👩🏻‍🦰11🤴🏻

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Me había quedado dormida mientras lloraba. Podía haberme ahogado de no ser por ambos hombres, quienes habían decidido acostarme de costado para evitar sustos nocturnos. Reli Fracci no había sabido la razón de mi ataque de llanto pero aun así se aseguró que el más joven del pequeño grupo no se acercara a mí. Me desperté sintiendo pequeños tirones en mi rostro, no presté demasiada atención a eso porque sabía que era una de las consecuencias de tanto llorar pero lo que llamó mi atención fue ver al conde charlatán sentado en el suelo, haciendo guardia del lugar donde yo dormía.

-Se merece el cielo y más...- Susurré, sintiendo ternura por su acto.

Me moví despacio para no despertar a ninguno y fui a los pocos árboles que aún no se habían secado. Examiné su alrededor para asegurarme de no darles alimentos dañados y tomé las manzanas que me fueron posibles alcanzar. Mi idea para el desayuno era algo descabellada y no sabía si saldría bien pero iba a intentarlo de todas formas. Tomé la espada del conde y corté las manzanas en pequeños pedazos para posteriormente volverlas puré. Encendí el fuego y con el asador que habían hecho los dos hombres, comencé a calentar el puré, intentando que se espesara.

-¿Qué es eso?- Preguntó la perezosa voz de Olán.

-Manzana caliente y pan.- Respondí para no ser grosera.

-Lamento lo sucedido.- Murmuró.- No me comporté como un caballero, le aseguro que no volverá a ocurrir.

-De acuerdo.- La incomodidad se hizo presente entre ambos, no quería estar cerca de él.

Cuando serví mi invento a Olán me volví sobre mis pasos para ir a despertar al conde. Seguía en la misma posición y no parecía haber escuchado conversación o ruido a su alrededor.

-Fracci.- Llamé por su apellido mientras movía su hombro.- Despierta, el desayuno está listo.

Él solo asintió y con pereza se puso en pie. Caminó con lentitud hacia la fogata y se sentó cerca de esta, estirando sus brazos y asintiendo cuando tuvo la comida entre sus manos. Comimos en silencio, disfrutando de la cálida mañana que nos acogía y del dulce sabor de la manzana que acompañaba y humedecía al seco trozo de pan.

Lastimosamente esa atmósfera llena de paz no duraría mucho, teníamos que volver a cabalgar para buscar un lugar seguro y estable hasta que pudiéramos volver a Sdon. Si en algún momento de mi adolescencia había llegado a pensar en abandonar la casa familiar, en esas circunstancias agradecía no haberlo hecho, no podía imaginarme una versión de mí con trece años y vagando por las carreteras.

-¿Se siente bien?- Preguntó el conde cuando terminó de comer.

-Sí.- Asentí con energía.- ¿Quedaron satisfechos? Aún queda un poco.

-Yo estoy bien. Que se lo lleve él, es quien aún necesita crecer.- Murmuró Fracci, burlándose de Olán.

-Ya he crecido, anciano.- Se defendió el aludido.- Pero no voy a negar un poco de comida.

-Anda, tenemos que irnos.- Era bueno que no estuviesen discutiendo.

Tan pronto terminamos el desayuno retomamos el camino, nuestro destino era desconocido al igual que nuestro paradero. Prácticamente avanzábamos a ciegas sin saber si nos dirigíamos directamente hacia las garras de nuestros enemigos.

Cuando el viento comenzó a golpear mi rostro otro recuerdo hizo eco en mi mente, Arabella. Echaba mucho de menos a esa yegua obstinada pero también, a la perrita que nos esperaba en casa. Sí, habíamos nombrado Arabella a nuestra mascota para que Malek tuviese a su amada yegua cerca aunque fuese de una forma simbólica.

-¿Qué escondes tras tu espalda?- Preguntó cuando se encontró conmigo frente a la puerta de nuestro dormitorio.

-Eh... Cierra los ojos.- Ordené.- Date la vuelta y camina, no mires hacia atrás.

-¿Por qué?- Volvió a preguntar con desconfianza.

-Has caso, Edevane.- Murmuré.

-Tú también eres Edevane, Beth.- Cedió mientras reía.

Llegó hasta los pies de la cama y se quedó allí de pie sin voltear. Estaba nerviosa porque no sabía si le gustaría mi regalo pero no me agradaba verlo arrastrando los pies porque extrañaba a sus pequeñajos.

-Voltéate. Leeeentamente.- Estiré la "e" con calma.- Eso es, aún no abras los ojos.

-Elizabeth, ¿qué rompiste?- Cuestionó. No pude evitar soltar una carcajada, qué imagen tenía sobre mí.

-Me ofende, mi rey.- Murmuré burlona.

Sostuve entre mis manos a la pequeña cosa peluda y la posicioné frente a sus ojos.

-Ábrelos.-Murmuré.

Malek comenzó a abrir sus ojos con lentitud hasta que se encontraron con aquella cosita hermosa. La miró con curiosidad, analizando la situación y a nuestra pequeña amiga.

-Se llama Arabella.- Susurré.- Ha llegado para que no te sientas triste cuando pienses en Ara.

-Oh, Beth.- Susurró, tomando a la cachorrita entre sus brazos y a su vez, atrayéndome hacia él.- Gracias, de verdad.

Desde ese instante Arabella perruna no se separaba de él y Malek tampoco de ella. Se preocupaba porque su pequeña niña estuviese bien y jugaba todo el tiempo con ella, era como si Ara realmente estuviese en la casa con nosotros. La ilusión en los ojos de mi esposo cada vez que veía a su perrita era la misma que tenía cuando acariciaba o cabalgaba con su yegua y yo me sentía feliz de poder admirar y atesorar esos pequeños momentos.

-Extraño verlo lavar los platos.- Susurré.

-¿Dijo algo?- Preguntó Fracci.

-No, nada.- Contesté alto y claro.

Las horas comenzaron a pasar a gran velocidad y con ello, los días y las noches iban y venían. Una nueva ciudad se alzaba frente a nuestra atenta mirada después de cuatro días de extensa cabalgata.

-¿Alguna idea de dónde estamos?- Pregunté.

-No, jamás había venido.- Respondió el conde.

-Yo sí.- Ambos nos giramos para ver a Olán, quien nos veía con palidez.

-Dime que no.- Susurré.

-Hemos llegado a Prifac.- Murmuró.-Tenemos que irnos o nos matarán.

-Eres hijo del que fue rey, saquemos provecho.- Intentó razonar Fracci.

-No les interesa si soy o no hijo del difunto rey o del que reina en estos momentos, somos forasteros y no dudarán en cortarnos la cabeza.- Hichet no gritaba pero lucía como si quisiese hacerlo.

Volvimos a subirnos en los agotados caballos y trotamos sobre nuestros pasos, girando a la izquierda después de un largo tramo.

-Lo lamento pero si nos quedábamos nos iban a matar.- Murmuró apenado el más joven.

-Está bien, gracias por advertirnos.- Le sonreí un poco y volvimos a centrar nuestra vista en el camino.

Nuevamente tuvimos que dormir en la falda de los árboles, pasando frío e incluso hambre. Solo esperaba que eso acabase pronto para poder volver a casa.

Retorno Medieval© EE #2 [EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora