CAPÍTULO 1
Es lunes.
El sonido insoportable del despertador me hace dar un respingo en el colchón.
Ocho y media.
—¡Mierda! —mascullo somnolienta.
Hago un gran esfuerzo por separar los ojos.
Demonios.
Me refriego los ojos con los puños cerrados y lanzo un bostezo, el cual retumba en todo el monoambiente. Veo a través de la única ventana que tiene mi piso que el día no se presenta soleado, brillante y celeste. Las nubes dominan aquel cielo porque se aproxima una gran tormenta.
Mierda, eso me provoca menos ganas de levantarme y comenzar mi día.
Retiro las sábanas de mi cuerpo y las pateo hasta ver que llegan al borde del colchón. Me apoyo sobre mis hombros.
«Vamos, Amy, levanta tu estúpido trasero de la cama y ve a trabajar».
Debo agradecer que mi trabajo se encuentra debajo de mi pequeño y bonito apartamento ubicado en California y que no tengo que tomar ningún autobús para dirigirme a él.
Abro mis ojos por completo y miro hacia mi derecha al escuchar el ronronea habitual de mi gata Ronny, que se estira y ocupa la mayor parte de mi cama porque acaba de despertarse, pero no tiene ninguna intención de salir de ella.
Ronny tiene el pelaje blanco y sus orejas, patitas y cola grises. Puede llegar a ser confundida con una gata siamés, pero ella y yo sabemos que no lo es, solo aparenta ser una.
La adopté en un centro de adopción gatuno. Cuando la vi, fue amor a primera vista.
Ella me observa con sus inmensos ojos azules. Tengo ganas de seguir durmiendo a su lado.
—Debo ir a trabajar para pagar tu comida. —Me acerco a ella y le acaricio la pancita—. No cabe duda de que soy tu esclava.
Salgo de la cama de dos plazas, me pongo de pie, lanzo otro gran bostezo y me veo obligada a arrastrarme hasta mi baño para darme una ducha, cepillarme los dientes y hacer pipí.
Termino de hacerlo y me encuentro un poco más despabilada gracias a la ducha. Salgo del baño con una toalla alrededor de mi cabeza y otra alrededor de mi cuerpo. Me preparo café y enciendo la televisión, justo en las noticias.
Uh, atropellaron a alguien en la avenida Maiden Lane. Pobre señora.
¡Hurra! ¡Sigue viva! Me alegro por ella.
—Y que Diosito le dé muchos cumpleaños más —le digo a la televisión contenta.
Ya me he acostumbrado a charlar conmigo misma por las mañanas.
¿Acaso estoy loca? Para nada, es sano hablar en voz alta de vez en cuando.
Mientras desayuno unos tostados con café, pienso qué pantalón debo colocarme hoy.
La cafetería Blue Moon queda debajo de mi monoambiente. Los dueños me alquilan el sitio a un precio razonable en una de las calles más transitadas de California, Santa Mónica.
En verano se atasca de gente y en otoño e invierno las personas deciden visitar otros sitios lejos de la playa.
Hoy es extraño ver cómo inicia el verano aquella mañana de junio con una gran tormenta de nubes pesadas y negras. Puede sentirse la humedad, sobre todo en mi cabello castaño.
Me pongo mis vaqueros azules, los que me favorecen, mis converse negros, una camiseta manga larga blanca y por encima de ella un delantal verde que rodea mi cuello y mi cintura. Este tiene a la altura del corazón su logo; una taza pequeña de café humeante y por debajo de ella el nombre del sitio. Me dirijo al espejo de cuerpo completo que tengo colgado en una pared de mi casa y repaso mi aspecto en él mientras me recojo el cabello con mis dedos para hacerme una coleta alta. Acomodo mi flequillo hacia el costado y suspiro. Mis ojos grises parecen cansados y algo rojizos. No le doy importancia.
ESTÁS LEYENDO
El clímax de un millonario (Libro 2 TRILOGIA EL PECADO DE LOS DIOSES)
Teen FictionAmy Steele es una empleada del café Blue Moon, ubicado en California. Pero, por las noches, se dedica a escribir relatos eróticos que dejan ver sus oscuras y atrevidas fantasías. Ella desea convertirse en una gran escritora y vivir de sus libros en...