—No es necesario que usen ese espejo para hablar conmigo.
Por poco Matt y yo nos morimos del susto cuando vemos a una mujer aparecerse en la
esquina de la cocina con un vestido blanco de mangas largas algo desgastado por el uso y
de cabello pelirrojo trenzado. Su rostro es angelical y relajado, como si no hubiera
preocupación alguna en ella. No sé quién es, pero tampoco me da esa sensación de miedo.
Es decir, ha ingresado sin necesidad de hacerlo por la puerta y no me he ensuciado los
pantalones. Todas las diosas son iguales en los rasgos faciales o en sus apariencias, pero
ella… ella es tan joven y radiante.
Matt toma mi mano en señal de protección, se pone de pie y la mira con la boca
entreabierta.
—Perséfone —musita maravillado.
La mujer nos sonríe agradable.
«Por todos los cielos que posee el Olimpo».
—Estás tan grande que apenas puedo reconocerte, Matt —expresa—, pero un joven
como tú ha sufrido más que cualquier dios en este mundo. Lamento muchísimo la muerte
de tus padres terrenales.
Matt asiente dolido con la cabeza gacha.
Aprieto más fuerte su mano, acompañándolo en su dolor.
—Y veo que te enamoraste perdidamente de la hija de Artemisa. —Su mirada viaja hacia
mí. Me ruborizo. No sé qué decir—. Imagino que sigue sin recuperar su memoria.
—No —respondo en voz baja con un nudo en la garganta—. Supongo que sabrá quién
tiene la culpa de todo esto.
Asiente con sus manos entrelazadas en su vientre, avergonzada.
—Sé el calvario que están viviendo los dos porque siempre cuido a mi hijo desde la
distancia. Las diosas del Olimpo tenemos nuestra forma de proteger a nuestros frutos, y yo
encontré una forma de proteger al mío desde el frío Inframundo. —Mira a Matt con
decisión—. Pero el amor que arrastran los dos no puede ser posible.
—¡¿Qué?! —gritamos Matt y yo al unisonó.
Me levanto de la silla enojada y totalmente descolocada por su imposición.
—¿Tienen el descaro de querer separarnos cuando los dioses pueden corromper las
leyes? ¿Qué mierda es esto? ¿Haz lo que yo digo, no lo que yo hago? ¡Es injusto!
—exclamo desesperada—. Si pudieron permitir que Ada y Max estuvieran juntos, ¿por qué
nosotros no?
—Porque Max no pertenece a un linaje de dioses del Inframundo, Matt sí.
«Mierda. No, no, por favor».
La última carta que tenía para defenderme se ha roto ante mis narices por esa confesión.
—¡Pero no quiero reinar el Inframundo! —Matt golpea la mesa con su puño cerrado
furioso—. ¡Nadie puede obligarme a hacerlo! ¡Me niego!
—No, tú no reinarás el Inframundo. —Eleva su voz con el entrecejo fruncido—. ¿Quién
demonios te ha dicho eso?
Matt me mira confundido. Todo el peso recae sobre mí.
En el viaje en coche le confesé toda la información que me había brindado Artemisa, mi
madre, sobre posibles intenciones de Hades.
—Hades planea llevar al reinado a Matt cuando se retire. Me lo ha confesado Artemisa,
mi madre —admito—. Es por eso que intenta también separarnos a mí y a Matt, ya que
temen que yo sea una distracción en su reinado y porque una diosa del Olimpo no debe
estar con alguien del Inframundo, pero no solo sería una distracción para él, sino que temenque lo aparte del reinado y me lo lleve al Olimpo. Les quitaría al único heredero. Lo sé todo,
Perséfone.
La diosa me observa de arriba abajo y sonríe. Su sonrisa se vuelve una carcajada que
me deja perpleja.
—No, querida, no lo sabes todo. Tu madre quiere quedarse con mi puesto en el
Inframundo cuando Hades se retire por sus infinidades matanzas y crueldades que ha
cometido en lo largo de la historia. En cuanto Zeus le dé una patada, la que se quedará en
el reinado seré yo. Después de todo, yo soy la reina.
Miro a Matt horrorizada; él me observa sin expresión en su rostro. Ambos nos
encontramos sofocados por la situación. No entiendo por qué Artemisa me mintió con algo
tan absurdo. Después de todo, Perséfone siempre supo que mi madre quería enamorar a
Hades para quedarse con su puesto de reina.
—Le borraron la memoria a Amy, mataron a mis padres, ¿y todo por el simple hecho de
un reinado en el Infierno? —Oh, mi Dios, a Matt se le llenan los ojos de lágrimas y su rostro
se pone rojo de la ira—. ¡Amy y yo estaremos juntos le pese a quien le pese! Antes creía
que la divinidad era justa y que incluso era un refugio en situaciones críticas de la vida, pero
ahora solo sé que ayudan a los que les conviene. —Me atrae hacia él y me pega contra su
enorme pecho—. No la voy a perder a ella.
«Oh, Matt… mi Matt».
Perséfone lo mira directo a los ojos conmovida.
Toma una bocanada de aire y la suelta con gran pesar.
—Saben que esto tiene un costo, ¿no? —nos advierte deshecha.
«Ay, no».
Cierro los ojos, asiento con lentitud y abrazo a Matt con fuerza. Él me rodea con sus
enormes brazos y me mantiene bajo su protección. Besa la coronilla de mi cabeza, la cual
se humedece por sus lágrimas.
Hundo mi rostro en su pecho y me echo a llorar en cuanto Perséfone nos dice cuál será
nuestro castigo por amarnos, pero que nos permitirá vivir en paz por el resto de nuestras
vidas.
Aquella tarde de otoño, a mí y a Matt nos quitaron la posibilidad de tener hijos,
volviéndonos estériles, porque si Hades no puede tener hijos fieles a él, le arrebataría la
posibilidad de tener hijos a Matt para que sienta lo que es quedarse sin uno.
Los hijos de los dioses siempre resultamos ser inmortales. Tendremos que cargar con la
tristeza de saber que si algún día Matt y yo decidimos adoptar veremos a nuestro hijo morir
por no llevar nuestra sangre y ser un humano más.
Como si aquella noticia devastadora no nos hubiera alcanzado para obtener un castigo
horrible, nos quitaron la visión de un ojo a cada uno con la siguiente justificación: “La visión
perdida de uno será la mirada encaminada del otro. Juntos tendrán una visión unificada,
pues el día de hoy han decidido ser uno por el resto de sus eternas vidas”.
Perséfone tomó el lugar de Hades en el Inframundo bajo la defensa de Zeus al decir que
su hermano no era digno de llevar tal responsabilidad luego de todo el daño que había
hecho.
Sí, se hizo justicia. Ahora Hades está encarcelado y retirado del cargo para que la diosa
Perséfone, hija de Zeus y Deméter, lleve la primavera a las condenadas almas.
No volvimos a saber de Hades ni de ningún otro dios, pero lo que sí sé es que mi madre
sufrió el mismo castigo que obtuvo Afrodita, la madre de Ada, por ocultar cosas que
pudieran herir a los hijos de Zeus.
Artemisa tuvo el castigo de no volver a verme nunca más, cosa que agradecí
profundamente.
Fuimos el capricho de los dioses, movilizados en un enorme tablero de ajedrez con
jugadas que nos perjudicaban y nos mataban por dentro.
Pero hoy hicimos un jaque mate a Hades.
Hicimos historia.
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El clímax de un millonario (Libro 2 TRILOGIA EL PECADO DE LOS DIOSES)
Teen FictionAmy Steele es una empleada del café Blue Moon, ubicado en California. Pero, por las noches, se dedica a escribir relatos eróticos que dejan ver sus oscuras y atrevidas fantasías. Ella desea convertirse en una gran escritora y vivir de sus libros en...