Capítulo 31: Misterios milenarios

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Hugo Weasley siempre había sabido que su mente funcionaba de una manera diferente a la del resto de sus amigos. Sobre todo, cuando se trataba de concentración. Si nadie le interrumpía, podría pasarse horas y horas delante de aquellos libros, teorías y esquemas. A menudo se le pasaba la hora de comer. Afortunadamente, Sebastian McKing había estado durante aquellos últimos meses más atento a sus necesidades básicas que él mismo. Como una alarma, le avisaba de la cena. Le traía cartas de sus familiares. Y le rogaba que se diera un descanso o un paseo para despejar su mente. 

No podía mentir: le irritaban tanto sus interrupciones que tuvo que hallar una manera de no resultar desagradecido. Así que, Seb le mandaba un Patronus y, si Seb no recibía respuesta, significaba que el genio estaba tan concentrado que no quería la presencia de su novio. Intuía que Lorcan Sacarmander había ayudado a apaciguar a Seb cuando se frustraba por la falta de interés hacia el mundo ajeno que prestaba Hugo Weasley. Le agradecía a su mejor amigo que saliera en su defensa, pero sabía que, un día u otro, tenía que salir del despacho que Neville Longbotton le había ofrecido para su investigación. Puesto que Seb McKing necesitaba atención. Después de todo, se había quedado solo en Hogwarts. Y quería ser útil. Siempre quería ser útil. Y, si no encontraba algo por lo que demostrar que daría todo lo que tenía por las personas que le importaban, uno podría encontrarlo tirando piedras al lago como si hubiera perdido la meta en la vida. No estaban ni Albus Severus Potter ni Peter Greenwood, con los que había comenzado a tener cierta amistad. Tampoco estaba Scorpius Malfoy. Ni Camrin Trust. Ni Lily Luna Potter. 

Y, por supuesto, no estaba Lyslander Scarmander. Y su ausencia le dolía tanto a Seb como a Hugo. Era curioso cómo ninguno de los dos muchachos se sentían totalmente completos sin ella. Hugo Weasley no lo había descubierto hasta que el tiempo se lo demostró. Eran un triángulo. Si un lado desaparecía, el equilibrio se iba con él. No era como si Seb y Hugo no pudieran funcionar sin Lys. Simplemente con ella era mejor. Sobre todo cuando Hugo se había encerrado en sus teorías y Seb se había quedado sin amigos en Hogwarts. 

Pero Seb nunca insistía. Por mucho que Hugo sabía que quería pedirle que fuera con él al Bosque Prohibido. O a Hogsmeade. O simplemente que se sentara con él sin hacer nada en el sofá de la Sala Común de Gryffindor. Seb nunca lo proponía si Hugo no decía que estaba libre. Hugo sabía que era rematadamente afortunado. 

Más lo que estaba investigando Hugo Weasley era tan importante que, por muy tentador que fuera para él acariciar el pelo rizado de Seb mientras repasaba sus ideas con él, no podía salir de sus libros. Seb también lo sabía. Y Lorcan. Y quizás Lys también, y por eso había optado por acompañar a sus padres una temporada antes de volver a Hogwarts cuando Lily la echó de la Mansión Malfoy. Nadie quería distraerle porque todos querían esa solución.

El problema era que esa solución parecía imposible de descifrar. Y no quería centrarse en una sola pregunta. Tenía varias. Su intuición le decía que resolviendo una, podría ser más fácil hallar la respuesta en las demás. ¿Cómo podían acabar con el Inmortal? ¿Cómo podrían acabar con Morgana Le Fay sin herir a Cornelia Brooks? ¿Cómo rescataban las armas que dibujó Merlín? ¿Qué era la magia original? ¿Qué relación tenían las Guardianas de la Magia con esa magia original? ¿Estaban en el universo en el que Remus Lupin les guiaría hacia La Paz? ¿Qué era La Paz? ¿Qué papel tenía su prima Lily en las profecías? ¿Y cómo demonios les iba a ayudar su hermana Rose con todo aquello? 

Más, la pregunta que ocupaba su mente desde hacía días era otra. Charlotte Breedlove había acudido a él con libros antiguos que había custodiado durante años y que consideró que era el momento de dejárselos a su verdadero dueño. Él. Se sumergió en ellos antes de cuestionarse por qué él sería el dueño de los antiguos diarios de Merlín y de otros tantos magos que habían teorizado sobre cómo acabar con el ritual de Morgana Le Fay. Le molestó más el hecho de que Charlotte Breedlove los hubiera ocultado tanto tiempo. Entendió, no obstante, que aquellos libros ofrecían más preguntas que respuestas. Y, hasta ese momento, no habría estado preparado para abordarlas. 

La tercera generación VIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora