Capítulo 4: Los estorbos que se quedan atrás

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-Si los perdemos... Perdemos -Probablemente se dio cuenta de que su elección de palabras no era la más armónica. Lo vio arrugar su delgada nariz. -Debemos protegerlos -Rectificó.

Lucy Weasley se guardó un mechón rojo detrás de la oreja. Frunció los labios. Se echó hacia atrás para que su espalda encontrara la silla. Tenía sus ojos negros clavados en Harry Potter.

El Ministerio de Magia se había unido al Temple. Era algo que, tarde o temprano, estaba destinado a pasar. Con la presidencia de Hermione Weasley en ambos frentes, no tendría sentido abordar aquella guerra de manera separada. Habían reunido allí a los soldados -como los llamaba Charlotte Breedlove -en los que confiaban plenamente. Porque aquella reunión había sido selectiva. Era un tema de discusión que no podía ser público.

La muchacha se hundió en la silla y miró a su alrededor. No podía decir que los conocía a todos. Pero sí que había visto a todos y cada uno de ellos alguna vez en su vida. En la Batalla de Londres. Moonlight se había sentado al lado de ella, liderando el grupo de Aurores que daban su apoyo a la causa: Alice Spinnet, Ronald Weasley, Alexis Cross, Bastien Lebouf. De la academia de Aurores, tan solo estaba ella. Los demás aún depositaban su fe en Whitehall, quien seguía dominando el Departamento del Ministerio. Por poco tiempo.

Su tío Charlie le guiñó el ojo en la distancia. Flanqueado por su primo Fred y su prima Dominique, junto con un vampiro, una arpía y una sirena; lideraban el grupo de las criaturas mágicas. A ellos se unían Tala y Wakanda. Había escuchado sus nombres miles de veces en el apartamento de Charlie. A Monique Jordan con la Sanadora Bell. No entendió muy bien qué hacían allí ellas allí. También vio al antiguo ministro Shacklebolt. Otras personas de importancia en el Ministerio: Susan Nott, la cabeza de los servicios administrativos de Wizengamot, Michael Corner, quien había sustituido a su padre como jefe del Departamento de Cooperación Internacional y Saul Croaker, del Departamento de Misterios. Y a los representantes de Hogwarts: Neville y Hannah Longbotton.

Había otras personas allí reunidas que Lucy supuso que estaban allí porque, en ocasiones, Charlotte Breedlove tomaba decisiones en nombre del equilibrio de la magia que carecían de total sentido para Lucy Weasley. Estaba la señora Breedlove, por supusto. También Luna Scarmander. Su prima Victoire. Su prima Rose. Aquello, quizás por ser del Clan Weasley y Potter podía llegar a entenderlo. Ahora, ¿qué hacía allí Theia Malfoy? ¿Dean Thomas? ¿Andrómeda Tonks? Lo que menos encajaba para ella era la presencia de Isabella Zabini. No obstante, no dijo nada. Se sentó de brazos cruzados y evitó mirarla. Todos lo estaban haciendo por ella. Intentaba esconderse tras la túnica de Neville Longbotton. Lucy sabía que la necesitaban allí. Pero ¿no podían haberla llamado en una reunión en privado? ¿Dónde se sintiera más cómoda? ¿Dónde nadie le recordara que su familia era una traidora y que ella solo estaba allí por casualidad o suerte?

Lucy intentó olvidarse de Zabini.

Y vio a su tío Charlie sonreírle de nuevo.

A Lucy le gustó pensar que, de haber estado vivo, su padre habría estado allí. Era el jefe del Departamento de Cooperación Internacional. Y Weasley. Por pésimas decisiones y alianzas de su pasado, lo habrían necesitado para aquellas misiones puramente logísticas. Nunca supo por qué su padre no fue Ravenclaw. Suspiró. Su madre habría estado en su casa. Su hermana estaría en San Mungo. Era demasiado trabajadora como para estar dentro de una reunión. Preferiría leer un resumen en un informe. La que, sin lugar a duda, estaría allí sería Roxanne Weasley. Merlín, a veces se sentía una impostora cumpliendo el sueño que había sido de su prima Roxy.

Pero ninguno de ellos estaba allí. Y ninguno podría sentir un ápice de orgullo de que Lucy estuviera allí. De que hubiera elegido un camino útil. Roxanne se había reído de ella desde pequeña diciendo que Lucy fundaría concursos de belleza mágicos. No porque fuera bonito -era consciente de que lo era con esfuerzo cosmético -, sino por sus aires de princesa que su padre le había inspirado desde que era una niña. Aunque Roxanne se estuviera mofando de ella, a Lucy no le habría importado adoptar aquel sueño. O el que sugería James sobre diseñar ropa muggle para brujas. O el de su tío George de que se convertiría en la nueva alumna de Romilda Vane en su tienda Pociones para el Corazón. Ninguna de esas ideas le disgustaba, incluso cuando estaban destinadas a reírse de ella. Porque Lucy Weasley no tenía un sueño tan claro como lo tenían el resto de sus primos.

La tercera generación VIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora