Capítulo 3

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Max Parker

Giro mi cabeza de vez en cuando para ver a Stella. Su cabello negro le llega hasta un poco más debajo de la mandíbula, rozando con ella. Sus ojos son iguales que los míos, marrones, con un toque más oscuro. Parecen negros. Ahora ella escribe algo en un papel, pero no puedo ver qué es porque está en medio. Deja de escribir y yo giro mi cabeza para ver al profesor, simulando que no estaba viéndola segundos antes.

—Damos el día de hoy por finalizado —dice el profesor, recogiendo sus cosas. En toda la clase, no le presté atención ni por un segundo. Sé que hablaba, pero no sé de qué. Proyectó unas dispositivas, explicó algo, pero nada más.

Todos los alumnos se levantan y son los primeros en abandonar la clase. La pelirroja llamada Vanessa, se despide de mí con la mano, le devuelvo el gesto, viéndola marchar. Su cabello pelirrojo le llega hasta la cintura, lo tiene totalmente rizo, pareciendo Mérida, una chica de una película Disney.

Stella me da un codazo para que reaccione, cuando desciendo mi mirada hacia ella, veo que me tiende un papel con un número de teléfono.

—Mi número, me has caído bien, Max —sonríe, dándose media vuelta para irse.

Sonrío viéndola marchar. Físicamente no es muy alta, medirá cerca de metro sesenta. Su cabello negro está ondulado, y sé que, si se lo llegara a alisar, le quedaría a la altura de sus hombros. Su tez es blanca, aunque no tanto como la de Vanessa.

Ni siquiera me da tiempo a darle las gracias, cuando desaparece por la puerta. Pues nada, soy el último en salir. Recojo todas mis cosas, guardándolas en la mochila junto alguno de los libros. Me echo la mochila al hombro, sintiendo lo pesada que es y abandono la clase. Camino por los pasillos, chocándome con una chica nada más salir por la puerta.

Ella llevaba todos los libros en sus brazos, al chocar, se cayeron todos al suelo. La chica alza su mirada, viendo sus ojos color miel ver los míos con fascinación. Reconozco a la chica, es la que discutió antes con Stella en medio de la clase. Y también reconozco esta escena tan cliché.

—Perdón, perdón —se disculpa ella, recogiendo torpemente los libros.

—Perdonada —digo, mientras me alejo.

No voy a vivir un cliché de instituto en plena universidad. Menos con esa chica. En cuanto abrió la boca, supe que era la misma reencarnación de Laila Anderson. Una larga historia y que no viene a cuento. Ese tema está cerrado desde hace un año, no voy a abrirlo de nuevo.

—¡Espera! —grita la chica de antes, alcanzándome a mitad de camino—. ¿Tienes planes para esta tarde? —cuestiona, sonriendo coqueta.

—Tomar un vaso de cloro. Saltar de la azotea de mi edificio. O meter un tenedor en uno de los enchufes de mi casa —contesto, sarcástico—. Todo suena maravilloso, ¿no crees?

Ella se ríe. No dije nada gracioso. Aunque igual vio mi cara de payaso y por eso suelta una carcajada. Es algo que siempre me dice Claudia, mi mejor amiga. Yo y mi cara de payaso que hace reír a todos.

—Qué gracioso eres, Max —me golpea en el brazo de broma.

Fuerzo una sonrisa.

—Lo sé —contesto—. ¿Por qué me sigues? —pregunto, sintiendo como me sigue de un lado a otro.

—No respondiste a mi pregunta. ¿Tienes algo que hacer esta tarde? Podemos salir juntos... charlar... o lo que surja —sugiere, guiñándome un ojo.

—No puedo, tengo cita con mi psicólogo. De pequeño maté a mi abuela con un hacha, la hice trizas y la metí en el congelador. Pero mis padres se dieron cuenta y desde entonces, me llevan al psicólogo —me invento una pequeña y absurda historia, para que se dé cuenta que no quiero salir con ella.

Max y Stella ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora