Capítulo 13

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CAPÍTULO 13.

El alba se asoma tímidamente, tiñendo la habitación con una luz suave y cálida. Mis párpados se abren lentamente, desvelándome a un nuevo día.

Una sensación de calor peculiar se posa en mi vientre, extendiéndose por mi cuerpo mientras ocupo mi espacio en la cama.

A mi lado, siento el peso del cuerpo de Mattia en el colchón.

El calor en mi abdomen proviene de su brazo que reposa sobre mí.

Giro mi cabeza con suavidad para contemplarlo, ajeno al mundo mientras duerme plácidamente boca abajo, con la boca entreabierta, en un estado de completa relajación.

Un nudo se forma en mi garganta, una amalgama de sentimientos se entremezcla en mi interior.

Aunque hubiera deseado haber compartido la intimidad de la noche con Tom, me doy cuenta de que solo me acosté con Mattia, el hombre al que le entregué mi virginidad en una ocasión, y que ahora se ha vuelto una presencia constante en mi vida.

La lluvia repiquetea contra la ventana, un ritmo acompasado que rompe el silencio de la habitación.

Es entonces cuando tomo conciencia de que el sonido de la lluvia ha sido el que me ha arrancado de mis sueños.

Desnuda, me siento en la cama y contemplo la lluvia que cae, como si el clima reflejara mi estado de ánimo.

Tengo tanto por procesar que se me antoja imposible no sumergirme en el laberinto de mis pensamientos.

No sé cuándo comenzará mi papel en el hotel; sin embargo, los papeles están firmados y mi compromiso es ineludible.

Aunque no siento el deseo inmediato de acercarme, al mismo tiempo anhelo tomar las riendas y hacerme cargo de todo lo que está por venir.

El peso de las decisiones se posa sobre mis hombros, y sé que debo afrontar lo que está por venir, cueste lo que cueste.

Tocan la puerta.

La tensión flota en el aire mientras me apresuro a ponerme la bata, perturbada por el insistente golpeteo en la puerta.

Mi mano se aferra a un cigarrillo de Mattia en la mesita, encendiéndolo y llevándolo rápidamente a mis labios, buscando cierta calma en la nicotina.

Al abrir la puerta, el cigarrillo se escapa de mis labios, cayendo al suelo al ver a Amy Steele Voelklein frente a mí.

Un susurro de frustración escapa de mis labios mientras levanto el cigarrillo aún encendido del suelo, sujetándolo con los dedos.

—Mierda —murmuro, sintiendo un torbellino de emociones en mi interior, mezclándose con la sorpresa de encontrármela aquí.

Amy me observa a través de sus lentes de sol con calma, y sus palabras rompen el silencio tenso.

—No esperaba que fumes —comenta, su tono neutral contrastando con mi turbación.

El cabello castaño de Amy cae en ondas perfectamente arregladas, enmarcando su rostro sereno.

Lleva un conjunto de oficina, con una falda de tubo negra y una camisa blanca abotonada, lo cual refleja su profesionalismo. Lo que más brilla en ella es su enorme anillo de casada.

—Yo no la esperaba aquí. Hoy no estoy para visitas, tengo un día ocupado —le suelto, intentando cerrar la puerta, pero ella es más rápida y pone una mano en ella, deteniéndome.

—No vas a cerrarle la puerta a tu madre, Alex —afirma con calma, dejando claro que no va a ceder.

La sorpresa inicial se mezcla ahora con una tensión palpable en el aire. Amy y yo nos mantenemos en la entrada, en un juego silencioso de voluntades. Mi mirada busca respuestas en la suya, tratando de entender por qué ha venido en un momento tan inoportuno.

—¿Qué haces aquí? —pregunto, tratando de controlar mi frustración y confusión.

—Necesitamos hablar —responde Amy con seriedad, su voz suave pero firme.

El cigarrillo sigue ardiendo entre mis dedos, una pequeña llama que parece reflejar la chispa de tensión entre nosotras.

—No quiero hablar contigo —logro articular, sintiendo cómo mis ojos se llenan de lágrimas y me regaño a mí misma por ser tan sensible en este momento tan crítico.

—Este momento iba a llegar y lo sabes —insiste Amy, dando un paso adelante, su tono firme y decidido.

—De verdad, si no quieres seguir cagándola, vete Amy —carraspeo, luchando por mantener mi compostura.

Me observa detenidamente, como si estuviera escudriñándome a través de mis ojos.

—Tienes la misma mirada fría de Matt; intimidante y extraña a la vez —comenta, quitándose los lentes de sol y dejándolos sobre su cabeza—. Pero hay tanta fragilidad en tu corazón que sé que solo quieres desahogarte, algo que también siento en mí.

—¡Tú no me conoces, ni siquiera me criaste! —exclamo, la frustración y la confusión brotando en cada palabra.

Entonces, da un paso hacia atrás, llevándose una mano al pecho. Sus labios tiemblan y asiente con la cabeza.

—En serio, nos odias —susurra ella, como si estuviera asimilando esto en voz alta—. Y de verdad lo haces; me miras como yo miraba a mi madre cuando me hacía bailar para hombres en un cabaret de mala muerte.

La revelación me golpea como un puñetazo en el estómago, dejándome atónita.

—Ahora que ya sabes lo que me pasa...lárgate. Tuviste la oportunidad de ir a buscarme al inframundo todos estos años uy no lo hiciste—susurro con rencor—. Y no vengas a decirme que no lo hiciste porque perdiste la memoria. Porque la recuperaste y aún así volviste.

—¿Está todo bien? —aparece Mattia saliendo del pasillo que va hacia mi habitación y mira la situación con sólo su calzoncillo puesto.

Miro a Amy y se queda viendo a Mattia sin ninguna expresión.

Amy asiente con la cabeza, cruzada de brazos y se va, con sus labios apretados.

Cierro la puerta.

No puedo llorar.

Hay algo que no me permite hacerlo.

—¿Esa era tu madre? —me pregunta Mattia detrás de mí.

—Yo no tengo madre, Mattia.

El clímax de un millonario (Libro 2 TRILOGIA EL PECADO DE LOS DIOSES)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora