Los tiempos prometidos se acercaban como aquellas nubes que poblaban el cielo y lo oscurecían antes de una tormenta. Lo habían conseguido de manera lenta. Desapercibidos. Siglo tras siglo. La sangre había sido derramada sin piedad en aquella carrera milenaria por estar lo más cerca del Señor y la Señora. Traiciones de sangre, amor y amistad. Nadie, nunca, había estado a salvo en aquel juego de poder. En la historia del Clan del Ojo.
El Señor les había reunido en aquel monasterio perdido en las colinas verde oliva de la Toscana italiana. Era mediados de mayo, más parecía un verano infernal. Un calor seco hacía que la piel picara y la enrojeciera. La penumbra del monasterio resultaba un fresco remanso de paz para sus inquilinos. No había más almas mágicas en aquel lugar de piedra caliza y sonido retumbante que las suyas. Los muggles les miraban a través de sus largos ropajes negros y su voto de silencio.
Todo lo que quedaba de su familia se encontraba allí. Más solo ella, Zoe Günilda McOrez, se había aventurado a esperar a su abuelo tras las puertas que escondían uno de los secretos más guardados de la humanidad: Mordred, el Inmortal.
Sus ojos jamás se habían posado sobre él. No le permitían conocerle. No le permitían estar en su presencia.
Desde hacía tiempo, pensaba que se trataba de la eterna misoginia mostrada por el Ojo. Mordred debía acatar las órdenes de su madre: la mujer que, incluso habiéndole ofrecido él toda su lealtad, lo abandonó para convertirse en la bruja más oscura que la humanidad jamás conocería. Y le dejó a él la tarea de asegurarse que las profecías se cumplían. Que los descendientes de ella, de la línea de sangre que había sido creada por la unión de su madre a Salazar Slytherin, serían sus súbditos para poder tenerlos bajo control. Que uniría a los magos más poderosos bajo su ala y los guiaría en una batalla contra las fuerzas que impedirían su retorno en un futuro prometido. No obstante, no había contado con que uno de aquellos irónicos contrapesos del ritual de su madre, supusiera que todo descendiente de aquella criatura naciente de Morgana Le Fay serían mujeres. Una tras otra. Mujeres tan intransigentes como lo había sido su madre. Que, o bien rugían su poder contra sus soldados, o se escapaban de ellos como si fuera su destino. Había sido más de un milenio de intentos de dominación sobre las féminas destinadas a llevar la sangre que necesitaba su madre. Y Zoe McOrez podía llegar a intuir que Mordred las odiaba porque le hacían recordar que era la sangre de una mujer la que valía, no la de aquel que se convirtió en el Inmortal.
Las enormes puertas de madera de roble crujieron indicando su inminente apertura. Zoe se echó hacia atrás. Recogió su larga capa para apresurarse a echar los hombros hacia atrás y recomponerse de todos los pensamientos que nublaban su mente.
No habían sido unas semanas fáciles para Zoe McOrez.
Su hermano había desaparecido. Había perdido su rastro por completo. A la segunda semana de su desaparición, el Ojo lo dio por muerto. En lo más hondo de su corazón, Zoe sabía que podía ser así. No quería admitirlo, más su intuición se lo estaba gritando. Reconocía, también, que Frank McOrez se merecía morir. Incluso si era su hermano, Zoe podía ver que se estaba convirtiendo en un estorbo evidente para el Ojo. Que su abuelo, Graham McOrez, jamás llegaría a perdonarle que le hubiera dado muerte a su primogénito -cuando su hijo predilecto, Tristán McOrez, acababa de ser asesinado. Graham siempre se había entretenido con las ocurrencias sádicas y maléficas de su hermano. Lo había apremiado y animado a forjar a aquella personalidad que habría de ser su perdición. No obstante, su abuelo tenía un límite: el poder de su sangre. Uno jamás podía traicionar a su propia sangre. Además, la obsesión de su hermano con Lily Potter empobrecía los planes del Ojo con aquella niña. Según había prometido Remus Lupin, Lily Potter sería la líder de la Resistencia en un futuro en el que el Ojo dominaba el mundo. Sin Lily Potter, ese futuro podía quedar fuera de sus opciones. A Zoe McOrez no le extrañaba que su abuelo hubiera mandado a un asesino tras la pista de Frank. Si así había sido, Zoe necesitaba saberlo. Si había sido un duelo para deshacerse de él como hacían con los sirvientes, el honor de su hermano habría sido manchado. Y ella tenía que vengarlo. Necesitaba saber que, de haber muerto, su hermano había mantenido su honor en un duelo digno. Era lo único que le haría quedarse tranquila con algo que sabía que estaba destinado a ocurrir, más que formaba un peso en su garganta.
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La tercera generación VI
FanfictionEl futuro ha venido para prevenirles de la oscuridad. Las profecías se están cumpliendo. Las estrellas auguran la destrucción del mundo tal y como lo conocen... La Tercera Generación de Hogwarts está luchando en una guerra a contrarreloj, a contrac...