Edén.
Salgo del enorme armario de la habitación después de calzarme las bailarinas, aliso la falda suelta del vestido corto que me puse después de tomar una ducha, y repaso la habitación en busca del pelinegro.
La habitación es enorme, de paredes blancas a excepción de la que yace trás la cama que es de color negro. Los muebles y sofás son blancos con cojines negros, la pantalla enorme del televisor está ubicada frente a la cama, y debajo de él incrustada a la pared hay una especie de chimenea eléctrica y moderna, que se oculta trás una tapa de cristal que permite observar el fuego desde la cama o cualquier otro lado de la habitación.
Nasser hace contacto visual conmigo y me repara de pies a cabeza en un segundo antes de fruncir el entrecejo, levantarse del sofá en el que estaba recostado y empezar a caminar rumbo a la puerta.
Aproximadamente una hora ha pasado y sigue enojado, de hecho, no me ha vuelto a dirigir la palabra.
Niego y me aseguro que mi celular este cargando antes de salir detrás de él. Está a un metro de mí, pero no lo alcanzo, aprovecho la caminata libre de tironeos para observar cada cosa de la casa.
Y sólo puedo decir que el lugar es digno de sus habitantes; enorme, imponente y elegante, son las palabras que la definirían correctamente. Cada cosa en su lugar, perfectamente colocadas, las altas y blancas paredes sostienen obras de arte de artistas famosos y de renombre. El contraste que hace el blanco del mármol y las paredes con el dorado, le dan un aspecto pulcro y extraordinariamente elegante pero sútil.
Sútil, aunque el dorado de los adornos y marcos no sean otra cosa más que oro. Abro levemente los labios al darme cuenta de ello ¡La casa está repleta de oro!
Estos hombres o se hacen lucir... O se hacen lucir.
La inmensidad de la casa la hace laberintica, por lo que me apresuro a alcanzar a Nasser cuando empieza a cruzar de un pasillo al otro a la velocidad de la luz.
Ojalá se caiga y se rompa una pierna, que cojee y sea yo quien lo deje atrás.
El inicio de las escaleras principales se encuentran en el salón principal del segundo piso. Hay dos escaleras; una a cada lado de la pared, las cuales tienen forma de semicírculo y el pie de una se encuentra de frente con el de la otra.
Las barandas son doradas y quiero creer que no han gastado quien sabe cuántos kilates de oro en aproximadamente cinco metros de cada escalera, Sin contar la baranda que las une de extremo a extremo y proporciona seguridad a las personas que quieran observar desde el segundo piso hacia el primero.
Su brazo envolviendo mi cintura al tiempo que me hace descender a su lado, me impide seguir observando el lugar. Volteo a mirarlo y sin quitar el entrecejo fruncido me habla:
—Todos intentarán hacerte preguntas.— suelta, me habla sólo porque no tiene otra opción.— Tú mantén nuestra versión, y yo trataré de responder por tí cuántas sean necesarias.
—No necesito que hagas eso.— refuto en un susurro volviendo a sentir nervios por lo que me espera.
Nasser detiene el andar cuando bajamos juntos el último escalón y voltea a mirarme.
—No lo haré por tí.— dice soltando veneno.— Lo hago por mí, no seas estúpida.— la rabia me martilla el corazón y la razón, pero antes de que pueda hacer algo estoy siendo prácticamente arrastrada al comedor.
Caminamos un poco hasta adentrarnos en un pasillo grande que nos deja en un salón que es ocupado por una chimenea moderna y enorme, una mesa grande y larga la cual está ocupada por el doble de las personas que hace un rato pude conocer. Sobre la mesa una lámpara de cristal moderna yace encendida alumbrando así el salón que no tiene ni una sola ventana y el cual se mantiene bajo una temperatura agradable gracias al aire acondicionado.
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Paraíso
RandomVivían tan sumergidos en sus mundos que inevitablemente olvidaron que el que ellos pisaban daba vueltas constantemente y cuando quisieron darse cuenta de ello, esos giros los hicieron chocar. Ella no tenía preocupaciones más que elegir el destino de...