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Noviembre, 30

Edén.

Odio aquí. Odio esta casa, este país, esta gente. A Nasser. Odio todo lo que englobe el apellido Maalouf, e incluso desteto al planeta tierra por permitirles su existencia, vida y reproducción siendo estos la peste más grande y enfermiza de toda la humanidad.

Con la rabia tiro fuertemente de el mechón de cabello que peino y el dolor me causa más molestia llevándome a lanzar el peine que impacta contra el espejo antes de caer sobre la alfombra. Me pongo a las malas el cabello hacia atrás y hago sonar mis tacones con fuerza al caminar.

Siento que ni yo misma puedo con el veneno que me tiene la garganta amarga desde que se fue sin esperarme después de discutir.

«¿Como se atreve a irse sin mí y dejarme rodeada de su asquerosa familia?»

Pero a mí no me va a doblegar con su pataleta, y mis planes no los voy a cambiar por más que se moleste el hijo de perra. Es por ello que cojo la mochila grande de color blanco en dónde tengo guardadas las cosas que preparé desde hace dos días que mis amigas confirmaron el viaje.

Hace más de una semana que regrese de Washington, y desde entonces siento que extraño esa puta ciudad como nunca antes. Y perfecto sé qué es porque odio esta y a la mayoría de las pocas personas que conozco aquí, así que después de una plática con las chicas, todas decidieron pasar el último fin de semana del mes conmigo.

Llegarán hoy después de las doce del medio día y el tiempo que estén aquí, dormiré con ellas en un hotel. He aquí el enojo de Nasser y el motivo de nuestra primera discusión del día. Obviamente no le había dicho que las chicas vendrían; se me había pasado hasta hoy que lo pondría al tanto del porqué no llegaría a dormir esta noche, la siguiente y posiblemente la que sigue despues de esa.

Me negué a obedecerlo cuando alegó que no había ninguna buena razón para dormir con ellas y qué debía estar al cien por cien en nuestro trato, así que me mandó al carajo y se largó. Pensé que estaría por casa hasta que se le pasara la molestia, pero no, el muy bastardo me habló mientras me bañaba para decirme que estaba en la oficina y que necesitaba los documentos que me había pedido resguardar hace algunos días, los cuales yo me había traído para no perderlos u olvidar dónde los dejaría.

En la mochila blanca guardo un par de cambios más, otro de zapatos y algunos accerios que no me molesto en ordenar antes de cerrar la mochila y ponerme en la bolsa negra a juego con mi ropa de hoy. En ella guardo dinero en efectivo, el minibolso de cuero dónde están gran parte de mis tarjetas, identificación, chequera y cualquier otra cosa que pueda necesitar, concluyendo con mis cosas personales, me muevo hasta encontrar el bolso dónde aún yace mi laptop y los documentos que no volví a sacar desde que me los dieron.

El ordenador lo dejo en su lugar, y únicamente sacó el forde de color negro mate con las siglas “NMP” en dorado y letras tan regias que en definitiva lo identifican.

Frente al espejo me arreglo la falda corta y ceñida, la cual tiene una mini apertura en la pierna izquierda y muestra mucho más mi muslo, ya que de por sí la prenda está incluso por sobre la mitad de mis muslos. El top blanco y de tirantes delgados no oculta más que mis pechos, dejando mi abdomen expuesto y afirmando la inexistencia del brasier.

El cabello me cubre casi toda la espalda, y lo único que desentona con la imágen juvenil y fresca, es la cara de culo que no puedo ni intentar quitar. Bufo molesta, cojo la mochila con mi ropa, el bolso Chanel de cuero, y afianzo el forde que debo ir a entregar.

Busco mi móvil con la mirada, no lo encuentro a siemple vista y sin dejar nada de lo que traigo encima reviso bajo las sábanas de la cama y nada. No está en mi mesita de noche, tampoco en el baño ni en ninguna encimera, mesa o cualquier otra superficie que abarque la habitación, cuarto de ropa y ducha.

ParaísoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora