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Edén.

Con una pequeña presión de culpa en el pecho, bajo el teléfono después de despedirme de la madre de Michael. Mis ojos siguen puestos en el pelinegro que tampoco deja de verme, hasta que soy yo quien rompe el contacto visual, tomando camino a pasos rápidos.

«Tonta, idiota» Verdaderamente lo soy por pensar qué el hijo de perra podía dejar pasar algo por alto.

Y sí algo le hizo, yo... ¡Joder!

—Hey ¿Dónde vas?—me llama Kaylee cuando paso de largo por la mesa.

Sonrío volteando a verlas, pero sin dejar de caminar.

—Eh... Regreso luego.

No tengo tiempo para explicar nada, y aunque lo tuviera no lo intentaría.

«Me tacharían de loca sí les cuento que después de todo lo que he presenciado con este hombre, sigo estando a su lado»

Es que ni yo concibo que pasó... Yo también me lo reprocho.

Para restarle camino al jardín, mis pasos avanzan rápido, entre correteos disimulados que finalmente me dejan algo exhausta en el umbral del balcón que el par de rusos ocupan.

Al verme llegar, Nikolai, que se encuentra sentado frente a la mesita ratona dónde están dos laptops, una de estilo militar y otra de alta gama, además de un montón de documentos, se exalta un poco y cierra la computadora que tiene en frente antes de empezar a recoger los papeles.

Quito los ojos de él y de sus cosas, sin dudar al ponerlos en segundo plano, porqué toda mi atención está en una sola persona: Nasser.

Él me mira con una ceja arqueada, y se acerca después de dar el último sorbo al vaso acristalado, que deja en la misma mesa.

—Necesito que vengas.—le digo antes de que llegue a mí, evitando el tacto que se hacía eminente.

Me doy la vuelta, alejándome del balcón mientras él le dice a Nikolai, en su idioma, que no pare de hacer lo que hacía.

Siento sus pisadas detrás de mí, calmadas, lentas, desesperantes... Me desespera la culpa, el haberle olvidado, el dejar que le hicieran lo que sé que es capaz de hacerle...

Sea lo que sea, Mike no se merecía ser dejado... Por su familia, por su hijo, por lo bueno que fué conmigo incluso cuando Nasser me hacía a un lado.

Y con todo eso en la mente, mi paciencia no da para más. Termino haciéndole frente al ruso, que detiene sus pasos con los ojos en los míos, y con un gesto de rendición hago la pregunta:

—¿Que le hiciste, Nasser?—voy al grano, pese a que la respuesta directa podría afectarme.

Arruga las cejas, ladea la cabeza y aunque parece confundido; después de la impresión que le causa mi pregunta se acerca, para rodearme la cintura.

Niego, obligandome a no buscar sus ojos para no perder el enfoque.

—Dime que no lo mataste...

—No sé de qué demonios hablamos.—sus labios buscan mi cuello, dejando claro que es poco lo que le causa la acusación.—Se un poco más concisa.—pide cuando encojo el hombro para sacarlo de mi cuello.

—¿Qué le hiciste a Michael Alabi?—sigue mirándome con las cejas hundidas.—Michael, Mike, el capataz de las caballerizas de...

—¡Ah!—recuerda, ríe entredientes y como sí nada. Alza una de sus manos hasta mi cara para conducir mi boca a la suya, mientras la otra mano, sigue en mi espalda baja.—El campesino que te besó.—dice tanteando mis labios y cierro los ojos tomando aire.

ParaísoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora