquel lugar. Entró lentamente, arrastrando sus pies como si una fuerza superior le impidiera cumplir con su destino. 

Respiró profundamente. Lo había conseguido. 

"Ahora queda la peor parte", le recordó la vez de su cabeza que tanto le costaba diferenciar de la suya propia. 

"Déjame este momento a solas, Nym", le rogó Rose Weasley. 

Había aprendido tanto en tan poco tiempo. 

"El destino del mundo está en tus manos, Rose", dijo la voz de Nymue en su mente. 

Era fácil imaginarse a la mujer que poblaba sus pensamientos cuando el mago más poderoso del mundo mágico la había retratado en cada ocasión que tenía. Aún se le escapaban los escalofríos de la primera vez que se vio a sí misma reflejada en los rasgos de aquella muchacha. Un misterio que el mundo no estaba preparado para entender aún. Un entresijo de lazos y casualidades que, de tener que anunciarlas en voz alta, la encerrarían en Azkaban por haberse vuelto completamente loca. No es que tuviera miedo a que la trataran de loca, sino que el mundo debía conocer su relación con Nymue, las líneas que se entremezclaban entre futuros, pasados y presentes, cuando fuera el momento oportuno. Debía ser paciente el mundo con ella. Como no lo había sido el mundo con Nymue. Eran tan idénticas en tantos frentes que costaba separar dónde empezaba Nymue y dónde acababa Rose. Sólo que Nymue era ahora un espíritu y Rose era la Guardiana de la Magia. 

Rose Weasley bebió del paisaje que tenía ante ella. Se trataba de un paisaje familiar. Era su templo. Era la dueña de aquel lugar ahora. En otro tiempo, ella sería la Diosa Coventina a la que los celtas habrían venerado. La magia de las hadas del bosque mantenía la estructura intacta. Un templo de piedra gris. Los símbolos eran eslavos, helénicos, celtas, egipcios y sajones. 

Los había estudiado durante los días posteriores a su Ritual. Su hermano Hugo le había preguntado si había estado sola aquel día. Lo cierto era que no. Había estado paradójicamente en familia. No había sido Charlotte Breedlove la que había cortado sus lazos de sangre, sino otra Guardiana de la Magia que el capricho del destino hacía que se mantuviera en secreto. Era el secreto de la Bruma. Verdaderamente su presencia en el mundo era la razón por la cual la Bruma existía. Para ocultarla. A ella y a los seres que la acompañaban. Era la razón por la cual hubo visitado la isla de Skye en invierno. Debía avisarles de que su Ritual tendría lugar unos días más tarde. Fue cierto que aquel momento fue el más doloroso de vida.

Hasta aquel día. 

-¿No vas a decir nada, Scorpius? 

Se giró hacia la alta figura del muchacho. Rose esperaba encontrárselo lleno de puro asombro. Con sus hombros anchos de años tras años jugando a Quidditch, su platino cabello más largo de lo que acostumbraba a llevar, su prominente mandíbula poblada de una leve barba con la que anunciaba el fin de su niñez y el comienzo de su vida adulta unos meses más tarde. Con el gris de sus ojos recorriendo todos los rincones de aquel templo. Sus labios fruncidos, aquellos que Rose estaba siempre tentada de saborear de nuevo. Una ceja alzada al encontrar la mezcla de culturas. Tal vez la varita con un Lumus en la punta alzada hacia la bóveda sobre la que el agua recorría las paredes desafiando la gravedad. 

Pero lo encontró mirándola fijamente a ella. La sombra de la sospecha en la expresión de su rostro. Era imposible que hubiera descubierto todo. No obstante, nunca infravaloría el genio de aquel mucho. Era posible que la ecuación se le hubiera planteado fácilmente y que estuviera a segundos de encontrar la solución. Aquello, desafortunadamente, era suficiente para hacer todo aún más complicado. 

La tercera generación VIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora