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Octubre, 04





Arzahar.




Con las manos cruzadas a mis espaldas camino por la espaciosa habitación de color beige, esperando que finalmente después de dos días puedan darme la respuesta que ansío tener.

Yasser se mantiene parado bajo el umbral de la puerta de la habitación de su hijo menor, esperando que nuestro amigo doctor termine de estudiar los resultados de el monitor del que ha estado al pendiente desde la noche del dos de octubre.

Paseo la vista por la habitación que no tiene más qué lo necesario para un bebé. Así deben ser las habitaciones de mis nietos; neutras, rígidas, con colores crudos. No puede haber ningún juguete, ninguna estúpida decoración infantil que los distraiga más de lo que deben, para ello tienen una habitación enteramente de entretenimiento a la cual tienen acceso una hora por día.

Le dedico una mirada fugaz a mi segundo hijo, está absorto en sus pensamientos, con el rostro serio y las cejas hundidas.

Me vuelvo al ventanal cubierto por la fina y casi transparente tela de la cortina blanca.

A Yasser esto no le gusta, le desagrada desde que lo intentamos con los gemelos, pero no alega nada, no dice nada ni demuestra renuencia, porqué lo que impongo se cumple.

El doctor y primer ministro Razzag Ayyub, carraspea a mis espaldas, haciéndome girar sobre mis talones para encontrarme con su oscura mirada.

Aprieta los labios quitándose los lentes de lectura, para después negar bajando la mirada.

Suelto aire con decepción, llevando mis ojos hacia los de mi hijo que me mira con cierta vergüenza al saber que los resultados no me han complacido.

Con calma me dirijo a la cuna de madera oscura dónde yace el recién nacido. Está despierto, vistiendo no más que un pañal desechable.

Otra mente común entre los Maalouf.

Maldita suerte.

Enfoco los ojos del pequeño niño que conserva los mismo rasgos característicos de mis hijos y el resto de mis nietos. Los ojos azules heredados por los Pashkov, y el cabello azabache heredado por los Maalouf.

Otros nueve meses de espera tirados a la basura.

Dejo de mirar al niño sin apartarme de la cuna, poniendo mis ojos ahora, sobre el monitor de última generación, enviado a hacer por mí hace poco más de cinco años y remodelado hace poco más de un mes, el cual tiene la capacidad de mostrar la actividad cerebral de los neonatos de mi familia.

—¿Estás seguro?— Yasser suelta la pregunta que pasa por mi mente, a Razzag.

El primer ministro me mira y asiente guardando algunas cosas en su maletín. Yo por otro lado vuelvo la vista a las pantallas que me muestran la figura de un cerebro rotativo que divide sus zonas en colores distintos, y los cuales resaltan cuando el niño pone a funcionar las distintas partes de su común cerebro.

—Completamente.— asegura el hombre que conozco desde niños.

Volteo a mirarlo, no desconfío de su palabra como médico, pues es uno de los mejores en su carrera, y muchísimo más bueno en su rama; neurología. Se graduó con tan solo veintidós años, con honores y en la mejor universidad especializada en medicina. Legalmente no ejerce su carrera, y no porqué no quiera o no pueda, la razón se debe a qué debía ocupar el lugar de su padre.

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