Una señal

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Mi vuelta a la escuela fue tal como pensé que sería: condolencias, miradas de lástima y palabras de aliento que no reconfortarían a nadie. No presté atención a ninguna de las clases y a ningún profesor le importó. Podía sentir su compasión y eso me generaba bronca. Por suerte tenía a mis amigos rodeándome y apoyándome en silencio, me servían de escudo y realmente lo agradecía.

Hoy se cumplía una semana de la muerte de mamá y todavía no era demasiado consciente de lo que había pasado. Por momentos tenía la sensación de que no era real lo que estaba pasando, que cuando llegue a casa estaría ahí esperándome con su sonrisa.

Papá: dónde estás? No salías a las dos del colegio?

Cuando leí el mensaje me fijé en que ya eran pasadas las tres de la tarde y yo seguía dando vueltas por el barrio. Le respondí que estaba yendo a casa para que se quede tranquilo.

—¡Al fin, nene! Nos estamos por desmayar del hambre esperándote. —Me reclamó Malena al verme entrar.

Estaba tirada en el piso del living jugando con mi hermana, que se rió ante su comentario. Les besé la mejilla a ambas antes de seguir mi camino a la cocina y encontrarme con papá.

—¿Dónde estabas?

—Caminando, no me di cuenta que había pasado tanto tiempo. —Me disculpé. A pesar de que mis padres nunca me pedían demasiadas explicaciones, no me gustaba preocuparlos.— ¿Qué haces en casa tan temprano?

—Fui con Malena a buscar a Sofi al jardín para firmar el permiso para que ella pueda retirarla, mañana vuelvo a mi horario normal. —Asentí mientras lo ayudaba a terminaba de poner la mesa.— ¡Chicas, a comer!


—¿Me acompañas al cementerio? —Le pedí a mi amiga cuando salió de la habitación de Sofi después de hacerla dormir la siesta.

No me animaba a ir solo.

Male comprendió que no tenía ganas de hablar y me respetó eso todo el camino. Cuando llegamos compró y me entregó un ramo de gladiolos blancos, las flores preferidas de mamá, y también compró uno de claveles de distintos colores que sostuvo ella. Pasé mi brazo por sus hombros para tenerla cerca mientras caminábamos por los pasillos de ese lugar triste y frío. Nunca me gustaron los cementerios y ahora menos. Supongo que notó mi angustia y me rodeó la cintura con su brazo antes de darme un apretón de apoyo.

Una vez frente a la tumba, Malena acomodó sus flores y me ayudó con las mías para que quede lindo. Se quedó un momento mirando la lápida con pena y se alejó un poco, lo suficiente para darme intimidad. Me senté y miré el nombre de mamá por unos minutos hasta que solté las lágrimas que se me habían acumulado en los ojos.

—¿Por qué nos dejaste? —Pregunté en voz baja, frustrado y enojado. Quería pensar que de alguna forma ella me escucharía, necesitaba hablarle.— Te extraño, mami. Nos haces mucha falta en casa. Si lo vieras a papá lo retarías por lo descuidado que está, necesita urgente afeitarse y cortarse el pelo. Vos eras la encargada de recordarle esos detalles.

»¿Y Sofi? Todavía no se dio cuenta de lo que pasó, piensa que estás de viaje y vas a volver pronto. ¿Cómo vamos a hacer para contenerla cuando vea la realidad? Es chiquita y te necesita, mami. ¿Quién va a ser la que cuando sea más grande y quiera salir a bailar le de permiso y la ayude a convencer a papá? ¿Quién la va a ayudar cuando quiera salir con un chico y nosotros dos no la dejemos? ¿Quién le va a enseñar a maquillarse y ser una gran mujer? ¿Quién va a tener todas esas charlas de mujeres con ella cuando las necesite?

Reí al imaginarme esas escenas, pero al darme cuenta que nunca sucederían un nudo se apretó en mi estómago.

—¿Y yo? No sé cómo se hace para vivir sin vos, mami. Ya no estás esperándome cuando vuelvo del colegio para preguntarme cómo me fue o para renegar conmigo los fines de semana porque me emborraché y tengo resaca. ¿Cómo voy a saber cuando me enamore si es la chica indicada? Se suponía que cuando eso pasara vos ibas a estar ahí para darme tu aprobación y ahora me dejaste toda la responsabilidad a mí. No es justo.

El poder de un besoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora