Tener sexo toda la noche con Matt me llevó a plantearme si realmente es la primera vez que experimento tener relaciones. No me duele nada. Imaginé que ocurriría como en las películas y los libros: dolor, incluso sangrado. Pero nada de eso ocurrió. No es que esté preocupada por eso en particular, sino que lo que más me inquieta es la idea de que quizá no era virgen. Temo no recordar mi primera vez, si es que la tuve.
Al borde de no dormir y ver el amanecer resplandecer desde el ventanal gigantesco de la habitación, me encuentro despejada en la cama del enigmático Matt Voelklein. Giro el rostro para verlo; está sereno. Duerme con el rostro pegado a su almohada de un tono verde
oscuro, por debajo de ella tiene su brazo y el otro me abraza por encima del vientre. Como está de cara a mí, tengo la oportunidad de examinarlo bien por primera vez en mi vida.
Su hermoso rostro parece más joven y relajado, como si no hubiera conciliado el sueño hace ya tiempo. Sus labios, gruesos y perfilados, están un poco abiertos. El pelo, limpio y brillante, alborotado. Tengo mucho en que pensar.
Siento la tentación de alargar la mano y tocarlo, pero está precioso dormido y temo
interrumpir su armonía.
Salgo de las sábanas suaves de color verde oscuro. Hace juego con las almohadas. Qué
maravilla.
Sé qué mi ropa ha quedado en el sofá y que estoy desnuda.
Camino en puntas de pie hacia el vestíbulo de Matt y no tardo en colocarme una camisa
suya blanca. Este hombre tiene a montones. Estoy maravillada. Incluso me tomo un
momento para oler el cuello de su camisa, que huele a suavizante.
«Huele a él».
¿Matt oliendo a suavizante? Sí, puede ser.
Hay pantalones guardados y zapatos de todo tipo.
Amo su vestíbulo, que crea una combinación de blanco, negro y gris, incluso sus
playeras y vaqueros. Me asombro cuando veo uno azul, pero todos esos colores apagados
predominan.
«¿Estás tan triste en tu vida, Matt, para usar solo esos colores?».
Me intriga.
En un par de horas debo ir a la cafetería a trabajar. Entro a las 8:00 a.m. y apenas pisan
las 6:00 a.m.
Tengo sed, así que tengo la intención de salir de su enorme habitación, que es más
grande que mi apartamento. Salgo directo al pasillo de paredes blancas, al igual que el
porcelanato del suelo. Una casa enorme y resplandeciente para un hombre solitario. Que
melancolía. El silencio inunda mis oídos; es más inquietante que cualquier otro sonido.
Miro ambos lados del pasillo.
¿Dónde demonios está la salida a las escaleras para la planta baja?
Opto por ir a la izquierda y comienzo a caminar en esa dirección. Sin embargo, algo me
hace detener en seco; una puerta a mi costado de madera clara, la cual es carísima.
Además, tiene muchos detalles, aunque debo admitir que eso no es lo que capta mi
atención. Me resulta familiar. Con el corazón en la boca, me dirijo hacia ella. Agarro el
picaporte frío y me atrevo a abrirla.
Para mi sorpresa, se encuentra abierta.
«¡Amy, estás en propiedad ajena! ¿Qué demonios haces? ¡Vuelve a la cama con ese
papucho!», me regaña mi subconsciente, pero yo no le hago caso y paso de él.
El aroma a lavanda inunda mis fosas nasales apenas abro la puerta, lo que me
tranquiliza. La lavanda es mi aroma favorito. Logra relajarme, hasta que veo ante mis ojos
algo que hace elevar todas las hipótesis posibles. Es una especie de gimnasio hogareño;
hay diversas maquinarias para hacer ejercicio. Tiene una gran vista a la playa. La luz del sol
ingresa sin problema e ilumina todo a su paso. Contemplo cada detalle.
¿Matt tiene un gimnasio en su casa?
Trago con fuerza al ver que en el medio de este enorme sitio hay un tubo, de esos que
yo utilizo para realizar pole dance. Está limpio, liso y brillante con aquel gris metálico.
Me acerco a él confusa.
¿Por qué Matt necesita una barra? ¿Desde cuándo tiene una?
Estoy a punto de tocarla, pero no lo hago, me retracto y salgo de allí con rapidez.
Aún no hay rastros de Matt, de modo que me permito merodear por la casa un poco más.
Hay otra puerta cerrada que está frente al gimnasio privado. También me atrevo a abrirla
con curiosidad; es un despacho que tiene una biblioteca detrás de él, la cual es inmensa
con incontables libros con sus portadas multicolores y que llega hasta el techo. Dios mío.
Supongo que es su oficina.
Hay una ventana que da a la calle, pero no es muy grande.
Me acerco al escritorio de madera de algarrobo y paso mis dedos sobre él. Hay una
computadora abierta y un lapicero junto a varios papeles.
Qué extraño. La casa está impecable, pero su escritorio no.
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El clímax de un millonario (Libro 2 TRILOGIA EL PECADO DE LOS DIOSES)
Teen FictionAmy Steele es una empleada del café Blue Moon, ubicado en California. Pero, por las noches, se dedica a escribir relatos eróticos que dejan ver sus oscuras y atrevidas fantasías. Ella desea convertirse en una gran escritora y vivir de sus libros en...