Cierro la puerta del coche de Matt de un portazo y me cruzo de brazos furiosa. Me he
puesto los lentes de sol en un intento de escudo para no verlo. Sí, es algo absurdo pero
bueno. Otra cosa no se me ocurrió para viajar con él cinco malditas horas.
Matt es un hombre que a veces puede amanecer frío y distante. Luego es el tipo más
divertido del mundo con sus respuestas irónicas y sarcásticas.
Y hoy está en ese estado; se burla de mí.
Eso no me hace gracia, me indignaba. Él me dejó y ahora actúa como si nada.
Realmente es horrible cuando alguien es capaz de cambiar tu estado de ánimo.
«Maldito señor músculos y cara tallada por los mismos dioses».
Sube al coche con aire arrogante y me roba los lentes de sol de un tirón y se los pone.
—¡Oye! —lo regaño malhumorada—. ¡Son mis lentes!
—Me quedan mejores a mí —gorjea mientras se observa en el espejo retrovisor—.
Maldición, soy guapísimo.
Y lo que más me da rabia es que tenga razón.
Incluso resalta sus facciones tan masculinas que me dejan sin aliento.
—Cállate. —Me hundo en el asiento y me cruzo de brazos.
—Tú cállate.
—¿En serio quieres pelear? Ni siquiera pusiste en marcha el coche.
—Puedo torturarte durante cinco horas cantando. —Mete las llaves en el contacto y me
regala una media sonrisa.
—Estas no son vacaciones.
—Sí lo son para mí. —Se encoje de hombros y hace rugir a la Ram como si la
dominara—. Haré un viaje largo con una chica sexi que tiene un culazo de infierno y un
rostro espectacular. ¿Cómo no pueden ser vacaciones?
El auto se pone en marcha, pero Ada se nos adelante manejando en su camioneta
oscura y sale primero de su enorme entrada directo a la calle.
—¿Por qué Ada conduce y yo no puedo manejar tu coche?
—Su esposo tiene una sola mano. No seas mamona, Amy.
—Olvida que dije eso.
—Con una condición. —Sale a la calle y comienza a seguir el coche de Ada.
—¿Cuál? —Pongo los ojos en blanco exasperada.
—Que pueda escoger la música del viaje.
Entonces enciende el estéreo y comienza a sonar una canción de los Guns N’ Roses,
cosa que me sorprende muchísimo. Me mira de reojo y se echa a reír con su risa ronca y
juvenil.
—¿Qué? ¿Creíste que pondría música clásica?
—Sí, eres un tipo aburridísimo.
—¿Está segura de lo que dice, señorita Steele? —me desafía entre risas.
No sé lo que trama, pero de pronto el ánimo triste que me atormentó estos días se
esfuma y creo que vuelvo a sonreír de verdad. Todo por él. Me siento vulnerable por ello.
El amor puede hacerte sentir absurdo, ni te reconoces.
—Sí.
Asiente con lentitud y frunce los labios. Conduce relajado.
—Bien —acepta—. Veremos cuánto te dura esa postura.
Entre canciones famosas y melodías mal cantadas por Matt y yo, llegamos a una
gasolinera ubicada en el medio de la nada. El día pinta a nuestro favor con su cielo azul y
clima cálido, aunque el viento te eriza la piel de forma molesta, pero el sol lo compensa y te
abriga.
Matt se baja del coche y carga el tanque.
A mí se me hace agua la boca cuando veo a un joven cruzar la puerta de la tienda con
una bolsa de patatas fritas.
Bajo del coche y entro a la tienda. En cuanto salgo, ya tengo una bolsa de patatas fritas y
varias barras de chocolate en una bolsa. Amo el chocolate y también las patatas fritas.
—¿En serio? —cuestiona sorprendida al ver la bolsa y luego mi rostro de niña
contenta—. Solo hicimos una hora de viaje.—Mi pancita me lo exigió —me excuso con una sonrisa pícara.
Me meto en el auto ansiosa por saber si elijo lo dulce o lo salado.
Después de un rato, Matt se sube al coche luego de pagar y me mira a través de los
lentes con el cabello alborotado.
—Quiero —señala la bolsa de patatas con cierto interés en su voz.
—Cómprate las tuyas.
Acerca su rostro al mío con una postura que desafía todos mis sentidos. Trago con
fuerza. Si se acerca tan solo un poco más, puede que nuestros labios logren rozarse. Madre
mía.
—Me das o te azoto el culo. Tú decides.
No puedo resistirme. Suelto la bolsa, que cae sobre mi regazo con un ruido inocente, y
tomo el rostro de Matt para atraerlo hacia mí y besarlo con fuerza. Lo tomo por sorpresa.
Nunca he tomado la iniciativa. Hasta hoy.
Matt me corresponde algo dudoso, pero su instinto por aceptar lo que siente por mí lo
consume y me devora de un beso, de esos que son tan indispensables como el oxígeno y
que no quieres perderte por nada en absoluto.
Dios, lo eché tanto de menos que se me encoge el pecho por la melancolía. Fueron días
difíciles. Nunca me he rendido al intentar pelear por él.
Mis manos acarician su barba insípida y suben a su cabello para después entrelazarse
por detrás de su nuca.
—Yo también te amo —susurra contra mis labios.
—Yo no he dicho nada. —Estoy sin aliento.
Se aparta de mí y acaricia mi mejilla, se quita los lentes y me observa directo a los ojos.
Dios mío, su color de iris es tan claro y profundo.
—Sí, en el hotel el día de mi cumpleaños, cuando te marchaste luego de la discusión.
Dijiste que me amabas —suelta con palabras atropelladas—. Lo recuerdas, ¿verdad?
Sigues amándome, ¿verdad? —La desesperación se cala en su voz baja.
—Siempre te he amado, nunca dejé de hacerlo —le confieso destrozada.
Entonces vuelve a besarme con devoción, aliviado. Todo eso se nota en sus labios
húmedos, cálidos y suaves. Acaricia los míos en un ritmo lento pero prometedor. Se aparta
con cuidado y vuelve a encender el coche. Ambos intentamos recobrar el aliento.
—Vamos por nuestro final feliz —dice con orgullo en su voz y el coche sale disparado.Llegamos a las cabañas que tanto ama Ada Gray. Ahora comprendo por qué. Tiene una
vista maravillosa que da a un lago de agua cristalina, el cual es rodeado por una amplia
arbolada.
Dios mío, qué belleza.
Aparcamos los coches en una de las entradas de las cabañas. Bajo de él con el trasero
entumecido, y no por una nalgueada de Matt, sino por sus asientos. Sí, son cómodos, pero
no cuando estás mucho tiempo sentada.
El suelo está cubierto por piedras blancas y escucho su crujir al bajar de la camioneta.
Matt baja también, mete sus manos en los bolsillos de su chaqueta y observa el sitio. Le
da un silbido de aprobación.
Me causa gracia que aún tenga puestos mis lentes.
Ambos decidimos bajar nuestro equipaje del baúl sin decir nada, pero cada tanto él me
regala una sonrisa compradora, de esas que te ruborizan y te dejan helada.
De la nada volvimos a ser cómplices, y eso me pone contenta, muy contenta.
—Bueno, hemos llegado. —Max sale del coche de buen humor junto a su esposa—.
¿Les gusta?
Son dos cabañas enormes con muchísimas ventanas y de doble piso.
—Son preciosas —le respondo con una sonrisa.
—¿Qué si me gustan? Es el paraíso, y es aliviador no escuchar el ruido de la ciudad —le
contesta Matt.
Ada se me acerca y me toma del brazo para entrelazarlo con el suyo.—Cuando crucemos esta puerta, todo volverá a la normalidad y vivirán en paz —me
alienta risueña y simpática como siempre.
Se me instala un nudo en la garganta.
Matt y Max suben las escaleras de entrada.
«Espero que sí. Espero que podamos vivir en paz».
El interior del lugar es acogedor. A mi izquierda hay tres sofás; uno largo y otros dos
pequeños a sus costados, los cuales rodean una mesa. Tienen vista a una enorme
chimenea lista para ser encendida. Al fondo está la cocina, que por supuesto es demasiado
moderna. Es más, incluye una mesa redonda gigantesca con sillas de algarrobo. La
segunda planta está a la vista con barandales de madera y una escalera del mismo material
que te lleva a ella. Desde la plata baja puede verse una cama de estilo matrimonial con vista
al lago. Es sencilla y preciosa.
Estoy fascinada.
Max se agacha en una sección del suelo y retira una madera encastrada oscura de él.
Del hueco oculto, saca una caja mediana, oscura y de hierro, que posee un candado.
Ada, Matt y yo nos acercamos a él mientras le quita el polvo soplándola.
De repente, sé qué es. De forma involuntaria, al ver que Matt está a mi lado, mi mano
busca la suya. En cuanto la encuentra, se entrelazan. Levanto la mirada hacia él; me
contempla con un brillo de esperanza en sus ojos. Aprieta mi mano con suavidad.
—Esto es lo que necesitan. —Max le da la caja a Matt. Él suelta mi mano para
agarrarla—. El espejo que hay dentro conecta a Perséfone. Sé sincero con ella, aunque la
diosa sabrá cuánta verdad hay en lo que sienten el uno por el otro. Ella me salvó, y hoy,
gracias a su divinidad, estoy con Ada. —Le regala una sonrisa a su esposa.
Puedo ver cuán aliviado está por haber conseguido esa tranquilidad que tanto desea con
Ada.
Max y Ada se marchan, no sin antes darnos la buena suerte.
Cuando se cierra la puerta, me doy la vuelta. Matt me observa desde el otro lado de la
sala con una intimidad que me resulta familiar. Dejó la caja en la mesa de la cocina. Está de
brazos cruzados. Se ha quitado los lentes y los ha dejado colgados en el cuello de su
camisa. Su rostro es la iluminación perfecta del atardece gracias a los rayos del sol. Incluso
la luz hace brillar aún más sus ojos claros y resaltar todas sus facciones perfectas e
inmaculadas.
Es una conexión inmediata de dos personas que quieren estar juntas por más que el
destino les suplique que no.
Sin decir nada, me regala una media sonrisa, de esas que me vuelven loca y que hacen
marcar sus hoyuelos en las mejillas, y se dirige otra vez a la mesa con gran pesar.
Creo que me ha dado a entender que no se acercará a mí hasta que toda esta mierda se
resuelva.
Arrastra una silla y se sienta para observar la caja con detenimiento.
Suelto el aliento, sin saber qué lo contenía, y me acerco a él para tomar asiento a su
lado.
Contemplamos la caja con cierta intriga y volvemos a tener un choque de miradas.
—Tengo el presentimiento de que lo bueno traerá algo malo —confiesa con un nudo en
la garganta y agarra mi mano por encima del algarrobo frío.
A Max le arrebataron el brazo…
¿Qué nos esperará a nosotros?
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El clímax de un millonario (Libro 2 TRILOGIA EL PECADO DE LOS DIOSES)
JugendliteraturAmy Steele es una empleada del café Blue Moon, ubicado en California. Pero, por las noches, se dedica a escribir relatos eróticos que dejan ver sus oscuras y atrevidas fantasías. Ella desea convertirse en una gran escritora y vivir de sus libros en...