Capítulo 20

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¿Qué pasaría por tu mente si de la noche a la mañana te enteras de que tienes un marido
guapísimo y una vida que no recuerdas?
Porque yo, si soy franca, soy un manojo de nervios con un manuscrito contra mi pecho.
Estoy ante un hombre hermoso con signos de llanto que está agachado frente a mí con sus
rodillas flexionadas y con sus manos en mi regazo. Me observa con tristeza y gran
preocupación.
Solo he visto la faceta fría y calculadora de Matt, y hoy, ante mí, tengo a un hombre
vulnerable con una desesperación que me ablanda el corazón.
—Dime, por favor, que me crees, Amy —me suplica en un susurro.
No soy capaz de decir nada. Lloro asustada con toda esta situación abrumadora.
—Sí. Debo ir a trabajar —logro excusarme en voz baja.
Cierra los ojos con gran pesar y asiente con la cabeza.
Me levanto de la silla con la intención de salir del despacho. Necesito espacio. No puedo
dejar de llorar.
¿Por qué fueron tan crueles los dioses como para castigarnos de esta forma? ¡Mi madre
y el padre de Matt! ¡¿Por qué?!
Si en algún momento lo amé, merezco recordarlo.
No me queda duda de que Matt me ama luego de todo lo que ha hecho por mí.
¿Su esposa? ¿Yo soy su…? Esto es imposible de asimilar. No puedo hacerlo si él está
cerca.
—Te llevaré al trabajo —se ofrece.
Acelera el paso para alcanzarme y así abrirme la puerta.
Me frustra un poco que sea caballeroso en un instante como este.
—Matt, no es necesa…
—Por favor —insiste.
Agarra el pomo de la puerta y la abre por completo.

Matt aparca frente a la puerta que conduce a mi monoambiente y al de Patrick.
Tengo una hora para poder ponerme ropa acorde al trabajo, ya que tengo puesto el
vestido de la cita y unos zapatos que ya quiero guardar para no volver a usarlos por un
largo tiempo. También tengo hambre.
«Matt y yo estábamos muy ocupados haciendo cosas como para comer…».
Me obligo a no pensar en ello.
Estoy demasiado triste y en shock. Mi mente quiere mantenerme alegre incluso en mis
peores momentos como una especie de autodefensa para no destruirme.
Estamos en silencio.
Matt me mira más de la cuenta, lo sé porque lo veo de reojo.
—Te daré el tiempo que necesites —rompe el silencio con sus palabras monótonas,
como si fingiera que nada de esto lo afecta.
No puedo culparlo, no cuando actúo con indiferencia.
«Ay, no. No, por favor, no quiero llorar otra vez».
—Perdóname por no recordarte, Matt. —Se me quiebra la voz y mis ojos se empañan.
Ni siquiera puedo verle a la cara.
Entonces le da vuelta con sus dedos debajo de mi mentón, obligándome a observarlo.
—Solo necesito que recuerdes esto —su voz se quiebra—: te amé y te amo aunque
estemos destinados a no ser.
Su confesión me toma por sorpresa.
Me quedo en silencio perpleja. Esto es demasiado. Quiero echarme a llorar otra vez.
—Lo siento.
Salgo del coche con rapidez antes de que mis impulsos de besarlo sean más fuertes que
mis ganas de encerrarme para poder procesar toda la información que recibí en una noche.
Apenas atravieso mi apartamento, me dejo caer sobre la cama, con zapatos y todo, y
lloro desconsolada. El dolor es indescriptible. Es físico y mental. Lo siento por todo mi ser y
me cala hasta la médula.
Es una pesadilla de la cual quiero despertar.

Pasan los días, de esos que son lentos y quieres que se terminen, pues la sensación de
angustia no desaparece, predomina todos mis sentimientos al borde de bajarme el ánimo de
una forma agresiva.
Digamos que mis días se vuelven absurdamente tediosos; despertar, atender el café,
pasear a mi gata, darle de comer, ducharme, alimentarme y dormir. Y así todos los días,
hasta que llega el fin de semana y me quedo encerrada en la casa sin hacer nada.
Pienso en Matt y lloro.
Pienso en que le he roto el corazón a un hombre que no lo merece y lloro.
Pienso en lo que no puedo recordar y lloro.
Todo se repite.
Cada día es una agonía que no cesa.
Ya perdí la cuenta de cuántas veces levanté el celular, lo desbloqueé y titubeé en
enviarle un mensaje a Matt, pero cuando el teclado aparecía en la pantalla me detenía.
¿Qué demonios iba a decirle? ¡Nada! ¡No podía decirle nada porque no había nada que
decir! ¡Me sentía demasiado culpable, ya que gracias a mi madre sus padres estaban
muertos! Aunque él parecía pasar por alto la situación traumática para estar conmigo. Era
algo de no entender.
Para agregar, con simpleza tuve relaciones con él, luego se volvió un gran amigo y ahora
resulta que es mi esposo. Es un paso gigantesco. Un gran salto que no esperaba en
absoluto.
Debo aclarar mis ideas.
Estoy hecha un lío de lágrimas y confusiones.
Se dice de California que es el estado de la eterna primavera. Este tópico se debe al
clima templado que hay durante todo el año, aunque las temperaturas pueden variar mucho
según la región. Mientras tanto, el otoño quiere adueñarse de la ciudad costera; los árboles
comienzan a teñirse de amarillo poco a poco y el verano se despide una vez más.
Si en pleno verano los clientes vienen a montones, en otoño vienen el doble. Es habitual
en ellos sacarles fotografías a sus cafés desde un ángulo favorable y subirlas a Instagram
para luego beber solo la mitad.
En cada cliente deseo ver el rostro de Matt. Quiero que viniera, quiero encontrármelo por
sorpresa, pero eso no pasa por más que lo desee en mi interior.
Cada vez que suena la campanilla de la puerta, mi cuerpo reacciona de forma
automática y mira la entrada con el corazón desembocado, con la esperanza de que sea él
quien cruza la puerta y no un desconocido.
—Y aquí su café. Que lo disfrute. —Entrego una bandeja en la mesa siete con mi voz
cantarina falsa para que quizá me den algo de propina.
Ya es automático que mi voz cambie cada vez que me toca atender en el café.
—Bonita trenza, al igual que su rostro.
Levanto la vista. Estaba tan centrada en mis pensamientos que no le presté atención al
hombre de cabello rubio, ojos verdes y barba creciente que me observa más de la cuenta.
Ronda los veintisiete años. Tiene un gorro de lana gris y varios mechones rubios se
escabullen por su frente. Está sentado de brazos cruzados sobre la mesa. Viste un saco del
mismo color, el cual hace juego con el gorro. Es de una contextura física enorme, bien
dotado.
Me contempla con simpatía.
Me ruborizo al instante.
—¿Desea algo más? —le inquiero con cortesía e ignoro su comentario.
—Sí, una cita con usted—responde con una sonrisa, como si en realidad le divirtiera mi
asombro.
«¡¿Qué?!».
Suelto una carcajada y evado un mohín.
—Yo creo que no. —Me sobresalta la voz de Matt detrás de mí.
Me doy la vuelta; está con cara seria. Fulmina al hombre con la mirada, se lo come vivo.
«Mierda».

Viste una cazadora negra que le queda de infierno, unos pantalones oscuros y unas
borceguís negras. Asimismo, tiene el cabello revuelto.
«Wow».
¿Qué ocurrió con el tipo de traje y corbata? Incluso su pinta de rudo me hace temblar.
El desconocido levanta las manos en signo de rendición sin dejar de sostener su sonrisa
de labios cerrados.
—Dios mío. —Entorno los ojos.
Paso por su lado y me alejo de la situación embarazosa.
He presenciado una competencia de quién come más salchichas.
—Amy, ¿podemos hablar? —Matt me toma del brazo y me obliga a volverme hacia él
para mirarlo.
Me clava sus ojos grises, apenados y desesperantes.
—Tengo mucho trabajo, precioso. Después te busco —le digo con calma y me zafo de
su agarre un poco. Me sorprende que vuelva a cazarme, pero de la mano.
Su rostro desesperado se desvanece. Una sonrisa esperanzadora florece de sus labios y
frunce el ceño, como si no pudiese creer lo que acabo de decirle.
—¿Acabas de decirme «precioso»? —Evade una risa, lo sé—. ¿No estás enojada
conmigo?
—¿Qué? ¡Por supuesto que no! —le contesto con rapidez, espantada con la idea de que
piense eso—. ¿Por qué lo estaría?
Menea la cabeza, parece confundido, y sostiene mi mano con delicadeza. Nuestros
dedos se rozan, y es un contacto tan agradable que tengo miedo de que me suelte.
Dios mío, quiero echarme a llorar. Él no tiene noción de cuánto lo he extrañado.
—No me hablas hace días. La última vez que te vi fue todo tan raro que no sé…
simplemente lo supuse —atropella las palabras nervioso.
—¡Amy, ven, por favor! —me llama Patrick desde la cocina.
Me giro para observarlo; tiene más pedidos para entregar a las mesas.
Mierda, no quiero que esto se interrumpa.
De pronto, me encuentro aturdida por las personas que charlan, el llamado de Patrick y
la inesperada visita de Matt.
—Esta noche habrá una fiesta en el hotel Trivelan. El hotel de mi familia. Vengo a
invitarte en persona, pero veo que estás atascada de clientes. —Hace una mueca y escruta
nuestro entorno.
—Iré —contesto con rapidez y suelto su mano.
Empiezo a alejarme sin dejar de mirarlo.
—¡Pasaré a recogerte a las ocho! —exclama entre el griterío de la clientela con una
amplia sonrisa que ilumina su maldito rostro esculpido.
De repente, me siento entusiasmada.

El clímax de un millonario (Libro 2 TRILOGIA EL PECADO DE LOS DIOSES)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora