Clínica

18 3 0
                                    

Decir que estuve distraído en todas las clases era poco. Cuanto más rápido quería que pasara el tiempo, más lento transcurría. Cuando finalmente se hicieron las dos de la tarde y sonó el timbre que anunciaba el final del día escolar, yo ya tenía todo guardado en la mochila para ser el primero en salir. Me despedí rápido de mis amigos y me fui para la clínica. Durante el camino paré en un kiosko a comprar un sándwich para almorzar, que no me detuve a comerlo sino que lo hice mientras caminaba.

Una vez que llegué, decidí subir los dos pisos por las escaleras porque no tenía la paciencia suficiente para esperar el ascensor. Me detuve frente a la puerta con el número 206 y golpeé dos veces antes de abrirla. Asomé la cabeza y la vi a Malena mirar con curiosidad quién había llegado. Sonrió al verme, así que rápidamente me acerqué para besarla antes de saludar a Marcela y Ana que también estaban en la habitación, haciéndole compañía.

—¿Cómo estás? —Le pregunté parándome de nuevo al lado de mi novia.

—Bien, me quiero ir. —Me dijo y me hizo reír.— ¿Vos qué onda?

—El día más largo del mundo, sólo quería que terminen las clases para venir a verte.

—Ay, más lindo. —Comentó Ana mientras que Malena sacaba los labios en forma de beso para que me incline a besarla de nuevo.

—Tomi. —Me llamó Marcela, así que me giré para mirarla.— ¿Te vas a quedar? —Asentí y ella miró a su hija.— Entonces, ¿está bien si me voy por un ratito para llevar a la abuela?

—Sí, mami.

Ana se despidió de los dos y le prometió a Lele volver al día siguiente. Noté cierta picardía en la sonrisa de ambas antes de que Ana se fuera, de inmediato supe que algo estaban escondiendo.

—Preguntaría en qué se metieron esta vez vos y tu abuela pero no sé si me conviene saber.

—Depende qué tan cómplice querés ser.

—¿Tuyo? Cien por ciento.

—Entonces ni se te ocurra mandarnos al frente. —Me amenazó.— Anoche me trajo galletitas.

No pude evitar soltar una carcajada, lo que hizo que me mire confundida. Me alejé de ella para buscar en mi mochila el alfajor de mousse de chocolate que le había comprado. En cuanto lo vio, me miró con suspicacia.

—Es obvio que eso era tu postre y ahora me lo das porque no querés ser menos que mi abuela.

—No me gustan los alfajores, señorita inteligente. —Sus labios se curvaron en lo que intentaba reprimir la diversión.— Así que...

—¿Te mandaste alguna cagada? —Se burló.— Porque hasta anoche no querías traerme cosas ricas para comer porque le tenías miedo a mamá.

Me peleó un rato más mientras comía el alfajor. Cuando terminó, metí el envoltorio vacío en mi mochila antes de que ella llamara a una enfermera para que la acompañe al baño. Aunque todavía tenía la aguja en su brazo derecho, ya no tenía conectado ningún suero ni tampoco las cosas para monitorearle los latidos del corazón y la respiración.

—¿Necesitas algo más? —Le preguntó amable la mujer.

—Estoy harta de estar en la cama, ¿puedo dar una vuelta?

—Podes caminar por este pasillo, no mucho más lejos, ¿si? —Malena asintió sonriendo a la vez que la señora le ataba el pañuelo que Marcela había dejado junto a las cosas de mi novia en su cuello para que apoye ahí el brazo enyesado. La enfermera me miró a mí.— Acompañala. —Me ordenó y se fue.

La rubia caminó hasta la puerta y me miró expectante porque todavía no estaba a su lado. Me levanté del sillón y abrí la puerta para ella. Pasé mi brazo por su cintura para caminar con ella, siguiendo los pasos lentos con los que avanzaba. Recorrimos el pasillo siete veces, yendo y viniendo, hasta que se cansó y me pidió que volvamos a la habitación.

El poder de un besoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora