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Papá arregló con mi tía para que busque a Sofía del jardín y la cuide toda la tarde del viernes para que Malena se quede haciendo reposo. La rubia no me respondió ningún mensaje en toda la mañana y a ninguno de nuestros amigos tampoco, por eso a la salida del colegio fuimos con Cami a visitarla.

—Hola, chicos. —Nos saludó Marce cuando nos abrió la puerta.— ¿Cómo andan?

—Todo bien, ¿vos? —Respondió la negra.

—Bien, ¿vos estás bien, mi amor? —Me preguntó a mí.

—Intentando no pensar en la fecha. —Le dije sincero y asintió con una sonrisa comprensiva porque ayer se cumplió un mes de la muerte de mamá.

—¿Vinieron a ver a Male?

—Sí, ¿cómo está? No nos pudimos comunicar con ella en toda la mañana. —Habló Cami y Marce suspiró.

—Hoy no tuvo ningún síntoma de estar enferma pero no salió de la cama en todo el día. La revisé y no parece tener nada. —Nos contó.

—¿Comió? —Pregunté yo.

—Muy poquito y porque la obligué.

—Es raro que no quiera comer ni hacer nada. —Dijo Cami.

—Lo sé. —Admitió preocupada.— Intenté hablar con ella pero no me dijo nada, ¿saben si está peleada con alguien o sufriendo por algún chico?

El único chico con el que está saliendo soy yo y no creo que estemos teniendo ningún problema como para que esté mal, ¿o sí?

—La verdad que no, Marce. —Comentó la negra y me miró, negué con la cabeza.— Desde que volvió creo que no se vio con nadie.

—¿Pueden intentar hablar con ella? Son sus mejores amigos, quizás a ustedes les dice algo que no me quiere contar a mí. —Pidió e inmediatamente los dos asentimos antes de subir las escaleras.

Entramos a su habitación después de golpear la puerta y la verdad es que era deprimente. Tenía las luces apagadas y la ventana cerrada, por lo que estaba completamente en la oscuridad.

—¿Qué hacen acá? —Fue lo primero que nos dijo.

—Vinimos a verte, Lele. —Hablé yo.— ¿Cómo te sentís?

—Más o menos, quiero estar sola.

—Qué lástima porque no nos vamos a ir. —Respondió Cami y levantó la persiana para que la luz del día ilumine el cuarto.

Recién en ese momento pudimos verla bien. Tenía ojeras muy marcadas y estaba despeinada por estar tantas horas acostada. Aunque según su mamá estaba mejor, lucía peor que ayer.

—Te ves horrible, rubia. —Desde que volvió, Camila la llama así.

—No me interesa.

¿Qué le pasaba? No sólo no quería ver a nadie, sino que estaba silenciosa y apagada. Incluso agresiva.

—¿Podes decirnos qué te pasa? —Exigió la negra y Malena negó antes de taparse aún más con el acolchado.

—Lele. —La llamé y me miró de reojo.— Tu mamá está preocupada.

—Si ella los mandó a hablar conmigo, váyanse porque no van a conseguir nada.

—No estás entendiendo, rubia. —Dijo Cami sentándose al lado suyo en la cama.— Vinimos porque no nos respondiste los mensajes en todo el día y estás rara, nosotros también estamos preocupados.

—No quiero hablar. —Se dio vuelta para darnos la espalda.

La negra y yo nos miramos con el ceño fruncido.

El poder de un besoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora