El clímax de un millonario (Libro 2 TRILOGIA EL PECADO DE LOS DIOSES)

Capítulo 23

TOM VOELKLEIN.

Tom Voelklein, con el peso del arrepentimiento y la sombra de un pasado oscuro, se encontraba corriendo en la pintoresca playa de California, donde el suave susurro de las olas y la brisa marina creaban una sinfonía relajante. Bajo el radiante sol, la arena dorada se extendía hasta donde alcanzaba la vista, un lienzo perfecto para la introspección de Tom.

Mientras sus zapatillas dejaban huellas en la arena húmeda, su mente divagaba entre los recuerdos dolorosos y la necesidad de redención. La playa ofrecía un escape, un espacio vasto donde podía liberar las tensiones que lo atormentaban. El sonido rítmico de las olas chocando contra la costa proporcionaba un fondo calmante para sus pensamientos tumultuosos.

El horizonte se extendía infinitamente, reflejando la esperanza de un nuevo comienzo. Tom corría con determinación, cada paso resonando con la firmeza de su decisión de cambiar. La brisa salada acariciaba su rostro, llevándose consigo parte de la carga emocional que lo perseguía.

A medida que avanzaba, el sol comenzaba a descender en el cielo, pintando tonos cálidos y dorados sobre el océano. Las gaviotas danzaban en el aire, testigos silenciosos de la lucha interna de Tom. El rugido constante del mar actuaba como un recordatorio constante de la naturaleza implacable del tiempo, un fluir constante que lleva consigo la promesa de nuevas oportunidades.

O podía permitirse pensar en ello porque estaba lo suficientemente drogado para pensarlo.

Había fumado marihuana antes de correr.

Temía que sus antiguas adicciones volvieran por culpa de su malestar.

Tom detuvo su carrera abruptamente, el sonido de sus zapatillas contra la arena cesó en un instante al notar la figura solitaria de Alex. Ella estaba allí, en la playa, inmersa en la contemplación del atardecer, una escena tan cautivadora que hizo que Tom se preguntara si ella estaba viendo el mismo cielo que él. La brisa jugaba con su sudadera azul, tan grande y larga que sus pensamientos divagaron en la posibilidad de que llevara algo más debajo.

Con las piernas desnudas cruzadas y los pies impregnados de arena, Alex parecía una pieza perfectamente integrada en el paisaje dorado de la costa. Su mirada estaba perdida en el horizonte, como si estuviera tratando de descifrar los secretos del universo en el lienzo celeste del atardecer. Cada mechón de sus oscuros cabellos castaños estaba recogido en una coleta casual, otorgándole una apariencia relajada y desenfadada.

Tom, al principio indeciso sobre acercarse, tanteó la idea de retroceder para no interrumpir su momento de introspección. Sin embargo, los ojos distraídos de Alex, que parecían tener una conexión sutil con el entorno, captaron la presencia de Tom. Su rostro, inicialmente tranquilo, se transformó en una expresión de sorpresa, como si hubiera descubierto algo inesperado.

Un silencio tenso se apoderó del aire, solo roto por el susurro constante del mar. Tom, sintiéndose como un intruso en el santuario de pensamientos de Alex, se preguntó si debía retirarse o permanecer allí, enfrentándose a la realidad que se cernía sobre ellos.

¿La veia de esa manera por lo drogado que estaba o por lo hermosa que era? La segunda posibilidad le resultó más convincente.

No le quedó otra que acercarse.

Por suerte ella estaba sola.

ALEX VOELKLEIN.

La casualidad se convierte en un juego aterrador cuando lo veo a lo lejos en la playa. ¿En este vasto océano de posibilidades, de repente, él aparece justo aquí, justo ahora? Cierro los ojos por un instante, preguntándome si los dioses se divierten manipulando encuentros o si, simplemente, el destino tiene un sentido del humor caprichoso. No creo en las casualidades; creo en la inevitabilidad de las cosas, pero este encuentro desafía mi percepción del orden cósmico.