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Edén.

La fachada del centro nocturno nos recibe con un gran letrero iluminado con luces neón de colores. El lugar lo conocemos como la palma de nuestras manos, pues ha sido nuestro punto festivo desde antes de poder entrar legalmente.

Ivanna detiene el auto frente a la entrada, ambas salimos no más que con un diminuto bolso a juego con nuestros atuendos.

Venimos en modo “twins”ambas con vestidos cortos, de cuero y colores combinados.

Un chico uniformado de valet parking, recibe las llaves del Mercedes y se marcha llevándose el auto con él, después de dar el ticket a la rubia. Frente a la puerta hay una fila interminable de personas que esperan pacientemente su turno para entrar de manera ordenada.

Pero por supuesto Ivanna se salta el gentío, y con mi muñeca en su mano, se dirige a la entrada saludando con un beso en la mejilla al portero que nos reconoce de inmediato. La entrada fácil está más que asegurada, pero el chico nos saca plática, manteniéndonos en la entrada con él, más tiempo del necesario.

En mi mano, puedo sentir la vibración del bolso, emitida por el móvil receptor de la quinta llamada entrante, en menos de treinta minutos.

Me llama tonta, y él es incapaz de entender que sí no le contesto la primera llamada, es porqué no deseo hablarle.

Soltando un suspiro me alejo un poco de Ivanna, avisándole que responderé una llamada. Ella asiente y promete esperarme, en tanto yo doy media vuelta sobre mis zapatos y me aproximo a la orilla de la acera sacando mi teléfono del bolso y descolgado la llamada.

—Dime.— respondo tranquila, evitando alargar lo que sea que tiene que decirme.

¿Dónde estás?— es lo primero que pregunta, haciéndome fruncir el ceño.

Por lo menos no me recibió con gritos.

—¿En casa?— miento sin ni siquiera entender porqué.

En casa. — repite lo que yo, haciéndome hundir más las cejas.— Estás en casa.— reitera.

—Eso dije.— afirmo.— ¿Dime que quieres? Debo irme a la cama.

Resopla irónico.

Envié dos escoltas para que te cuiden el culo hasta que regreses el lunes por la tarde.— recalca. — Sal a recibirlos.— añade pausadamente.

Por un segundo siento que está tomandome el pelo, pero cuando compruebo que no es así, suelto aire poniendo mi cerebro a trabajar velozmente.

—Yo no necesito escoltas...

Sal a recibirlos.— ordena interrumpiendome.

—No. No los necesito, diles que se marchen...

Sal a recibirlos.

—¡Que no! — chillo.— Estoy bien aquí, y creeme que no soy tan detestable como tú, que necesitas escoltas hasta para ir al baño, porqué de lo contrario cualquiera moriría por matarte.— «No iba a discutir» dije. — Me incluyo entre los cualquiera.

Sal.— me ignora rotundamente.

Cierro los ojos tomando aire y llenándome de paciencia.

—Ahora no puedo.— me voy por su lado.— Mañana.— ni hoy ni mañana, ni nunca, voy a recibir ningún escoltar.

¿Por qué no ahora?— indaga curioso.

ParaísoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora