Mi heroína

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Me desperté porque me picaba demasiado el brazo. Aunque lo intenté, no conseguí rascarme y ahí me acordé que lo tenía enyesado. Escuché voces en la habitación pero no les di importancia. Inmediatamente en mi cabeza apareció una especie de película con todo lo que pasó, aunque opté por dejar de lado esas imágenes porque no me hacía bien. Supongo que habrán pasado algunas horas del accidente porque recuerdo haberme despertado con mamá al lado mientras otro médico me ponía el yeso.

La puta madre. Me quejé abriendo los ojos, la picazón era cada vez peor.

Mamá, papá y mi abuela aparecieron rápidamente al lado de mi cama con cara de preocupación.

¿Qué pasó, mi amor? Me preguntó mamá preocupada.

Me pica, me pica. Respondí rascándome por arriba del yeso mientras los tres se turnaban para darme un beso en la frente.

Bueno, mi amor, ya se va a pasar. No hay mucho que podamos hacer para aliviarte la picazón. Me dijo mamá con un tono de compasión.

No me trates como a una enferma, no soy tu paciente. Le contesté de mala manera y ella asintió.

¿Cómo te sentís? Me preguntaron papá y mi abuela a la vez.

Bien, ¿cuándo me puedo ir de acá?

Deberías quedarte hasta el lunes en observación para que te controlen que el golpe en la cabeza no tenga ninguna consecuencia. Miré a mamá con fastidio.

¿Posta? Asintió otra vez. ¿No hay chance de que vos me saques de acá?

Negó sonriendo y escuché la risa de las demás personas en la habitación.

Justo recién dijiste que no eras mi paciente y tenés razón, así que no vas a conseguir ese tipo de cosas por mi parte. Rodé los ojos maldiciendo en mi interior mis palabras y papá volvió a reír. Lo máximo que puedo hacer es dejar que tengas más visitas, pero tenés que seguir las reglas del lugar y vamos a hacer las cosas como lo digan los médicos. Sin embargo me alegra que tengas ese humor.

¿Hasta el lunes internada? Puedo llegar a morir de la desesperación. Después de resoplar para hacer evidente mi molestia ante ese hecho, levanté la vista para ver que atrás de ellos tres estaba Tomás mirándome con expresión triste.

¿Y a vos qué te pasa que tenés esa cara? Le hablé y su respuesta fue un intento de sonrisa. Algo no estaba bien. Tomás, ¿qué pasó? No me mientas. ¿Sofi está bien? Asintió. ¿Alguien más salió lastimado en el accidente? Negó. ¿Entonces por qué estás así?

Ante su silencio fue papá quien me contestó.

Siente que el accidente es culpa suya. Levanté las cejas al escucharlo.

¡¿Vos me estás jodiendo?!

No. Dijo mi novio bajando la vista y sentí la tortura en su voz.

Estiré mi brazo derecho como pude por la aguja que tenía en el antebrazo y él rápidamente abandonó su lugar casi en la entrada de la habitación para acercase a mí, los otros tres se alejaron unos pasos para darnos espacio. Tomó mi mano entre las suyas, haciéndome ligeras caricias. Seguía vestido con el uniforme del colegio y tenía el pelo totalmente revuelto, seguramente por haberse pasado las manos demasiado durante estas horas.

Perdoname, Lele. Si yo las hubiera esperado en la vereda del colegio esto no pasaba.

No seas tonto. Lo importante es que a Sofi no le pasó nada y yo también estoy bien.

El poder de un besoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora