Capítulo 19

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CAPÍTULO 19.

—Bueno, eres valiente y puedes tú solita con Perséfone, adiós—se despide Mattia y antes de que pueda reclamarle ya se ha metido entre los invitados, dirigiéndose a su mesa.

Mierda.

Dios, me dejó sola en este instante crucial. Siento una mezcla de emociones abrumadoras, entre la desolación y la rabia que bullen en mi interior. Mi mirada busca desesperada un refugio en este lugar abarrotado, evitando a toda costa sentarme en esa mesa que ahora parece un abismo.

Todos parecen haberse percatado de mi presencia, sus ojos curiosos posados en mí, como si aguardaran a que decida unirme a ellos.

El ambiente del elegante bar para los invitados se vuelve una tentadora escapatoria y estoy a punto de dirigirme hacia allí, cuando una mano morena se aferra con determinación a la mía.

Sigo el recorrido desde su brazo hasta su pecho, para encontrarme finalmente con sus ojos de un verde profundo.

Tom me observa en silencio, sin soltarme, y siento cómo la sequedad en mi boca se acentúa, nervios que se apoderan de mí ante su imponente presencia.

En este instante, la música de la orquesta comienza a envolvernos en su melodía, cada nota resonando con más fuerza. De repente, el resto del mundo parece encontrar su pareja y se sumerge en el baile, pero en este preciso momento, somos solo él y yo, conectados por ese contacto de manos.

Tom, vestido impecablemente con un esmoquin que realza cada faceta de su atractivo físico, despierta una mezcla de sensaciones que abruman mis sentidos.

La oscuridad elegante de su traje se adapta a su figura con una perfección que no puedo evitar admirar. La camisa blanca, impecablemente planchada, resalta su tez y su presencia dominante.

—Creo que tu novio te abandonó en el peor momento—me pega contra su pecho en un gesto decidido.

En ese instante, me encuentro enredada en sus brazos, sumergida en el ritmo del vals repentino, dejando que la música nos guíe por la pista de baile.

Dios, llegué en el peor momento a la fiesta.

Su corazón late junto al mío, y puedo sentir la calidez y seguridad que emana de su presencia. El aroma sutil de su colonia se entremezcla con la atmósfera del lugar, creando un ambiente embriagador que aumenta la magia de este momento único.

El suave roce de su mano en mi espalda y el firme sostén de su otra mano en la mía me transmiten una sensación de protección y tranquilidad.

—Puede que tenga que hacer cosas como ubicarlo junto a la puerta del baño —espeto, defendiendo a Mattia.

Me gusta saber que puedo jugar la carta de los celos sabiendo que él ha venido acompañado.

Mattia no se da cuenta del favor que me está haciendo.

—No estaba en la lista de nuestra mesa —responde, levantando la barbilla y observando a la gente bailar.

—¿Amelia sí? —inquiero.

—Sí.

¿Sí? ¿Qué significa ese sí? Pretendo soltarle la mano para ir a la barra, pero él me sujeta más fuerte para que no me libere.

—Deberías estar bailando con ella —sugiero, empezando a frustrarme.

—Está ocupada hablando con mamá.

—¿Ya la presentaste como tu novia oficial a la familia? Felicidades —suelto con ironía.

—No tengo novias, es normal que Amelia hable con ella, recuerda que es su jefa después de todo —responde con un tono arrogante que aumenta mi frustración—¿O acaso deseabas que te invite a ti? —me da una vuelta en el lugar y vuelve a pegarme contra su pecho.

El clímax de un millonario (Libro 2 TRILOGIA EL PECADO DE LOS DIOSES)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora