Tengo un nudo en el estómago, desconozco si es por los nervios o por las expectativas de
esta noche. Sí, es totalmente por eso. Lo confirmo, son las expectativas que nublan mi
mente.
Estaciona frente a un gran edificio.
Me surge la intriga por saber si se trata de algún hotel suyo.
—Hemos llegado —me informa en voz baja.
Su mirada se intensifica; la mitad en la oscuridad de la noche y la otra mitad iluminada
por las luces del tablero del coche y las luces de la calle. Se desabrocha el cinturón y yo lo
imito. Estoy nerviosa. Él me intriga muchísimo.
Apaga el coche, sale de él, no sin antes dedicarme sonrisa cálida, y lo rodea con una
gran elegancia. Abre mi puerta, me coge de la mano y me ayuda a salir de él. Todo un
caballero.
La acera está mojada debido a la lluvia de hace unas horas, las palmeras que están
posicionadas en medio de la calle se agitan un poco y las luces de la entrada al gran edificio
me sacan de toda oscuridad.
Se levanta algo de viento y por instinto me aferro al brazo de Matt en busca de calor. Eso
lo toma por sorpresa. Me mira extrañado, pero para nada ofendido.
—Lo siento. —Elevo el rostro para verlo a la cara y pretendo soltarme por exceso de
confianza.
Él no me lo permite, me toma de la mano y me obliga a abrazarle el brazo de nuevo con
una sonrisa risueña que me deja tranquila.
—No he dicho que me sueltes —me regaña con una media sonrisa.
Es un lujoso edificio de alrededor veinte plantas con una inigualable arquitectura. Veo
vidrio y acero por doquier. La palabra Venicella figura en un discreto tono metálico en las
puertas acristaladas de la entrada. Ingresamos luego de subir varios escalones en un
inmenso vestíbulo de vidrio, acero y piedras grises. A la distancia, hay un mostrador de
mármol blanco que combina con el suelo. Una chica rubia nos sonríe desde allí. Las luces
son cálidas y hogareñas. Todo es impecable, muy al estilo Matt Voelklein.Él me conduce al ascensor después de darle un saludo a la recepcionista. No hay nadie,
está desierto. Supongo que la mayoría se encuentra en sus casas. El clima no es muy
favorecedor que digamos como para salir. No pretende que lo suelte en ningún instante,
sigue con su mano por encima de la mía y me sujeta con delicadeza. No decimos palabra
alguna. Creo que la timidez ha dominado mi cuerpo y preferimos callar, acogidos por la
compañía del otro.
Subimos al elevador. Teclea un número en el panel y este comienza a subir. Estamos
solos dentro de cuatro paredes de espejos y barandales de acero gris. Tengo la mirada al
frente abrazada a su brazo como una garrapata y tengo la certeza de que me contempla
curioso. Giro la cabeza, la alzo un poco porque es más alto que yo y lo encuentro
mirándome. Tenía razón.
—¿Quiere una fotografía? —le pregunto en tono de broma con una ceja arqueada.
Sonríe entre dientes y aparta la mirada. Le ha causado gracia, y eso me pone de buen
humor.
—Escritora, bailarina, ¿y ahora puedo decir que es modelo? —se burla juguetón.
—¿Modelo? Tan solo míreme. —Me río—. No podría serlo por más que lo intentara.
Creo que por el hecho de que estamos solos se aparta para ubicarse frente a mí. Mi
trasero se pega contra uno de los barandales del ascensor ante su cercanía, la cual no me
incomoda en absoluto, es más, me intriga.
Trago con fuerza.
Pega su mano en la pared del ascensor a la altura de mi cabeza y se apoya en ella para
ayudarse a inclinarse. Su rostro está a centímetros del mío.
Levanta mi barbilla para que mis ojos se encuentren con los suyos.
—Puede intentarlo conmigo, si desea —me dice con una voz seria que impone.
Se me acelera el corazón cuando veo que tiene intenciones de besarme una vez más.
Dios, creo que incluso podrá superar el beso que me dio cuando estábamos en la puerta
de mi apartamento. Sin embargo, las puertas del ascensor se abren y avisan que hemos
llegado a nuestro destino. Toda chispa de romance se desvanece en solo segundos.
—Bueno, puede intentarlo después. —Se echa hacia atrás y ríe.
—Fue un buen intento, galán —lo felicito. Me encojo de brazos y salgo del ascensor—.
Le doy un nueve sobre diez.
—Veremos si esta noche puede aumentar esa calificación.
«Oh, cuánto deseo que eso suceda».
Reprimo una sonrisa.
Salimos directo a un vestíbulo blanco, vacío, de techo muy alto y solo con cuadros
colgados. El silencio que hay es algo inquietante. No se oye ni un alma.
Llegamos al final de este y Matt abre con una tarjeta electrónica la puerta doble inmensa.
Me quedo boquiabierta cuando las luces se encienden cuando ingresamos. Estoy de
pronto en un monstruoso salón. Y digo monstruoso por lo gigantesco que es. La pared del
fondo es de cristal y da a un balcón con magnífica vista a la ciudad en plena noche. A mi
izquierda hay un imponente sofá en forma de L en el que podrían sentarse cómodamente
unas siete personas. Frente a él hay una chimenea ultramoderna de acero inoxidable. El
fuego encendido llamea con suavidad. A mi derecha, junto a la entrada, está la zona de la
cocina, la cual es toda negra con la encimera de mármol oscura y una barra en la que
pueden sentarse varias personas. Junto a la zona de la cocina, frente a la pared de cristal,
hay una mesa de comedor con unas cuantas sillas. Es impresionante.
Matt me toma desprevenida y agarra mi abrigo para poder colgarlo en unos de los
ganchos de la entrada, también sujeta mi bolso y hace el mismo procedimiento.
El lugar es tan grande que me sorprende que un hombre como él no se sienta solo.
—¿Puedo ofrecerle algo de beber? ¿Vino quizá?
—Sí, por favor. Gracias.
Asiente y se pierde en la cocina.
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El clímax de un millonario (Libro 2 TRILOGIA EL PECADO DE LOS DIOSES)
Teen FictionAmy Steele es una empleada del café Blue Moon, ubicado en California. Pero, por las noches, se dedica a escribir relatos eróticos que dejan ver sus oscuras y atrevidas fantasías. Ella desea convertirse en una gran escritora y vivir de sus libros en...