CAPÍTULO 8.
Claramente no anticipaba encontrarme en esta inusual situación: viajar al trabajo en el auto de mi nuevo jefe y, mucho menos, enredarme con su pene. Las emociones tumultuosas que revolvían en mi interior se enfrentaban en una batalla silenciosa.
A pesar de la inusitada circunstancia, él mantenía una tranquilidad casi inquebrantable mientras manejaba por las calles desiertas que contrastaban con el caos del tráfico que habíamos dejado atrás. La tensión en el vehículo era palpable, y yo no podía evitar sentir que el aire mismo estaba cargado con un magnetismo inusual.
—La siguiente esquina está bien, puedo tomar un taxi desde ahí —declaré, intentando normalizar la situación y recuperar mi propia compostura.
Tom me echó un vistazo, su ceño ligeramente fruncido, antes de volver su atención a la carretera. Sus ojos verdes parecían esconder secretos, y eso solo exacerbaba mi mezcla de sentimientos encontrados.
—¿Por qué querrías hacer eso cuando nos dirigimos al mismo lugar? —respondió con una calma aparente, su voz medida y serena.
—No quiero que las personas nos vean juntos —repliqué con firmeza, sintiendo el peso de mi propia inseguridad en cada palabra.
Un destello de incredulidad cruzó por sus ojos antes de que suspirara, como si considerara que mis preocupaciones fueran exageradas.
—No deberías preocuparte tanto por lo que los demás piensen. No hay nada malo en esto.
Tom soltó un suspiro, el sonido escapando de sus labios como una rendición momentánea. El auto se detuvo con suavidad en la esquina que le había señalado, y en ese instante, sus ojos se posaron en mí. Un silencio tenso flotó entre nosotros, cargado de emociones y palabras no dichas.
—Si tú dices... —su voz sonó cansada, como si cediera ante mis deseos, aunque con cierta reticencia.
El tiempo pareció detenerse mientras sus ojos penetrantes se encontraban con los míos, creando un puente efímero entre nuestras realidades paralelas. Era como si en ese momento compartiéramos un entendimiento que superaba las palabras, una conexión profunda que solo nosotros podíamos comprender.
—Le estoy rogando a todos los dioses que esto se repita, Klein —sus palabras resonaron en el aire, como una confesión que se atrevió a salir a la luz.
El peso de su mirada y la verdad cruda en sus palabras crearon una mezcla de ansiedad y anticipación en mi interior.
—Espero que algún día se repita el favor—respondo, enarco una ceja y señalo con un movimiento de cabeza mi entrepierna antes de salir del auto.
Tras cerrar la puerta, lo escucho reír, lo cual me hizo reír a mí también. Sentía que ambos teníamos química y eso me resultaba peligroso.
Porque conectar con un humano no era parte de mis planes.
Esa risa, mezcla de complicidad y deseo, reverberó en mi mente, dejando un eco que parecía resonar mucho después de que él se hubiera ido.
Respiré profundamente, tratando de recobrar la compostura que había amenazado con desvanecerse ante la intensidad del momento.
Mi corazón latía aún con rapidez mientras me alejaba del auto y me dirigía hacia el imponente Hotel Voelklein, donde comenzaría mi jornada laboral forzada.
El Hotel Voelklein se erigía majestuoso y solemne, como un palacio que hubiera emergido de los sueños más exquisitos.
Su arquitectura imponente fusionaba elementos clásicos y modernos en un baile armonioso de líneas elegantes y detalles ornamentales. Sus altas columnas de mármol blanco sostenían la fachada que se alzaba hacia el cielo, adornada con relieves intrincados que parecían susurrar historias de épocas pasadas.
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El clímax de un millonario (Libro 2 TRILOGIA EL PECADO DE LOS DIOSES)
Teen FictionAmy Steele es una empleada del café Blue Moon, ubicado en California. Pero, por las noches, se dedica a escribir relatos eróticos que dejan ver sus oscuras y atrevidas fantasías. Ella desea convertirse en una gran escritora y vivir de sus libros en...