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Octubre, 03




Edén.




Trago saliva, mi entrepierna palpita y mi respiración no es la mejor.

«No puedo» me repito, tratando de mantenerme firme a mis propias exigencias, pero plenamente soy consciente de que estoy cayendo en picada, sin casco. Sin protección alguna.

«No puedo» sigo, pero sonríe de medio lado, insítandome a ir con él. Se recuesta sobre las almohadas de la cama, se saborea los labios deseoso, mientras sus ojos reparan sin limitación alguna, mi cuerpo tan desnudo como el suyo.

«No puedo» cierro los ojos con fuerza repitiendo entre susurros desesperados lo mismo, pero no puedo irme. No quiero irme. Abro los ojos, me encuentro con los suyos, y su sonrisa ladina vuelve a ensancharse con los labios húmedos.

Una de sus manos va a su erección, y presiona antes de empezar a masajear con suavidad, a la espera de mi cercanía.

Niego sin apartar la mirada. «No puedo» me repito al borde del desespero.

—Van aquí, Edén.— suelta con la voz aterciopelada, funcionando como un afrodisíaco para mí cuerpo, que sin resistirse más, avanza hacia él.

Niego sin poder parar.

«No puedo» me repito pero mis piernas ya no me oyen, ya no obedecen, avanzan como sí su voz las controlara.

«No, no puedo. Ya no quiero...»

—Señorita... Señorita.— abro los ojos sobresaltada, con el corazón a mil, y... Percibiendo mi humedad al instante.

Maldición.

Bajo la mirada, molesta por no poder parar de soñar con lo mismo. Me acomodo en el sillón, antes de volver la vista a la mujer parada a mi lado.

—Siento despertarla.— sonríe apenada.— Pero es que ya debe salir del avión.

Abro los ojos, mirando a todos lados, observando como las personas han empezado a bajar del avión sobre la pista.

—Sí... Ah...— balbuceo levantándome. Miro mi reloj para comprobar la hora, que está sobre las once de la mañana.— Gracias por despertarme,— concluyo con la chica, achicando mis ojos con cierta vergüenza.— y disculpa, por lo mismo.

Ella ríe divertida y se hace a un lado para dejarme salir del pequeño espacio entre mi asiento y el del frente. La aeromoza, se despide con una sonrisa y hago lo mismo, sacando de la pequeña cabina sobre el asiento, mi mochila.

Me cuelgo el bolso en un hombro, no sin antes sacar el celular apagado de uno de los bolsillos, y luego me encamino hacia la salida, ubicándome trás un anciano, trajeado y malhumorado, que invierte todo el camino por el pasillo, en insultar y maldecir todo lo que le pasa por la mente.

En silencio, avanzo sin apuro detrás de él, manteniéndome callada y respetando su espacio personal, tratando así, por todos los medios, de no convertirme en un blanco para los disimulados insultos. En la salida otra aeromoza nos espera, y nos despide con la misma sonrisa amable que traen sus compañeras.

Fuera del avión, el espacio se extiende por lo que ya no espero, y en cuento tengo oportunidad, paso al anciano insultador, hasta perderlo entre la multitud ajetreada.

Me coloco trás una mujer con un bebé, en la fila de revisión, mientras un policía se acerca a mí con un perro que olfatea mis cosas y mis zapatos, antes de irse, hacia la mujer del frente.

ParaísoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora