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Edén.

Estoy aturdida... No puedo oír ni mis pasos. No puedo oír otra cosa que no sean los latidos de mi propio corazón y los sollozos que trato, con vehemencia de callar.

En mis brazos los dedos de Nasser aprietan con fuerza, mientras me conduce hacia afuera.

Veo a Mishell pasar corriendo a un lado de nosotros, pero hace lo que yo quisiera hacer en este momento: irse al lado opuesto al que Nasser se dirige, para esconderse.

Nasser no me habla en todo el camino, sólo camina con calma pero seguro, con la vista el frente y un semblante con el que pareciera que su mente no está en este lugar.

La mía, sigue en trance, mi pecho se priva por el centenal de emociones que procesa con toda la información, «Es un hecho», ya no es una simple suposición... Van a matarme.

Van a matarme, no se qué pasará en unos momentos, estamos en su casa y evidentemente a Nasser eso no le está importando... Sí salgo viva de aquí, ya no sé como Nasser va a tomarse mi silencio, estoy... Estoy jodida. Y no se como demonios es que no me ha dado un infarto.

La aparición de los cuatro escoltas en mi campo de visión, me resulta un alivio, pero Nasser ni siquiera, media palabra con ellos, tan sólo les hace una seña con la cabeza, y ellos nos siguen tomando el ala este de la mansión, cuando llegamos al primer piso.

Amina, la anciana nana, es la primera en vernos, y es por mi cara que frunce el ceño.

Cada vez siento que respiro menos, y las estocadas de miedo que me hacen sentir el corazón en el estómago, son feroces.

A medio pasillo, antes de entrar al salón familiar, Nasser me detiene. Me pone de frente con él y la severidad con la que me mira me hace sentir peor, me asusta más, e incrementa mi llanto.

Ladea la cabeza pidiéndome con el gesto silencio, y desesperadamente trato de obedecerle, limpiandome la cara, en vano.

Alza la espada, que había olvidado por completo que traía, y mi corazón enloquece aún más, el pánico me desestabiliza la respiración por el segundo eterno que tarda en dársela a Yusuf.

—Voy a pedirte una cosa ¿Bien?—me habla con suavidad, pero el gesto es superficial y vacío, no obstante asiento enseguida, mientras me toma la cara con ambas manos—Quiero que te calles—me limpia las mejillas y no paro de asentir—, Que dejes de llorar, y mantengas la puta calma, porqué nadie va a hacerte daño.

Bajo la cabeza, por el sollozo que reprimo.

—Lo siento...

—Calla.—exige sin dejar de quitarme las lágrimas.—Sólo cállate la maldita boca.—inquiere con los dientes apretados y asiento sin mirarlo.

Me toma unos minutos dejar de sollozar, pero no dice nada y se mantiene pasando sus dedos por mi cara, quitando cada lágrima, para seguir.

—¿Cuantas veces te ha golpeado?—inquiere en voz baja, con los ojos en lo que hace.

No me enfoca aunque yo trato de buscar sus ojos, hasta que los encuentros, pero me reciben con severidad, en espera a una respuesta.

Me encojo de hombros y niego bajando la mirada.

—No lo sé.—siento ganas de sollozar de nuevo, pero me alza la cara impidiéndomelo—Sólo... Algunas veces.

Reprime una risa amarga.

Algunas veces.—reprocha y siento que me hago diminuta—¿Dónde te ha golpeado? ¿Ayer dónde lo hizo?

Niego frustrada, pero me obliga a responder.

ParaísoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora