Podría acostumbrarme

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Llevaba más de media hora solo cuando escuché que alguien bajaba la escalera y venía en dirección a la cocina. Malena se llevó una mano al pecho y ahogó un grito cuando se dio cuenta de mi presencia en ese lugar. No la culpo, no había prendido la luz y lo único que nos alumbraba era la poca claridad que entraba por la ventana.

—Lindo pijama. —Comenté aguantando la risa.

Tenía puesto unos pantalones que tenían dibujos de unicornio en todos lados y una remera celeste con la frase "i'm an unicorn"(*) en el pecho. Se miró a si misma y se encogió de hombros.

—¿Qué haces acá? —Me preguntó después de mirar el reloj que indicaba que eran las 6:49 de la mañana.

—No puedo dormir, ¿vos?

—Lo mismo, vine a buscar un vaso de leche a ver si eso me ayuda.

Nos quedamos en silencio mientras ella tomaba del vaso que se había servido.

—¿Vamos a ver el amanecer?

Levanté la vista para mirarla.

—¿Me estás invitando a una cita? —Pregunté con una mezcla de picardía, diversión e incredulidad en mi voz.

—Tomalo como quieras, ¿sí o no? Parece que va a amanecer pronto. —Comentó mirando hacia afuera antes de volver a verme a mí.

—¿Vas así? —Señalé su pijama con una sonrisa divertida. Rió.

—No me daría vergüenza salir así, pero no tengo ganas de agarrarme una neumonía por estar desabrigada así que voy a cambiarme.

Volvió vestida con unas calzas negras, un buzo gris que decía "University of Pennsylvania" con el escudo de dicha institución y zapatillas deportivas. Salimos sin hacer ruido y caminamos hacia la cancha de golf.

Nos sentamos en el pasto, mirando hacia el este. La rubia nos cubrió a ambos con la frazada que se le ocurrió traer y que en verdad había sido una gran idea porque hacía frío y nuestros buzos no eran suficiente abrigo. Ninguno dijo nada por un rato.

—Soñé con mamá.

Ante mis palabras giró su rostro para mirarme.

—¿Por eso no podes dormir?

Asentí.

—Es la primera vez desde que murió que sueño con ella.

—¿Cómo fue?

—Estábamos los dos solos en casa, tomando mate y charlando. Me decía que no guarde rencor por su muerte y que haga lo que tenga ganas de hacer, que era mejor arrepentirse que quedarse con las ganas o la duda.

—Eso es cierto. ¿La veías o era todo medio abstracto?

—La vi, fue como muy real el sueño. —Sonreí.— Estaba hermosa, con su pelo negro y el flequillo que nunca se quiso sacar. Parecía como si tuviera una luz alrededor pero que salía de adentro suyo.

—Ya te lo dije, Tomi, es un ángel ahora.

—No me acuerdo mucho pero en un momento del sueño ella te mencionaba. —La rubia sonrió.

—Siempre voy a lamentar haberme ido por dos años y haberme perdido tantas charlas que podría haber tenido con ella, por chat no era lo mismo. —Comentó con nostalgia mirando el horizonte.

—Tengo miedo de olvidarme su voz, Lele.

—Eso no va a pasar. 

Quise pedirle que me lo prometa, pero no era algo que dependiera de ella.

El poder de un besoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora