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Edén.

En la habitación Nasser me espera con una sonrisa y los brazos abiertos, a los cuales me dirijo sin pensar en absolutamente nada más, sonriendo abiertamente cuando me recibe y me lleva a dónde quiero.

Repetimos en el baño, en la cama nuevamente antes de prepararnos para irnos a dormir y después de cenar, hasta que el sueño nos toma a los dos, cansandos, y cuando en la madrugada me despierta la falta de aire.

La sensación de sofoque vuelve a mí como la noche anterior, sólo que ahora sé lo que pasa, que ya no me toma en negación. Y aunque es desesperante, el llanto no me da tregua, y que las ganas de acabar la tortura tragandome una sola pastilla, me intercepta de a ratos, lidio con el malestar por las horas que se extiende.

Horas en la que Nasser no se me despega y me hace perder la paciencia al punto que me hace olvidar que en el fondo agradezco que esté cerca, y terminamos discutiendo. Gritandonos con ira a la cara, hasta que al no poder soportarlo más, termino mandando el orgullo al demonio, subiéndome encima de él.

Y así hasta que el amanecer se acerca y nos dejamos caer por el agotamiento, en el sueño que abandonamos después del medio día, cuando a bajo, el revuelo indica la llegada del hombre débil que es absorbido por los brazos de su padre, hermana y preguntas inquietas de su madrastra, pero que al vernos a Nasser y a mí bajar las escaleras, sólo niega, se aleja y no responde a nadie, en lo que nosostros salimos de la casa dedicándole una sola mirada a él y la familia.

El día se nos va en la calle, en asuntos de Nasser a los que sólo le acompaño porqué no quiero estar en casa, y no tengo a nadie más con quién pasar el día. Los escoltas se acercan a mí cada que debo tomar algún medicamento recetado, para traerme algo de comer o beber, cuando las reuniones de Nasser se alargan y no nos permiten irnos.

Pero la ansiedad nunca se va, y me veo a mí misma buscando a Nasser en pequeños lapsos de tiempo, con la necesidad de que así sea en unos minutos, logre bajarme la sensación de que se me va la respiración pese a estar sentada sin mover ni un sólo dedo.

Al final del día me contacta el abogado de Boris Maldonado en representación discreta de Itzan, pidiéndo un encuentro para firmar y cerrar la “negociación” que hice con su cliente, para comprar las acciones de mi empresa.

La “negociación” fue la excusa del colombiano, y la versión que Nasser y yo mantenemos cuando nos encontramos con el abogado en un restaurante. Nasser es quien lee el documento antes de pasarme la hoja dedicándole una mirada al abogado y decirme que pudo firmar.

Y no dudo un sólo instante en hacerlo, sumando a mis acciones la minoría que poseía el hijastro de mi madre. Pero eso no me quita la sonrisa con la que salgo del restaurante, sosteniendo el folder con los documentos que me entregó el abogado.

Nasser me sigue sonriendo burlón por mi reacción al logro conseguido, y propone celebrar en uno de sus restaurantes en el centro. Y aunque por los momentos el alcohol para mí no es una opción el rato se me hace increíble con mis cien mil vasos de refresco sin azúcar.

Hasta que llegamos a casa... O más bien; hasta que la madrugada llega y la abstinencia vuelve a despertarme...

Es la misma ansiedad, la misma sensación de agobio, de ahogo. El mismo sudor, náuseas, dolor de cabeza y hasta la fiebre se suma esta vez.

ParaísoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora