Ximena.
Tenía dieciocho años cuando conocí a Christian Callen, acababa de perder a la mujer que me había criado desde los siete, después que mis padres fallecieran, y él... Él era un simple chico de veintiuno que no tenía más que a sí mismo.
Mi abuela era una mujer fuerte, que trabajó hasta el último día de su vida, en un trabajo tan simple y mediocre que apenas nos daba de comer. Yo me encargaba de que la casa siempre estuviera reluciente como a ambas nos gustaba, y de las tareas escolares de las que me aferraba para que en un futuro ella pudiese descansar.
Pero murió antes de que pudiera lograrlo.
Christian por su parte, era otro más al que la vida le había cobrado hasta lo que no debía, perdiendo a su padre y hermanos en un atentado en su propia casa. Su madre había perdido la vida cuando el tenía dos años, a causa de un parto del que sólo pudieron salvar al hermano menor de quién en algún momento fue mi esposo.
Christian tenía dieciocho, cuando llegó de una fiesta a su casa y encontró los cadáveres de su familia, sobre las seís de la mañana. Su estabilidad económica dependía de una pequeña tienda que con esfuerzo su padre había construido en el barrio dónde vivían, y de la cual tuvo que encargarse para subsistir en tanto se encargaba también de ir a la universidad.
Nos conocimos en Madrid, el acababa de mudarse, había vendido lo poco que tenía en Estados Unidos, y con esfuerzo logró encontrar un lugar pequeño para vivir, mientras terminaba lejos de casa la universidad.
Recuerdo que me ahogaba en llanto en una parada de autobuses, era de noche y llovía tan fuerte que ni siquiera lo escuché llegar. No dijo ni hizo nada, sólo se quitó su chaqueta y la puso sobre mis hombros, y poco después llegó el autobús, subí, agradeciendo en voz baja mientras intentaba devolver la prenda, pero negó y me pidió subir, para después marcharse bajo la lluvia una vez que el transporte público se puso en marcha.
Me quedé mirándolo por la ventana; se había quedado sólo para hacerme compañía.
Después de esa noche, todas las demás nos encontrabamos en el mismo lugar, yo trabajaba cerca, y él vivía a pocas cuadras y pasaba por ahí cada noche cuando regresaba de la universidad.
Fue cuestión de tiempo para que la amistad que teníamos se convirtiera en algo más, y pronto fuimos una jóven pareja que no tenía más que un pequeño apartamento en una de las zonas más pobres de Madrid. Pasamos por mucho, y siempre diré que un par de chicos de esa edad no pueden simplemente intentar vivir juntos, con las responsabilidades de una pareja adulta y estable.
Pero a nosotros nadie nos dió opción, éramos o no éramos, nos teníamos o no, y ambos estábamos tan jodidos que sabernos solos una vez más nos rompía el alma. El amor no faltaba, pero sí la madurez, el dinero y la estabilidad a la que ninguno estabamos acostumbrados, pero sabíamos que necesitábamos.
Ambos trabajábamos y estudiábamos, pero hubieron noches en las que no había de comer, y acostarnos juntos, en nuestra pequeña primera cama, en silencio, abrazados el uno al otro mientras afuera el cielo se caía, era la única opción que teníamos, mientras mi mente sólo recalcaba una cosa:
El amor no es suficiente cuando las necesidades sobran.
Nunca lo será, y está totalmente equivocada la persona idiota que siga creyendo en el estúpido dicho de "el amor lo puede todo"
«Prometo darte todo lo que necesites y muchísimo más, sólo confía en mí, cariño.» eran las palabras de Christian cada noche que en nuestro minúsculo refrigerador no había más que una manzana podrida.
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Paraíso
RandomVivían tan sumergidos en sus mundos que inevitablemente olvidaron que el que ellos pisaban daba vueltas constantemente y cuando quisieron darse cuenta de ello, esos giros los hicieron chocar. Ella no tenía preocupaciones más que elegir el destino de...