ALEX VOELKLEIN
Voy tambaleándome como puedo por la casa en busca de Mattia. Debo concentrarme para llegar hasta él y averiguar qué quiere, aunque no estoy segura de poder encontrarlo entre tanta gente estando ebria. Todo da vueltas, siento que estoy separada de mi cuerpo y este se mueve automáticamente.
La fiesta continúa, la casa es un completo desastre y temo que mañana esto podría empeorar, ya que la celebración durará unos tres días. Maldición.
Es increíble que todos estos hijos de dioses estén aquí por mí. Si tan solo supieran que están perdiendo el tiempo, ya que no pienso casarme con ninguno de ellos.
¿Qué pasaría si alguien tomara mi mano? ¿Seguiría estando en la tierra o automáticamente me trasladaría al Olimpo? Soy demasiado joven para morir. Porque vivir en el Olimpo es morir. Pero estar en el Inframundo es vivir. Bueno, ya estoy pensando estupideces.
Con pasos tambaleantes, llego a las escaleras y me aferro al barandal como única tabla de salvación. Subir el primer escalón me resulta una lucha, y finalmente, me rindo, dejando que mi cuerpo se desplome sobre la fría superficie. La sensación de mareo amenaza con empeorar, y la idea de caer escaleras abajo se cierne sobre mí, por lo que decido parar.
Con un suspiro resignado, me arrimo a los barandales y cierro los ojos en un intento de recuperar el equilibrio. En ese momento, una voz femenina susurra a mi oído con una dulzura inesperada.
—Cariño, bebe esto y te sentirás mejor.
Al abrir los ojos lentamente, descubro a un grupo de hijas de dioses observándome con ternura. Sus cuerpos esculpidos como relojes de arena y túnicas blancas con detalles dorados las hacen parecer divinidades en medio del caos de la fiesta. Rubias, morenas, pelirrojas... una amalgama de belleza que se congrega a mi alrededor.
La joven rubia, que aparenta tener mi misma edad, sostiene entre sus manos una copa pesada y dorada, ofreciéndomela con una sonrisa expectante. Dudo un instante, no por desconfianza hacia ellas, sino por lo que pueda contener la misteriosa bebida.
—¿Qué es? —pregunto, sumida en un estado adormilado.
—Algo mejor que una aspirina para la resaca —se ríe, contagiando la risa al resto de las chicas.
Mis ojos se posan en la copa, y una pelirroja señala la bebida con entusiasmo.
—Hemos bebido cuatro botellas cada una gracias a eso —me dice—. Sin eso, no podríamos haber disfrutado tanto.
Aunque la duda persiste, decido confiar y tomo la copa de manos de la rubia.
Trago de un tirón el líquido rojo espeso y pretendo dejar de beber tras percibir un horrible sabor a hierro. La chica rubia no quiere que me detenga, así que toma la base de la copa y la empuja para que siga bebiendo.
—Traga todo, amor, o no hará efecto —me dice en respuesta.
A pesar del desagradable sabor, me veo obligada a seguir bebiendo, cediendo a la insistencia de la joven rubia. La sensación de calor se extiende por mi cuerpo, y me pregunto qué tipo de elixir me han hecho beber.
Bebo hasta la última gota y aparto la copa, sintiendo que me he manchado los labios.
—¿Me hicieron beber sangre? —palidezco.
La revelación provoca risas entre las chicas.
—No, cariño, es agua del lago del Hades —me explica la chica rubia, quien parece ser la líder del grupo.
—Es sangre —insisto—. El lago del Hades es sangre.
—Quita la futura resaca —se encoge de hombros.
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El clímax de un millonario (Libro 2 TRILOGIA EL PECADO DE LOS DIOSES)
Teen FictionAmy Steele es una empleada del café Blue Moon, ubicado en California. Pero, por las noches, se dedica a escribir relatos eróticos que dejan ver sus oscuras y atrevidas fantasías. Ella desea convertirse en una gran escritora y vivir de sus libros en...