Egresados

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El día de la entrega de diplomas había llegado. Ya había pasado la fiesta de egresados descontrolada y el año lectivo estaba a dos días de terminar, lo cual era lo mismo que finalizado porque ya ninguno de nosotros estaba yendo. Sí asistían los alumnos que debían materias que tendrían que rendir en unos días o meses, pero por primera vez en tres años yo no estaba dentro de ese grupo. Después de las vacaciones de invierno, me había concentrado en estudiar para levantar las notas de las materias que tenía bajas y aprobarlas todas durante la cursada. Eso se debía a que quería disfrutar del verano con Lele en vez de estar estudiando, decisión que ahora agradecía aún más porque en tres semanas ella se iba nuevamente.

Pasé a buscar a Lele con el auto para que me acompañe al cementerio. Últimamente estuve yendo bastante, siempre con ella. A pesar de que me seguía poniendo triste ese lugar, notaba que cuando me iba de ahí estaba más liberado. Como si, aunque fue un simple lugar físico, de alguna forma me ayudaba a conectarme con mi mamá. Quizás sea por el silencio del lugar o porque estando ahí me permitía derrumbarme, llorar y estar triste. Todavía no había podido ir solo ni con alguien que no fuera Malena, pero pronto tendría que hacerlo.

Volvimos a su casa para almorzar y después de que ella se armara un bolsito nos fuimos a la mía. Estuvimos un rato con Sofía hasta que papá -que hoy no había ido a trabajar- la llevó a dormir la siesta para que esté descansada para la noche. Después de muchas charlas, enojos y rechazos de su parte a ambos, la enana había aceptado que si yo me iba no era culpa de mi novia y entendió que si no lo hacía yo iba a estar muy mal.

—Lele. —Le palmeé despacio el muslo porque se había quedado dormida sobre mi hombro mientras mirábamos una película en el sillón del living. Paseó los ojos por el lugar desconcertada hasta que me miró a mí. Sonreí al verla despeinada, nunca podría cansarme de verla despertarse.— ¿Querés ir a dormir a la cama?

Asintió con los ojos cerrados de nuevo y sin moverse. La llevé a cococho mío hasta mi habitación. Me dejé caer de espaldas sobre la cama con la idea de apoyarla a ella y levantarme, pero afianzó el agarre de sus piernas rodeando mi cintura para impedírmelo.

—¿No querías dormir? —Pregunté con una sonrisa.

—Nop. —Me susurró al oído seguido de un par de caricias en mi pelo.

Parecía no importarle que la estaba aplastando con todo mi cuerpo porque fue bajando con sus manos. Me acarició los labios con el pulgar, momento que aproveché para succionarlo, y siguió por mi cuello. Una de sus manos se quedó en mi pecho por sobre la remera mientras que con la otra siguió su recorrido hasta introducirla en el elástico del short que tenía puesto.

—Está la puerta abierta. —Comenté con una risita ahogada por los jadeos, tirando la cabeza para atrás para encajarla en el hueco de su cuello.

—No me puedo levantar para cerrarla. —Dijo con un tono extremadamente inocente, que no le creí, mientras seguía acariciándome sobre el bóxer y abría las piernas para liberarme.

Rápidamente trabé la puerta pero me quedé ahí observándola. Por la forma en que cayó en la cama, el vestido suelto que tenía puesto le había quedado sobre el ombligo. Se había espabilado y me estaba mirando con el deseo instalado en los ojos. Estaba disfrutando ver el bulto que se me había formado en los pantalones y yo sabía que la excitaba verme así por ella.

—¿Estás disfrutando la vista?

Se mordió el labio inferior y asintió con una sonrisa. En mi corto camino hasta la cama me saqué la remera para volver a acostarme sobre ella, esta vez de frente. Podía sentir su excitación en el punto donde se juntaban nuestros pechos y ella sentía la mía en su zona más íntima. Llevé una de mis manos a su entrepierna y ensanché mi sonrisa al encontrarme con su humedad.

El poder de un besoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora