Capítulo 22.
No pensé nunca que un hombre me haría llorar de esta manera.
El velo de la noche se mezclaba con la danza sutil de mi fumar, como si cada bocanada de humo tejiera un hechizo que envolvía mis emociones en una penumbra dolorosamente hermosa. Me había escondido un rincón de la casa, en un precioso balcón lejano pero que aún me permitía oír la música de la fiesta.
Saber que a partir de ahora lo vería todos los días ya sea en el hotel o con Matt y Amy hacia la cosa más difícil.
¿Cómo puedes olvidar a alguien al que ves todos los días? ¿Cómo empezar un contacto cero?
—Te enamoraste de él.
La voz de Amy Steele me sorprende, provocándome un respingo repentino. Volteo hacia atrás y la descubro adentrándose en el balcón en plena oscuridad de la noche. Su entrada es un despliegue de elegancia envidiable: sus manos entrelazadas reposan con gracia a la altura de su vientre, acariciando la exquisita tela de seda de su vestido azul noche que fluye con la cadencia de sus pasos.
—¿Cómo puedes saberlo? —me enjugo las lágrimas con el dorso de mi mano—. No conoces me conoces.
—Lo sé porque la forma en que lo observabas en nuestra mesa era como si verlo con otra mujer te hiriera con mil dagas por segundo en el corazón.
—No puedo enamorarme de alguien que apenas conozco desde hace semanas —río, aunque las lágrimas persistan en mis ojos—.Es absurdo.
—Yo necesité menos de cinco minutos para enamorarme de tu padre, Alex —se coloca a mi lado y arrebata el cigarrillo de mis dedos, sorprendiéndome al darle una calada—. Fue un flechazo, como si un hechizo nos hubiera unido. Hasta el día de hoy me pregunto cómo demonios sucedió.
—¿No temías que te lastimara al no corresponder a tus sentimientos?
—Sí, lo temía —reposó sus codos sobre el barandal de mármol y exhaló una bocanada de humo, sus ojos perdidos en la distancia entre los árboles—. Él era un hombre de mundo, incluso más en aquel entonces; trabajaba incansablemente para mantener los hoteles a flote. Se atemorizaba que su vasta herencia se desvaneciera con él, al igual que sus padres terrenales. A pesar de todas esas pesadas cargas, se tomó la molestia de compartir un café conmigo, solo para preguntarme por qué había plasmado un pequeño relato erótico sobre él.
—¿Escribiste un relato erótico sobre él sin conocerlo?
Amy sonrió como si recordara aquel día con melancolia. Los mechones largos de su cabello se mueven un poco por la frisa helada.
—Me enamoré y comencé a escribir sobre él. En una noche de desenfreno, decidí enviarle uno de mis relatos a una colega emocionada por leer mis creaciones, ya que, obviamente, también había notado la presencia de Matt en la cafetería. Estaba tan ebria que, por error, se lo envié a él —rió entre dientes.
—¿Cómo conseguiste su número?
—Vino a comprar un café, me pidió que anotara su número para que pudiera avisarle cuando su desayuno estuviera listo. Así que anoté su número y, bueno... así comenzó, de la manera más vergonzosa, nuestra relación.
—Que desastre —me rio.
—En realidad, la palabra que busco no es vergüenza —reflexiona—. Fue el amor el que me llevó a hacer locuras. Ese sentimiento es tan poderoso que te impulsa a hacer lo imposible para que la otra persona sepa que existes. Te motiva a realizar acciones que jamás pensaste que estarías dispuesto a hacer—me mira a los ojos tras soltar el humo por su nariz y boca—. No debes temer a amar, mejor teme si no sientes nada por nadie.
Me sostiene la mirada un momento y vuelve a mirar a la distancia. Nos quedamos en silencio, sin decirnos nada hasta que decido hablar:
—Lamento haber sido una mierda contigo, Amy—me disculpo con cierto tono de voz tan bajo que hasta me avergüenza—. Toda mi vida te imagine como una mujer fría y sin corazón.
En vez de tomárselo como un insulto, se echa a reír una vez más y menea la cabeza, relajada.
—No conociste a ninguna madre mía, porque yo sostengo que son así —respondió con una mirada penetrante que destilaba una mezcla de desencanto y resignación.
—¿Madres? —mi voz reflejaba la sorpresa ante sus palabras.
—Mi madre terrenal deseaba explotarme sexualmente, obligándome a danzar para repugnantes adinerados en lencería, corrompiendo así mi amor por el pole dance —confesó, sus palabras fluyendo con una crudeza que revelaba heridas profundas—. La diosa Artemisa, quien me dio la vida, no permitía que estuviera con Matt. Por temor a que ambos mundos se fusionaran, Hades y ella, en un acto de temor divino, nos arrebataron la memoria a ambos. Así que me quedé sin una figura materna a la cual seguir. Recordé a Matt, pero por alguna razón, aún no logro evocar tu imagen, Alex. A pesar de eso, siento una fuerte conexión que me impulsa a protegerte y amarte con toda mi vida. Cuando te miro, veo la fusión de los ojos de tu padre y los míos. Eres el hermoso resultado del amor profundo entre dos personas. Una perfecta combinación del cielo y el infierno, por lo que eres demasiado valiosa.
Mis ojos se empañaron y un enorme nudo se instaló en mi garganta. No tenía la intención de quebrarme, pero me sentía demasiado sensible. Lo de Tom no me había sentado bien y ahora esto...
—Perséfone solo me dijo que mis padres regresarían una vez que recuperaran la memoria —susurré, quebrada— pero no conocía demasiado la historia.
—No te enojes con ella por eso. Hizo bien en permitirme que sea yo quien te lo diga —se acercó un poco más y colocó su mano en mi mejilla, sosteniendo mi rostro—. Perséfone te crio muy bien, Alex. Claramente, en comparación con mi vida. Jamás dude de lo grandiosa que eres y permítete amar y ser amada, eso es lo único que importa en esta vida.
***
Esa noche, el sueño me eludía por completo. Mis ojos permanecían fijos en el techo, mientras Mattia, a mi lado, roncaba como un tronco en pleno descanso. De vez en cuando, se revolvía en la cama en busca de una posición más cómoda. En uno de esos movimientos, percibió que yo estaba despierta y, con delicadeza, empezó a acariciar con la yema de sus dedos el collar que reposaba en mi cuello.
—¿No conseguiste nada con Tom esta noche? —me preguntó, curioso.
—No tuve la misma suerte que tú—respondí, con una sonrisa—. Dime que al menos conseguiste el numero de la chica.
—Me lo dio, quizás mañana la llame—dijo, somnoliento—. Pero quiero saber ahora ¿por qué estás despierta? ¿Qué sucede en tu cabeza, ama?
—Tom y yo casi lo hacemos encima de un escritorio, pero...lo rechacé—le confesé con tristeza—. Me dolieron sus palabras cuando vino a increparme para defender a su madre el día que se me apareció en la sala.
—Pero su disculpa fue genuina ¿no? —Mattia siguió jugueteando con mi collar.
—Sí, creo que si.
—¿Y qué es lo que te preocupa?
Me tomo mi tiempo para responder y giro la cabeza para mirarlo.
—Esa noche me dio tanto miedo que supe que no era él el que estaba hablando, Mattia.
Mi amigo se sienta en la cama y me observa.
—¿Qué quieres decir?
—Algo me dice que Tom no es humano.
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El clímax de un millonario (Libro 2 TRILOGIA EL PECADO DE LOS DIOSES)
Teen FictionAmy Steele es una empleada del café Blue Moon, ubicado en California. Pero, por las noches, se dedica a escribir relatos eróticos que dejan ver sus oscuras y atrevidas fantasías. Ella desea convertirse en una gran escritora y vivir de sus libros en...