Capítulo 2: En ruinas

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Parecía como si estuviera constantemente en una pesadilla. En uno de esos sueños en los que parecía un mundo distópico de los que había oído hablar en Estudios Muggles hacía varios años ya. El Secreto había sido revelado al mundo. Los muggles habían conocido la magia. La profecía se había cumplido.

Los periódicos muggles cubrían las noticias sobre comunidades mágicas escondidas en los rincones del mundo. Los diarios mágicos aseguraban que estaban a salvo y que los magos y brujas no debían temer a los muggles. Pero todos tenían su mirada puesta en Londres. Todos temían que el mundo se convirtiera en una extensión del terror londinense. Una ciudad cubierta de cenizas. Donde los magos y brujas se escondían de los muggles que buscaban venganza.

El Ministerio de Magia había sido claro: quería la seguridad de los magos y brujas. Pero había tantas cosas que el Ministerio quería. Quería la cooperación con los muggles contra la guerra. Habían tomado medidas. Puesto que habían protegido y avisado previamente a las clases altas de los muggles, a la realeza, a los Lords, duques y marqueses que habitaban en Londres y que tenían relación estrecha con grandes sagas familiares de sangre pura desde antes del Estatuto, se habían prestado a hacer campaña en favor de la magia. Los cuerpos de seguridad habían luchado codo a codo con los magos del Temple y del Ministerio en la Caída de Londres. Habían sido avisados gracias a Theia Daphne Malfoy. El Ministerio también quería proteger a las criaturas mágicas. Quería fortalecer la comunidad. El Ministerio quería convocar un ejército. Fuerzas. De todo el mundo. Para detener al Ojo.

Alexander Moonlight escuchaba las palabras de Hermione Weasley, la Ministra; apoyado sobre el muro de lo que había sido la Galería Nacional de Londres. En ese momento, el nuevo Parlamento improvisado de Reino Unido. Observaba, como un perro guardián, a los presentes. Magos, brujas, criaturas mágicas y muggles. Habían llegado de todas partes de la isla para escuchar la estrategia que debían seguir. La Ministra habló de la recién fundada manada de Moonlight y de cómo aún buscaba un sitio donde asentarse. Cómo, dada la capacidad de trabajar en equipo de los lobos, sería el campamento principal al que todos estaban invitados una vez que encontraran un hogar. Moonlight asintió en la lejanía a las palabras de la Ministra.

Cuando su discurso acabó, les pidió a todos que se unieran a conocerse mejor. Que forjaran lazos de amistad. Alianzas. Les recordó a los muggles que no tenían que temerles. Les rogó a los magos y brujas que acudieran a las autoridades mágicas si necesitaban un lugar seguro donde quedarse. Con un apretón de manos con el Primer Ministro británico, dio por finalizada su intervención. La Reina de Inglaterra, una muggle anciana, tomó la palabra para apoyar a Hermione Weasley. Todos los muggles presentes aplaudieron.

Una mano dio unas palmadas en el hombro de Moonlight. Se giró para ver a Ronald Weasley. Arqueó una ceja. El hombre simplemente sonrió. Al principio, creyó que se trataba de orgullo por su mujer. Más vio un cierto brillo de diversión que no encajaba con el escenario.

-Ven, Moonie, quiero presentarte a alguien -Le arrastró por el mar de gente con caras largas y armados hasta los dientes.

Había forjado alianzas con los jefes de seguridad muggle. Era un Auror. Tenían que estar coordinados. Tenían, entre otros proyectos, otorgarles armas modificadas mágicamente. Como las que tenía el Ojo. Pero aún no habían hecho anda.

Moonlight seguía buscando un lugar donde asentar raíces con su pequeña manada. Desde que hizo el ritual, ningún licántropo se había unido a ellos. Lo prefería así. Ni siquiera podría ofrecerles un hogar donde quedarse. Entendía, ahora, lo difícil que debía haber sido crear algo tan valioso como Luperca.

Cuando vio que Ronald le llevaba a una pequeña reunión de pelirrojos, se mordió la lengua por dentro. Tensó sus músculos. Y apretó la mandíbula. Odiaba a Ronald. Se pasó la mano por el pelo en evidente desesperación. Aquella era una trampa de la que no podía escapar. Lo cierto era que ya conocía a todos los presentes.

La tercera generación VIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora