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Diciembre, 03

Edén.

La mañana pasó volando y siento aún el cosquilleo en la piel que no se va desde que me encontré con el escolta en el cuarto piso de la mansión maldita. La garganta la traigo seca y de hecho me siento extraña, sin embargo la sastifaccion no me deja y me encanta.

Me encanta porqué aunque sólo lo sé yo, me siento como cuando recibía mis premios luego de ganar algo de lo que ni yo misma tenía esperanzas. Esta vez nadie me mira ni aplaude, pero raramente resulta más exitante que lo haga sólo yo.

El teléfono fijo a mi lado suena y dejo de mirar lo que hago en la computadora para mirar a la secretaría que lo alza y sonríe, dándome a entender que es una llamada personal. Dejo de mirarla pues mis esperanzas mueren cuando pide que la llamen al móvil.

—Es un asunto familiar.—explica y vuelvo a mirarla.—¿Puede archivar esto, por favor?—pide entregandome el iPad que me muestra un contrato digital con la firma de Nasser y alguién más en la parte inferior.

Asiento.

—No te preocupes.—murmuro recibiendo lo que me entrega.

Asiente con un débil “gracias” y se marcha aprovechando que es la hora de almorzar. Habitualmente come aquí, pero está en su derecho de hacerlo dónde le plazca ya que es una hora dónde no se le exige laborar. Terminando con mi trabajo me pongo a archivar el contrato leyendo por encima términos que favorecen a Nasser en una destilería petrolera en Abu Dhabi, y ni siquiera es una de las suyas.

No le pongo más atención de la necesaria y al terminar apago el iPad y lo dejo sobre los fordes del lado de la secretaria. Apago mi computador también y miro a ambos lados del lugar antes de levantarme, coger mi bolso y caminar hacia la oficina que se haya vacia. Nasser salió del edificio luego de gritarme molesto que no le gusta que le haga perder el tiempo ni que juegue con su paciencia.

Así que no pierdo tiempo de irme al baño, hacer pis y lavarme las manos antes sacar un labial, retocarme ágil y rápidamente los labios para luego salir caminando lento y en silencio por el amplio lugar trás haber asegurado de dejar el labial sobre el lavado. Paso el dedo por las paredes de cristal, hasta que quieta y calmadamente tomo asiento en el lugar del rey. Sonrío, la silla es enorme y sentarse en ella detrás del escritorio y frente a la ciudad que se alza a mis espalda me hace sentir como se siente él a diario: indestructible e inalcanzable.

Río al moverme a los lados con la agilidad de rotación que tiene. Doy una vuelta entera ríendo en voz baja antes de quedar nuevamente frente al escritorio y echar un vistazo a la puerta negra a mi frente. Y procedo a buscar entre sus cosas un folder vacío con el logo dorado que indica que algo le pertenece, tiene como seís disponible aquí, yo misma se los puse.

Abro el cajón dónde lo miré ponerlos luego de que se los dejé sobre el escritorio. Alejando rápidamente con los dedos el arma que toco sin querer, golpea el fondo del escritorio y me gustaría dejarla allí, pero como es; de seguro se da cuenta que estuve husmeando entre sus cosas sin permiso.

Así que con dos dedos, cojo el arma y la pongo en la misma posición dónde estaba luego de sacar el forde que necesito. Cierro el cajón y sin salir de la silla tomo mi bolso, lo pongo sobre mis piernas y entre mis cosas rebusco hasta encontrar el conito de helado en miniatura para guardarlo en el folder tipo sobre. Guardo lo demás con cuidado de no arrugar nada y aseguro el sobre para que nada se salga, paseando el pulgar por las tres letras doradas.

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