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Edén.

No puedo respirar, no puedo hablar y la sensación de desespero que me toma el pecho se siente tan desgarradora como en ese instante. Quiero escapar, quiero huir rápido pero el dolor en las extremidades, en los pies y la cara es agudo e insoportable por lo que me siento lenta... Me veo lenta, porqué siento que miro todo en tercera persona.

Todo se mueve a la velocidad de la luz, los latidos son rápidos y pese a que me ensordencen oígo claramente mi respiración, mis pies contra el piso y el ruido que puede ser imperceptible en cualquier otra circunstancia, ya que proviene de mi mismo cuerpo rozando arbustos y partiendo el aire cuando avanzo desesperadamente. Y no puedo imaginar mi estado de alerta al darme cuenta de esto.

El movimiento brusco de mi corazón y la sensación de ardor en los pulmones es lo que no me deja respirar, y la necesidad de rendirme me arrolla de una manera jodidamente desesperada y es que me siento acorralada, y lo único que quiero hacer es dejar que mis rodillas se encuentren con el piso que ya no me permite sentir los pies, dejar que me tomen... Que me asesinen sí gustan, pero primero que me permitan sentir por un mísero segundo, que no estoy ahogándome como ese día...

Pero el pensamiento me parece egoísta cuando sumado a todo lo que oigo mientras huyo, el llanto de un bebé logra ensordecedecerme y es que lo tengo en los brazos, y no es sólo a él, en un instante también la mano del gemelo diamantes está aferrada a la mía, y en otro ya no huyo sola, pero no sé qué tan bueno es eso...

Y no puedo averiguarlo; mi escenario cambia, las voces se distorsionan ya no hay ningún bebé, ningún niño pero sí el aullido escalofriante de un perro recibiendo un puñal, su sangre caliente llenando mis manos frías y una mujer que se mueve sigilosamente, casi sin prestarle atención al horror que acaba de cometer... Y es porqué eso es casi nada, pues luego se encuentra con un cuello al que le pasa el filo de la navaja de oro abriéndolo en el mismo instante.

Y soy yo. Yo lo hice, y mientras todo sigue reproduciéndose como un castigo torturante, me grito a mí misma que pare, que me detenga, pero la mujer a horcajadas del cuerpo que ya no lucha, sigue aferrada a la daga dorada sin dejar de perforar con ira el tórax del cuerpo ya inerte...

—¡Despierta, maldición!—me gritan moviéndome bruscamente, y apenas abro los ojos lo que hago es buscar alejamiento, sintiéndo enseguida que todo mi cuerpo lo resiente.

Tengo la cara mojada, mi cuerpo tiembla y el corazón me golpea el pecho con fuerza. La cama se llena de sangre cuando me corro desesperada y jadeo alto notando la herida que me provoco con la aguja que no recordaba tener en el brazo, pero se a quedado en él pese a que la he arrancado de la vía, y me ha desgarrado levemente la piel.

Sollozo con el dolor, sin mirar otra cosa que no sea eso mientras lidio con la misma sensación de asfixia de la pesadilla... Del recuerdo.

—¡¿Que mierda haces?!—me grita de vuelta, y alzo la cara para mirar como se sube rápido sin ni siquiera detenerse a quitarse los zapatos.—¡¿Que demonios sucede contigo?!

Me acorrala cuando inconscientemente intento seguir alejándome, y no tengo fuerzas para hacerle frente a su imposición, así que no hago más que sollozar con el corazón acelerado cuando me coje el brazo lastimado, sin cuidado alguno y busca la aguja que saca con los dedos ensangrentados.

Mira lo que hace con las cejas hundidas y los labios apretados, iracundo como siempre, en lo que yo intento recuperarme, pero no me funciona nada y el dolor en el brazo que sostiene ayuda menos. Coloca la aguja con una calma desesperante en la mesa de al lado, y luego pone los ojos azules en los míos, negando con molestia en tanto aprieta fuerte la herida no tan grave pero que aún sangra.

ParaísoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora