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Septiembre 21


Nasser.

Un minúsculo movimento me deja caer de lleno en el piso frío gracias al aire acondicionado, maldigo en un susurro y quito las sábanas enredadas en mis piernas antes de fijar la vista en el ventanal por el que resplandece el sol mañanero de Dubái.

¿Por qué carajos no cerró las cortinas?

Me levanto del suelo y con sueño, dolor en el cuello y molesto estrello las sábanas sobre el maldito sofá pequeño. Busco mi celular y observo que recién son las seis de la mañana, por lo que me apresuro a tomar uno de los mandos de la habitación, presiono un botón y automáticamente las gruesas y largas cortinas blancas a cada extremo, empiezan a estirarse hasta unirse a la mitad del recorrido y detrás de la enorme cama dónde fácilmente hubiese podido dormir también.

Dejo el mando en la mesita de cristal y llevo mis ojos a la mujer que duerme plácidamente bajo la cobija blanca y ocupando apenas un tercio de la cama. Es jodidamente preciosa, de esas mujeres que observas una vez y ya no quieres quitarle los ojos de encima porque simplemente su belleza encanta, embelese y se convierte en un elixir para tus ojos.

Alzo las cejas y niego; lo que tiene de hermosa lo tiene de estresante.

Me encamino al baño sintiendo rabia al ver nuevamente el enorme espacio en la cama. Y joder, no es que haya accedido a qué me quitara mi lugar y encima me haya mandado a dormir a un sofá, no, la única razón por la que obedecí fué únicamente porqué me conozco, y sintiendola cerca de esa manera no iba a controlarme a la hora de lanzarmele encima.

Anoche mientras estaba en baño llegó la ropa que pedí para ella, y la cual dejaron en la sala de estar de la habitación. Iba a decirle cuando saliera, pero verla en el albornoz y sabiendo que de bajo de eso no había nada más, hizo que me tragara las palabras. La entrepierna me duele desde entonces, me costó una infinidad permanecer sentado en la maldita silla frente a ella, mientras su mirada coqueta se tornaba divertida, los labios rojos se movían al compás de sus palabras y la abertura de albornoz me dejaba mínimamente apreciar sus pechos.

Y ni hablar de cuando se levantó para ir a la cama, tuve que hacer acopió de todo mi maldito autocontrol cuando intento alargar más la prenda, cuando se giro y empezó a caminar con la misma maldita seguridad y sensualidad de siempre. Me sumergí tanto en el encanto que desprendía que cuando se cubrió con la cobija haciéndome volver en mí, ya la hija de puta estaba acostada en mi cama.

Resoplo y niego por lo idiota que estoy siendo; puedo salir de aquí y coger con quién me plazca en lugar de estar mirando a una niñata que lo único que sabe hacer son estupideces trás estupideces y que encima se ríe de las consecuencias de estas.

Entro al baño y me despojo del chandal deportivo y el boxer, metiéndome bajo la ducha dejando que el agua fría me tense los músculos. Y lo hace, por minutos logra relajarme, pero pierdo la paciencia y el enojo crece cuando la erección no baja y tengo que acudir a tomarla entre mis manos.

Bombeo sin apuro pasando la mano de arriba abajo, duele, pareciera que no hubiese bajado un solo segundo en la noche y que he despertado con la misma erección con la que me fuí a dormir al sofá. Acelero los movimientos bajo la lluvia artificial cuando las ganas pueden más, cierro los ojos y entre abro los labios preso del éxtasis que que me provoca el autocomplacerme con su imagen plasmada en mi cabeza.

El vestido rojo que le quedaba estupendo, se ceñía a cada curva, a sus nalgas, sus tetas. Sus labios redondos me llenan el pensamiento seguidos de la mirada clara y traviesa.

ParaísoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora